Ejemplos con desabridos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

El ministro le pasaba la mano por el lomo, le llamaba mi excelente don Simón , y hasta le daba un cigarro o se le pedía, y los porteros del Ministerio, esos proverbiales cancerberos, bruscos y desabridos hasta la ferocidad con todo , con él se descoyuntaban a reverencias y cortesías.
¿Vivirán estos apuntes más que la mano que los escribe? Por sí o por no, y contando con que ha de saltar, andando los tiempos, un erudito rebuscador o prendero de papeles inútiles que coja estos míos, les sacuda el polvo, los lea y los aderece para servirlos en el festín de la general lectura, he de poner cuidado en que no se me escape cosa de interés, en alumbrarme y guiarme con la luz de la verdad, y en dar amenidad gustosa y picante a lo que refiera, que sin un buen condimento son estos manjares tan indigestos como desabridos.
No, hijo, no: es viejo en mí el gusto de la nobleza campesina, una de las hermosuras que vamos perdiendo, para convertirnos todos en desabridos señoretes de la Corte.
Los tirones de oreja y los palos con la vara de medir lo habían puesto erguido, borrando en su cuerpo la tendencia a cargarse de espaldas y a ser patiabierto, propio de todos los de su tierra, sus pelos, a fuerza de peine y cosmético, habían llegado a domarse, los desabridos y no muy abundantes guisos del ama de llaves daban cierta figura a su corpachón huesoso.
El envidioso asombro que aquellos muebles le inspiraban, se traducía en movimientos nerviosos y gestos desabridos, desparramaba las miradas por la estancia, y en seguida se le contraían los labios y se le dilataban las ventanas de la nariz.
Hecha esta prevencion, y recogido el buen estremeño en su casa, comenzó a gozar como pudo los frutos del matrimonio, los cuales a Leonora, como no tenia esperiencia de otros, ni eran gustosos ni desabridos, y así pasaba el tiempo con su dueña, doncellas y esclavas, y ellas por pasarle mejor dieron en ser golosas, y pocos dias se pasaban sin hacer mil cosas, a quien la miel y el azúcar hacen sabrosas.
Pero, con todo esto, por dondequiera que va muestra su tristeza y melancolía, y no se precia de criar en sus aguas peces regalados y de estima, sino burdos y desabridos, bien diferentes de los del Tajo dorado, y esto que agora os digo, ¡oh primo mío!, os lo he dicho muchas veces, y, como no me respondéis, imagino que no me dais crédito, o no me oís, de lo que yo recibo tanta pena cual Dios lo sabe.
Largos estudios, áridos y desabridos, consumen la juventud del juez, a ésta suceden un continuo afán y retiro de las diversiones, y luego, hasta morir, una obligación diaria de juzgar de vidas y haciendas ajenas, arreglado a una oscura letra de dudoso sentido y de escrupulosa interpretación, adquiriéndose continuamente la malevolencia de tantos como caen bajo la vara de la justicia.
La edad sería poco más o menos de cuarenta años: la estatura alta, enjuto de carnes, y sus rasgos naturalmente toscos y desabridos daban la idea de un hombre endurecido en las fatigas de la guerra, más dispuesto a destripar botellas y repartir tajos y reveses, que a echar flores a las damas, o servir de adorno en los alcázares de los magnates.
Con todo esto parecíame haber tomado rango de hombre maduro y a los de mi edad llegué a tratarlos, de buena fe, como a chiquilines desabridos.
Habíase impuesto con rigor de anacoreta la prohibición de leer historias de guerras y conquistas, novelas, viajes y demás cosas incitativas de su espíritu activo, ayunaba de aquel pasto heroico, y para dominarse y flagelarse y someterse, apechugaba valeroso con los alimentos más desabridos de la literatura eclesiástica.
¡No sé qué más pensé! Levanteme de aquella antipática mesa, hastiado de alimentos fríos y desabridos, de las sillas que rechinaban amenazando desbaratarse, de los cuchillos a los cuales se les caía del mango, y de aquella anfitrionisa insoportable, cuyas farsas rayaban ya en lo maravilloso.
No sé qué fatal y desconocida fuerza me llevaba a no poder tratar más que asuntos comunes, desabridos y áridos, como una lección de mi cátedra.
, no de esos ángeles desabridos que pintan en los cuadros y en las poesías, los cuales vienen con consuelillos de moral emoliente, sino un ángel mundano que derrama sobre el corazón del desgraciado bálsamo eficaz.
Los árboles de los bosques apenas sí daban, como hoy, algunos desabridos é indigestos frutos.
Los desabridos rostros japoneses parecían hacer con su estupidez castiza el comentario más elocuente de la escena viva, y las mariposas de oro y plata reproducían, por arbitrio de la fantasía en aquella especie de estancia soñada, la sonrisa jeroglífica de la marquesa de Tellería.
