Ejemplos con discurrían

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

En la actualidad sólo algunos paños de muralla conservan su almenado, y se ha perdido casi en su totalidad el paseo de ronda o por el que discurrían los soldados.
Con el calor de la fogata, la veta de plata se derritió y a la mañana siguiente descubrió que unos hilillos de reluciente metal discurrían por la acentuada pendiente del cerro.
en este edificio, la estructura y las instalaciones discurrían por el exterior, dajando completamente diáfanos los espacios interiores.
Las almas sensibles y creyentescontinuó Fernandopaladearon las gestas del místico guerrero Perceval y los amores del caballero Tristán de Leonis con la infortunada reina Iseo, historias de amor y de muerte de los trovadores medievales, que en nuestros días ha remozado Wagner como argumentos de sus poemas Las veladas en ventas y mesones discurrían ligeras en torno del candilón, que trazaba un círculo rojo sobre las páginas de la maravillosa historia impresa.
Creí advertir que el sofá de antiguo modelo no estaba próximo a la pared, y que por aquel hueco discurrían las figuras descendidas de los cuadros viejos, tomando las negras apariencias de y.
Por la Puerta del Sol y calle de Alcalá discurrían los vecinos noctámbulos que salen de los teatros para meterse en los cafés.
Desta suerte discurrían por extremos, sin topar el medio, cuando el Acertador se puso en.
Deste modo discurrían hombres blancos y aun aplaudidos de sabios, pero bien.
En verdad que acerca de este país discurrían ellos muy bien, en mi concepto, siendo así que salta a los ojos de cualquier atento observador, aunque jamás lo haya oído de antemano, que el Egipto es una especie de terreno postizo, y como un regalo del río mismo, no solo en aquella playa a donde arriban las naves griegas, sino aun en toda aquella región que en tres días de navegación se recorre más arriba de la laguna Meris, aunque es verdad que acerca del último terreno nada me dijeron los sacerdotes.
Siete u ocho días transcurrieron antes de que Paco Cárdenas volviese a visitar a Clotilde, lo que hizo un domingo en que cielo y tierra lucían sus galas más espléndidas, en que el sol llenábalo todo de luz y calor, en que parecía de zafir el horizonte y de cristal purísimo el espacio, en que piaban alegremente las golondrinas y en que las gentes discurrían por las calles en sonoro y animado bulle bulle y llamaba a los fieles con sus melancólicos tañidos la campana de la iglesia.
Allí, entre los mil objetos y personas que cruzaban en todas direcciones, observó que, a semejanza de los aviones que en las calorosas tardes de verano revoloteaban incansables alrededor del campanario de su lugar, discurrían por una y otra acera, pasaban, volvían a pasar, y siempre las mismas, aunque en incalculable número, mujeres de incisiva y elocuente mirada, beldades de esbelto talle y desenvuelta marcha, mujeres que, sin saber por qué, le arrancaban del echo hondos suspiros.
Esclavas hábiles en tañer, cantar y bailar, la daban conciertos y armaban zambras para divertirla, esclavas cocineras la discurrían golosinas y piperetes y refrescos para los días calurosos, esclavas modistas y bordadoras la sorprendían diariamente con atavíos elegantes y extraños, su ropa blanca parecía hecha de pétalos de azucena, sus joyas y collares eran rayos de soles y lágrimas de la aurora.

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