Ejemplos con echándome

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Tía Pepilla arregló mi petaca en dos por tres, y concluída la faena me dijo cariñosamente, echándome los brazos:.
Echándome el brazo me impulsó a seguir por una callejuela.
-Comprendido, comprendido -repuso poniéndose como de almagre su abominable rostro, y echándome de lleno su insolente mirada-.
A este punto llegaba, cuando advirtió que yo estaba delante, y echándome los brazos al cuello, me dijo:.
Avancé un poco más hasta llegar a la escalera, y echándome en tierra apliqué el oído.
Acudió la gente del hospital, y viendo aquel retablo, unos decian: Ya la bendita Cañizares es muerta, mirad cuán desfigurada y flaca la tenia la penitencia: otros mas considerados la tomaron el pulso, y vieron que le tenia, y que no era muerta, por do se dieron a entender que estaba en éstasis y arrobada de puro buena: otros hubo que dijeron: Esta puta vieja sin duda debe de ser bruja, y debe de estar untada, que nunca los santos hacen tan deshonestos arrobos, y hasta ahora, entre los que la conocemos, mas fama tiene de bruja que de santa: curiosos hubo, que se llegaron a hincarle alfileres por las carnes desde la punta hasta la cabeza, ni por eso recordaba la dormilona, ni volvió en sí hasta las siete del dia, y como se sintió acribada de los alfileres y mordida de los carcañares, y magullada del arrastramiento fuera de su aposento, y a vista de tantos ojos que la estaban mirando, creyó, y creyó la verdad, que yo habia sido el autor de su deshonra: y así arremetió a mí y echándome ambas manos a la garganta, procuraba ahogarme, diciendo: Oh bellaco, desagradecido, ignorante y malicioso, y ¿es este el pago que merecen las buenas obras que a tu madre hice, y de las que te pensaba hacer a tí? Yo que me vi en peligro de perder la vida entre las uñas de aquella fiera arpía, sacudíme, y asiéndola de las luengas faldas de su vientre, la zamarreé y arrastré por todo el patio, y ella daba voces, que la librasen de los dientes de aquel maligno espíritu.
Yo le dije esto de manera que ella me entendió muy bien a todas las razones que entrambos pasamos, y, echándome un brazo al cuello, con desmayados pasos comenzó a caminar hacia la casa, y quiso la suerte, que pudiera ser muy mala si el cielo no lo ordenara de otra manera, que, yendo los dos de la manera y postura que os he contado, con un brazo al cuello, su padre, que ya volvía de hacer ir a los turcos, nos vio de la suerte y manera que íbamos, y nosotros vimos que él nos había visto, pero Zoraida, advertida y discreta, no quiso quitar el brazo de mi cuello, antes se llegó más a mí y puso su cabeza sobre mi pecho, doblando un poco las rodillas, dando claras señales y muestras que se desmayaba, y yo, ansimismo, di a entender que la sostenía contra mi voluntad.
Entonces me dejó, echándome a rodar por el suelo, y se apoderó de mi vecino más próximo y lo manoseó, como me había manoseado a mí, para rechazarle y luego apoderarse del siguiente.
-¡Voto a Baco!, ¡que Dios no ha sido muy generoso conmigo echándome en la boca esa gota de veneno!.
Cuando Juder estuvo con su madre dentro de la casa, la hizo sentarse en la estera, y afectado muy penosamente de verla mendigar por la calle, le dijo: ¡Oh madre! ¿están bien mis hermanos? Ella contestó: ¡Bien están! El preguntó: ¿Por qué mendigas en la calle? Ella contestó: ¡Oh hijo mío, porque tengo hambre! El dijo: ¿Cómo es eso? ¡Antes de partir te di cien dinares un día, cien dinares otro día y mil dinares el día de la marcha! Ella dijo: ¡Oh hijo mío, tus hermanos imaginaron contra mí una estratagema y consiguieron cogerme todo ese dinero, echándome luego de la casa! ¡Y para no morirme de hambre me he visto obligada a mendigar por las calles!.
Despertó Ley, y echándome los brazos me dijo: «Mita, de ésta no muero.
Y sólo a duras penas conseguí retenerla, echándome a sus pies.
Saludome con arrumacos y carantoñas, echándome su brazo por los hombros.
La gentil aparición se sentó junto a mí y, echándome su brazo por encima de los hombros, me habló de esta manera: «Vengo a tu lado para cuidarte y servirte en sustitución de la mujer desleal que te abandona seducida por el ingrato Segismundo.
