Ejemplos con despedían

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Se despedían viejas glorias, entre ellas el mítico Panizo, apodado el interior de seda por su gran técnica y manejo del balón.
A medida que se acercaba a su destino, más personas se le unían a su marcha, y también diferentes personas buscaban sacar provecho de su marcha, entre ellos políticos locales que expresaban públicamente su apoyo a la marcha, lo acompañaban caminando un par de metros y luego se despedían.
Ya los médicos se despedían, andando despacito con la señora a lo largo del corredor, cuando Salvador, vuelto hacia Carmen, que se quedaba sola, le dijo:.
Tanta empleó que cuando las damas se despedían para montar en coche y trasladarse a casa se abstenía de estrechar su mano y sólo se la daba a Tristán.
Algunos días después vió el vecindario dos carros a la puerta de la abacería, luego vió cargar en uno de ellos las aceiteras, los barriles, los cacharros, las chucherías de la tienda, ¡hasta los estantes y el mostrador!, vió en seguida cómo en el otro carro se colocaron los colchones, las camas desarmadas, la batería de cocina, todo el ajuar de la casa de Simón, cómo se acomodaron en un hueco dejado al efecto sobre los colchones, Juana y su niña, después de haberse restregado la primera los zapatos contra el suelo repetidísimas veces, mirando al mismo tiempo a todas partes, cual si quisiera, con alarde tan necio, dar a entender que hasta el polvo de aquel suelo la ofendía, vió la gente también cómo, después de sacar hasta la escoba, cerró Simón la puerta y se guardó la llave en el bolsillo, y luego ponerse en movimiento los carros, a los cuales seguía Simón, saludando con gravedad a cuantas personas le despedían desde lejos con un movimiento de cabeza, no vió una sola vez asomar la de Juana fuera del toldo bajo el cual iba, y vió, por último, que los dos carros y Simón, que marchaba siempre junto a ellos, después de atravesar la plaza, tomaron el camino de la villa y desaparecieron en él.
Se despedían las damas con una sospecha maliciosa.
Se despedían los compañeros de viaje con generosos ofrecimientos, a pesar de que unos y otros tenían la certeza de no verse más.
Los pasajeros del se despedían previsoramente antes de avistar Buenos Aires.
Brillaban los peñascos de basalto, semejantes a bloques de metal, centelleaban, cual si fuesen proyectores eléctricos, los tejados y los vidrios de las casas de la playa, los bosques despedían luz: cada hoja era un espejo.
Asomó en este momento por la verja dorada que dividía el zaguán de la antesala que se abría al patio, un hombre joven, vestido de negro, de quien se despedían con respeto y ternura uno de mayor edad, de ojos benignos y poblada barba, y un caballero entrado en largos años, triste, como quien ha vivido mucho, que retenía con visible placer la mano del joven entre las suyas:.
Las cejas se fruncían: las negras pupilas despedían miradas cada vez más duras y tristes.
Rocas formidables, olas, playa con caracolitos, praderas verdes, setos, callejas llenas de arbustos, helechos y líquenes, veredas cuyo término no se sabía, caseríos rústicos que al caer de la tarde despedían de sus abollados techos humaredas azules, celajes grises, rayos de sol dorando la arena, velas de pescadores cruzando la inmensidad del mar, ya azul, ya verdoso, terso un día, otro aborregado, un vapor en el horizonte tiznando el cielo con su humo, un aguacero en la montaña y otros accidentes de aquel admirable fondo poético, favorecían a los amantes, dándoles a cada momento un ejemplo nuevo para aquella gran ley de la Naturaleza que estaban cumpliendo.
Allí se asaban las chuletas de ternera, que con la chamusquina en tan viva lumbre, despedían un olor apetitoso.
Cierto es que Fortunata lloraba, pero algunas veces la causa de la aproximación del pañuelo a la cara era la necesidad en que la joven se veía de resguardar su olfato del olor desagradable que las ropas negras y muy usadas del clérigo despedían.
El trabajo de su cerebro era una calenturienta y dolorosa mezcla de las funciones del juicio y de la memoria, revolviéndose con desorden y alumbrándose unas a otras con aquella claridad de relámpago que a cada instante despedían.
Las pupilas del angelote rechispeaban, sus mejillas despedían lumbre, y dilataba la clásica naricilla con inocente concupiscencia de Baco niño.

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