Iba al teatro, no porque gozara con el espectáculo, sino por huir de la soledad de la posada, y por costumbre, por seguir a los suyos, que al fin lo eran los de la compañía, aunque para ella desabridos, fríos, distraídos, casi indiferentes.
¿Vivirán estos apuntes más que la mano que los escribe? Por sí o por no, y contando con que ha de saltar, andando los tiempos, un erudito rebuscador o prendero de papeles inútiles que coja estos míos, les sacuda el polvo, los lea y los aderece para servirlos en el festín de la general lectura, he de poner cuidado en que no se me escape cosa de interés, en alumbrarme y guiarme con la luz de la verdad, y en dar amenidad gustosa y picante a lo que refiera, que sin un buen condimento son estos manjares tan indigestos como desabridos.
Era, por tanto, cosa de maravillarse cómo un hombre tan irritable y tan severo tenía el concepto y aun el nombre de bueno, y es que, en mi opinión, aunque difícil, no es imposible que, al modo del vino, un hombre sea al mismo tiempo dulce y picante, así como otros que son tenidos por dulces son desabridos y dañosos para los que los experimentan, y aun de Hipérides se refiere haber dicho, hablando al pueblo: “No miréis, oh Atenienses, si soy amargo, sino si lo soy de balde”, como si la muchedumbre temiera y aborreciera sóloa los que son molestos y dañosos con su avaricia, y no estuviera peor con los que abusan del poder por desprecio y envidia o por encono y rencilla.
Cuando, desvanecida enteramente esta diferencia, la ciudad vino a ser toda como de un temple y una sola, puso completamente bajo su disposición a Atenas y cuanto de los Atenienses dependía, los tributos, los ejércitos, las naves, las islas y el mar, y un poder de gran fuerza, no sólo por los Griegos, sino también por los bárbaros, a causa de que se consideraba fortalecido con pueblos que les estaban sujetos, y con la amistad y alianza de reyes poderosos, y entonces ya no fue el mismo, ni del mismo modo manejable por el pueblo, dejándose llevar como el viento de los deseos de la muchedumbre, sino que en vez de aquella demagogia que tenía flojas e inseguras las riendas, como en vez de una música muelle y blanda, planteó un gobierno aristocrático, y, en cierta manera, regio, y empleándole siempre con rectitud e integridad para lo mejor, unas veces con la persuasión y con instruir al pueblo y otras con la firmeza y la violencia si le hallaba renitente, puso mano en todo lo que le parecía útil, imitando en esto al médico que en la curación de una enfermedad complicada y habitual, ora se vale de lo dulce y agradable, y ora de remedios desabridos, conducentes a la salud.
viviendo penados y desabridos.
—De ningún modo, porque allí no hay podridos ni porfiados, ni temáticos, desabridos,.
perdido para todo lo bueno, sin arrostrar jamás a cosa de substancia, hombres desabridos en.
Separáronse, pues, más desabridos que nunca, y el señor de Arganza le amenazó con que pondría de manifiesto ante los ojos del rey la preferencia que daba a sus rencillas e intereses particulares sobre el procomún de la tierra y de la corona.
Sus sentimientos personales, además, habían sufrido grande alteración, y el árbol de su ambición comenzaba a dar tan amargos y desabridos frutos, que a costa de su vida hubiera querido arrancarlo, pero sus raíces se habían ahondado en el corazón de su hija y sólo arrancándolo con ellas pudiera lograr su objeto.
Los días que siguieron al encierro de doña Beatriz fueron, efectivamente, para el señor de Bembibre todo lo penosos y desabridos que le hemos oído decir, y aún algo más.
El Ministro le pasaba la mano por el lomo, le llamaba «mi excelente don Simón», y hasta le daba un cigarro o se le pedía, y los porteros del Ministerio, esos proverbiales cancerberos, bruscos y desabridos hasta la ferocidad con todo simple mortal, con él se descoyuntaban a reverencias y cortesías.
Sus mayores congojas eran el tomar el primer alimento: unos caldos insípidos, desabridos, que don Víctor enfriaba a soplos, soplando con fe y perseverancia, dando a entender su celo y su cariño en aquel modo de soplar.
Ana sentía deshacerse el hielo, humedecerse la aridez, pasaba la crisis, pero no como otras veces, no se resolvería en lágrimas de ternura abstracta, ideal, en propósitos de vida santa, en anhelos de abnegación y sacrificios, no era la fortaleza, más o menos fantástica, de otras veces quien la sacaba del desierto de los pensamientos secos, fríos, desabridos, infecundos, era cosa nueva, era un relajamiento, algo que al dilacerar la voluntad, al vencerla, causaba en las entrañas placer, como un soplo fresco que recorriese las venas y la médula de los huesos.
Si la sirvienta la pedía algo que necesitaba o sucedía algo que viniese a interrumpirla en el éxtasis de la lectura, se irritaba y prorrumpía en gritos desabridos.

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