De acuerdo con Ido, me secuestró apenas tomado mi desayuno, y echándome la garra me llevó consigo, antes que pudiera yo largarme a mis habituales correrías.
«La Actualidad se equivoca», respondió ella, encarándose conmigo y echándome unos ojos.
Ella siguió haciendo nudos y más nudos, y no respondió a mis alabanzas sino echándome otras tan hiperbólicas que me ofendían.
A la bajada de él me dijo don Serafín, echándome una mano sobre el hombro derecho y señalando con la izquierda hacia el horizonte del Sur:.
Lo que menos pensaba yo, echándome esos olores, era que me habían de traer tal perjuicio.
murmurase, grandes y pequeños, echándome a centenares las maldiciones.
-De afectos ni de afeites -dijo el Gúésped- no quiero entender, sino de mi negocio: lo que importa es que mañana hagamos cuenta de lo que me debe de posada, y se vaya con Dios, que no quiero tener en ella quien me la alborote cada día con estas locuras: basten las pasadas, pues comenzando a escribir, recién llegado aquí, la comedia de ''El marqués de Mantua'', que zozobró y fue una de las silbadas, fueron tantas las prevenciones de la caza y las voces que dio, llamando a los perros Melampo, Oliveros, Saltamontes, Tragavientos, etcétera, y el «¡Ataja, ataja!» y el «¡Guarda el oso cerdoso, y el jabalí colmilludo!», que malparió una señora preñada que pasaba de Andalucía a Madrid, del sobresalto, y en esa otra de ''El saco de Roma'', que entrambas parecieron cual tenga la salud, fue el estruendo de las cajas y trompetas, haciendo pedazos las puertas y ventanas de este aposento a tan desusadas horas como estas, y el «¡Cierra, España!», «¡Santiago, y a ellos!», y el jugar la artillería con la boca, como si hubiera ido a la escuela con un petardo, o criádose con el basilisco de Malta, que engañó el rebato a una compañía de infantería que alojaron aquella noche en mi casa, de suerte que, tocando al arma, se hubieron de hacer a oscuras unos soldados pedazos con otros, acudiendo al ruido medio Toledo con la justicia, echándome las puertas abajo, y amenazó a hacer una de todos los diablos, que es poeta grulla, que siempre está en vela, y halla consonantes a cualquier hora de la noche y de la madrugada.
-Yo, señoras mías, les doy, ante todo, infinitas gracias por esa estimación que me demuestran echándome aquí tan de menos, pero les juro que con este arrastrado oficio que me tocó en suerte, no soy dueño de mí mismo cuando más necesito serlo, y créanme que, sin un motivo tan poderoso, no me hubiera castigado con la pesadumbre de no verlas a ustedes y no gozar de su amenísimo trato en tantos días.
Intentó satisfacer siquiera una parte de ella, echándome memoriales de un dulzor empalagoso, pero no me di por entendida.
Ella prosiguió: ¿Qué dirías si conocieras el estado en que se halla mi pobre señora? ¡Ah! ¡Ya rabbi! ¡Me desmayo sólo con recordar el momento en que la vi regresar a palacio! ¡Yo pude llegar antes, huyendo de azotea en azotea, y tirándome al suelo desde la última casa! ¡Si la hubieras visto llegar! ¿Quién habría podido creer que aquella cara tan pálida como la de un cadáver desenterrado era la de Schamsennahar, la luminosa? Así es que al verla rompí en sollozos, echándome a sus pies y besándoselos.
Esto, y aun más, me decía a mí el corazón, pero Samuel había invocado un nombre que desarrollaba en el recuerdo una encantada lontananza: y la casita de las orillas del Chile, y su solitaria habitante me aparecían llamándome, y echándome en cara mi ingrato olvido.
Inmediatamente mi amo se volvió hacia donde estaba yo y vió que seguía echándome polvo sobre la cabeza, y desgarrándome la ropa, y tirando el turbante.
El asunto que me aproxima a esta casa, no se manipula ni especifica echándome a mí a la calle sin oírme.
Y don Hermenegildo, echándome una mirada torcida y rencorosa, calóse con mano trémula el sombrero, cogió el paraguas, arregló, o más bien desarregló la capa sobre los hombros, y salió por el corredor como un cohete, arrastrando la espuela y con una pernera del pantalón encogida sobre la pantorrilla.
-¡Mi Coronel -me dijo, echándome el tufo-, acuéstese, acuéstese pronto!.
Mientras el capitanejo y yo hablábamos, varios indios, particularmente uno chileno, nos interrumpían con sus gritos, echándome encima el caballo y metiéndome, por decirlo así, las manos en la cara.

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