Ejemplos con echándole

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Mantener mojado al animal, echándole agua por encima, tomando en cuenta de no tirar agua por el espiráculo.
Entonces Miguel herido va al banco donde trabaja Eduardo y le monta una escena insultándolo a gritos y echándole la culpa de haber perdido a su amada.
Manuscrito de Ayala: Intentan unos frailes curar a un pobre Marcos, colgándole al cuello una reliquia y echándole lavativas por fuerza.
Echándole en cara que le había fallado a Lisa con su promesa, Homer hace que Marge abandone el casino y olvide, por lo menos por un tiempo, su adicción con el juego.
Bart, desilusionado y enojado, le escribe una carta a Krusty echándole en cara su fanatismo.
Pilarcitamurmuró Lucía echándole al cuello los brazos, ¿me guardarás un secreto si te lo digo?.
Luego, con la vehemencia de sus veintisiete años, acometió en el antecomedor al joyero, echándole en cara su mutismo.
Creyó que un monstruo de la misma clase que los del estanque, pero mucho mayor, un pulpo gigantesco de los fondos oceánicos, se había deslizado traidoramente a sus espaldas, echándole de pronto uno de sus tentáculos.
Todo terminará y quedará en secreto No quiero que tú te comprometas, Gonzalo míoañadió echándole los brazos al cuello.
Prevenía sus deseos, echándole agua en el vaso, alargándole los entremeses, el pan, todo lo que pudiera serle agradable, haciendo seña al criado para que le sirviese vino cuando advertía que sus copas estaban vacías, con esa oportunidad desembarazada, elegante, del hombre educado en la cumbre de la sociedad.
Y con la falta de escrúpulos del dolor, relataba a Aresti su escena con Cristina, la frialdad con que había acogido sus caricias, y después, la explicación tempestuosa entre los dos: ella echándole en cara su infidelidad: él aceptándola con altivez, como una consecuencia de la separación moral en que vivían.
El médico racionalista se veía convertido por su familia en un trotaconventos, curando a gentes que insultaban su ciencia después de aprovecharla y no perdían ocasión de darle las gracias echándole en cara su falta de religiosidad.
Lanzóse el niño a su padre, y echándole los brazos al cuello, le dio dos besos.
El excelentísimo Martínez, el colosal , vino al punto a destacarse entre ellos, presentándole con una mano su imprudente carta, echándole la otra al pescuezo para conducirle sin piedad al Saladero Villamelón pensó morir del susto, porque a su carta, y sólo a su carta, como muy bien le había profetizado el día antes Currita, podía atribuir la repentina llegada de la policía.
Doña Manuela, con aire maternal, daba consejos a la desconsolada esposa: ella, en lugar de Teresa, daría un disgusto al esposo infiel echándole en cara su conducta.
La sinceridad es difícil, pero así como los niños, que confiesan por primera vez, no confesarían si el cura no les sacara los pecadillos con cuchara, así yo voy a ayudarle a usted preguntando y echándole el anzuelo de la respuesta.
Esta idea, a pesar de ser tan alta, fue muy inteligible para Fortunata, a quien se acercó Guillermina, y echándole el brazo por los hombros, la apretó suavemente contra sí.
Resultaba un conjunto bonito y muy simpático, y así lo declaró la señora, echándole sus gafas.
Llevola a las Micaelas doña Guillermina Pacheco, que la cazó, puede decirse, en las calles de Madrid, echándole una pareja de Orden Público, y sin más razón que su voluntad, se apoderó de ella.
Lelo y mudo estaba el estudiante en la puerta de su cuarto, cuando su tía se volvió hacia él, y echándole una mirada muy significativa, le dijo:.
Te voy a traer unas botas muy bonitas le dijo la que quería ser madre adoptiva, echándole las palabras con un beso en su oído sucio.
De repente volviose Jacinta hacia su marido, y echándole un brazo alrededor del cuello, le soltó esta:.
—¡Calla, o te estrangulo!—rugió sordamente el Capitan, echándole mano al pescuezo y arrojándolo de aquel sitio.
Al único discípulo que permanecia fiel a lo conocemos ya moralmente, por un conato de fechoría que estorbó la tarde ántes el Capitan retirado, echándole mano al pescuezo en la calle de Santa Luparia.
Viendo lo cual Sancho Panza, se puso en pie, y, arremetiendo a su amo, se abrazó con él a brazo partido, y, echándole una zancadilla, dio con él en el suelo boca arriba, púsole la rodilla derecha sobre el pecho, y con las manos le tenía las manos, de modo que ni le dejaba rodear ni alentar.
No tuvo lugar de responder el vaquero, ni don Quijote le tuvo de desviarse, aunque quisiera, y así, el tropel de los toros bravos y el de los mansos cabestros, con la multitud de los vaqueros y otras gentes que a encerrar los llevaban a un lugar donde otro día habían de correrse, pasaron sobre don Quijote, y sobre Sancho, Rocinante y el rucio, dando con todos ellos en tierra, echándole a rodar por el suelo.
Entonces uno de ellos sacó una bolsa del seno y mostrósela a Sancho, por donde entendió que le pedían dineros, y él, poniéndose el dedo pulgar en la garganta y estendiendo la mano arriba, les dio a entender que no tenía ostugo de moneda, y, picando al rucio, rompió por ellos, y, al pasar, habiéndole estado mirando uno dellos con mucha atención, arremetió a él, echándole los brazos por la cintura, en voz alta y muy castellana, dijo:.
Finalmente se levantó, y, viendo que no salían más cuervos ni otras aves noturnas, como fueron murciélagos, que asimismo entre los cuervos salieron, dándole soga el primo y Sancho, se dejó calar al fondo de la caverna espantosa, y, al entrar, echándole Sancho su bendición y haciendo sobre él mil cruces, dijo:.
Quiso la mala suerte del desdichado Sancho que, entre la gente que estaba en la venta, se hallasen cuatro perailes de Segovia, tres agujeros del Potro de Córdoba y dos vecinos de la Heria de Sevilla, gente alegre, bien intencionada, maleante y juguetona, los cuales, casi como instigados y movidos de un mesmo espíritu, se llegaron a Sancho, y, apeándole del asno, uno dellos entró por la manta de la cama del huésped, y, echándole en ella, alzaron los ojos y vieron que el techo era algo más bajo de lo que habían menester para su obra, y determinaron salirse al corral, que tenía por límite el cielo.
Y el primero con quien topó fue con el apuñeado de don Quijote, que estaba en su derribado lecho, tendido boca arriba, sin sentido alguno, y, echándole a tiento mano a las barbas, no cesaba de decir:.

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