Ejemplos con encuentros

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Las admiraban y vivían aparte de ellas, a pesar de moverse en un estrecho espacio que les obligaba a continuos encuentros.
Parecía evitar todo pretexto para este viaje, y hasta sorteaba los encuentros con Febrer.
Los cuadros tenían a un lado cartelas blancas con los mismos remates plegados de un escudo de armas, y en ellas, escrito en defectuosas mayúsculas, el relato del suceso: encuentros victoriosos con galeras del Gran Turco o con piratas pisanos, genoveses y vizcaínos, guerras en Cerdeña, asaltos de Bujía y de Tedeliz, y en todas estas empresas era un Febrer el que dirigía a los combatientes o se hacía notar por su heroísmo, descollando sobre todos el comendador don Príamo, héroe endiablado, burlón y poco religioso, que había sido la gloria y la vergüenza de la casa.
Era la historia del Mediterráneo escrita por torpes e ingenuos pinceles: encuentros de galeras, asaltos de fortalezas, grandes batallas navales envueltas en humo, sobre cuyas vedijas flotaban los gallardetes de los navíos y las altas torres de popa, en cuya cima rizábanse las banderas con la cruz de Malta o la media luna.
Febrer, con la rápida visión que acompaña al ahogado y al moribundo en sus últimos instantes, visión en la que se concentran los fugitivos recuerdos de toda la vida anterior, pensó en su juventud, cuando tiraba a la pistola en el jardín de Palma tendido en el suelo y fingiéndose herido, como un ensayo de ilusorios encuentros.
En las tertulias del café contaban lentamente algunos capitanes sus encuentros en el mar, la aparición inesperada del submarino, el torpedo que marraba su blanco por unos metros, la fuga a todo vapor, recibiendo los cañonazos de la persecución.
Y se imaginó igualmente que sus encuentros debían ser por la mañana, en uno de los huertos de fresas inmediatos a la ciudad, adonde le llevaban sus padres a tomar chocolate después de oír la primera misa en los amaneceres dominicales de Abril y Mayo.
Unas gaviotas blancas y arrulladoras como las palomas de Afrodita aleteaban sobre las caricias y los encuentros amorosos de esta parentela inmortal entregada al sereno incesto, privilegio de los dioses.
Ferragut sentía placer con estos relatos de esplendores imperiales, palacios de oro, épicos encuentros y furiosos saqueos, mientras su buque navegaba cortando la noche y saltando sobre el mar obscuro, acompañado por el pistoneo de las máquinas y el batir ruidoso de la hélice, que a veces permanecía fuera del agua durante los furiosos balanceos de proa a popa.
Media hora después, al bajar una cuesta, tuvo el más inesperado de los encuentros.
Su humor aventurero le hizo ansiar uno de estos encuentros.
La gente, asomada a las bordas, comentaba los extraordinarios encuentros en este bulevar marítimo, frecuentado ordinariamente por buques de paz.
Su padre aceptaba con gestos de tristeza las noticias de ciertos amigos que se imaginaban halagar su vanidad haciéndole el relato de encuentros caballerescos en los que su primogénito rasgaba siempre la piel del adversario.
Se empujaba la muchedumbre, guardando en sus encuentros una buena educación inalterable.
Buscaba con predilección los periódicos más exagerados, los que publicaban más historias de encuentros sueltos, de acciones individuales, que nadie sabía con certeza dónde habían ocurrido.
Estas largas esperas le proporcionaron inesperados encuentros con las alumnas elegantes que entraban y salían.
¿Con quién hablaba aquella mujer? ¿Qué encuentros eran los suyos cuando salía a la calle? Sin perder su humildad de víctima, con la mirada dolorosa y la boca algo torcida, hablaba y hablaba traidoramente.
Biarritz era demasiado pequeño para permanecer oculto y evitar embarazosos encuentros con los emigrados alfonsinos y carlistas que, desde mucho tiempo antes, poblaban todos los contornos, y los hombres políticos y medrosos de todo jaez con que la caída de don Amadeo y la proclamación de la República engrosaban en aquellos mismos días el número de españoles dispersos.
¡Ya lo creo que me acuerdo! Los encuentros contigo no se olvidan fácilmente Pero tú sí que te has plantado en los veinticinco años: siempre tan.
Estaban los dos muy distantes de creer que en sus encuentros diarios podía llegarse a algo que no fuese hablar y mirarse.
Y la muchacha, como si estuviera hilando un capullo, agarraba estos cabos sueltos de su memoria y tiraba y tiraba, recordando todo lo de su existencia que tenía relación con Tonet: la primera vez que lo vió, y su compasiva simpatía por las burlas de las hilanderas, que él soportaba cabizbajo y tímido, como si estas arpías en banda le inspirasen miedo, después, los frecuentes encuentros en el camino y las miradas fijas del muchacho, que parecían querer decirla algo.
El furor y el encono de ambos crecieron de tal suerte, que ya no les bastaban para desahogarse los encuentros casuales, y solían buscarse para mover disputa y reñir y tratarse muy mal.
Tuvieron en aquella tarde encuentros muy penosos.
Huir, sí, y no volver a poner los pies en aquella casa ni en parte alguna donde pudiera tener tales encuentros Salió sin hacer ruido, deslizándose, y al pasar frente a la puerta, miró y la vio allá dentro, al extremo del largo pasillo, que parecía un anteojo.
—Todo eso es verdad, replicó Tomas, y no es tan mala la gallega que a mí me martiriza: lo que se podrá hacer es, que esta noche sola estés en la posada, y mañana comprarás el asno que dices y buscarás dónde estar, y así huirás los encuentros de la Argüello, y yo quedaré sujeto a los de la gallega y a los irreparables de los rayos de la vista de mi Costanza.
Déjese deso, señor dijo Sancho: viva la gallina, aunque con su pepita, que hoy por ti y mañana por mí, y en estas cosas de encuentros y porrazos no hay tomarles tiento alguno, pues el que hoy cae puede levantarse mañana, si no es que se quiere estar en la cama, quiero decir que se deje desmayar, sin cobrar nuevos bríos para nuevas pendencias.
La hermosura, por sí sola, atrae las voluntades de cuantos la miran y conocen, y como a señuelo gustoso se le abaten las águilas reales y los pájaros altaneros, pero si a la tal hermosura se le junta la necesidad y la estrecheza, también la embisten los cuervos, los milanos y las otras aves de rapiña, y la que está a tantos encuentros firme bien merece llamarse corona de su marido.
Con todo eso respondió el bachiller, dicen algunos que han leído la historia que se holgaran se les hubiera olvidado a los autores della algunos de los infinitos palos que en diferentes encuentros dieron al señor don Quijote.
¿Es posible, señor hidalgo, que haya podido tanto con vuestra merced la amarga y ociosa letura de los libros de caballerías, que le hayan vuelto el juicio de modo que venga a creer que va encantado, con otras cosas deste jaez, tan lejos de ser verdaderas como lo está la mesma mentira de la verdad? Y ¿cómo es posible que haya entendimiento humano que se dé a entender que ha habido en el mundo aquella infinidad de Amadises, y aquella turbamulta de tanto famoso caballero, tanto emperador de Trapisonda, tanto Felixmarte de Hircania, tanto palafrén, tanta doncella andante, tantas sierpes, tantos endriagos, tantos gigantes, tantas inauditas aventuras, tanto género de encantamentos, tantas batallas, tantos desaforados encuentros, tanta bizarría de trajes, tantas princesas enamoradas, tantos escuderos condes, tantos enanos graciosos, tanto billete, tanto requiebro, tantas mujeres valientes, y, finalmente, tantos y tan disparatados casos como los libros de caballerías contienen? De mí sé decir que, cuando los leo, en tanto que no pongo la imaginación en pensar que son todos mentira y liviandad, me dan algún contento, pero, cuando caigo en la cuenta de lo que son, doy con el mejor dellos en la pared, y aun diera con él en el fuego si cerca o presente le tuviera, bien como a merecedores de tal pena, por ser falsos y embusteros, y fuera del trato que pide la común naturaleza, y como a inventores de nuevas sectas y de nuevo modo de vida, y como a quien da ocasión que el vulgo ignorante venga a creer y a tener por verdaderas tantas necedades como contienen.
Prosupuesto esto, has de considerar que yo padezco ahora la enfermedad que suelen tener algunas mujeres, que se les antoja comer tierra, yeso, carbón y otras cosas peores, aun asquerosas para mirarse, cuanto más para comerse, así que, es menester usar de algún artificio para que yo sane, y esto se podía hacer con facilidad, sólo con que comiences, aunque tibia y fingidamente, a solicitar a Camila, la cual no ha de ser tan tierna que a los primeros encuentros dé con su honestidad por tierra, y con solo este principio quedaré contento y tú habrás cumplido con lo que debes a nuestra amistad, no solamente dándome la vida, sino persuadiéndome de no verme sin honra.

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