Ejemplos con dentelladas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Los anchos labios del rinoceronte blanco le permiten dar grandes dentelladas en las plantas no leñosas, con lo que suplen su falta de incisivos.
Cuando terminó de comer dijo que el ahora se comía su cuchara y por tanto a los acompañantes también, y les obligó a dar algunas dentelladas a sus cucharas de madera.
En ciertas especies puede observarse mordiscos de amor o cicatrices producto del apareamiento, dentelladas, cortes y marcas semicirculares de las mandíbulas en los flancos, el dorso, aletas pectorales y encima de las branquias.
Se combatió porfiadamente con arma blanca, con los brazos, piernas y puños hasta dentelladas.
De no ser así, esta sería arrojada a los perros y como es de suponer, acabaría destrozada por las mortíferas dentelladas de los canes.
Así, a puro esfuerzo, entre flaquezas e impulsos, entre dentelladas y sonrisas, sin morder el mérito ajeno, caminando siempre del lado de los pobres, y sin andar de pedigüeño por entre bastidores y escaleras, se hizo hombre, ¡grande hombre!, el niño bondadoso del hogar infeliz, el sufrido presidiario de las canteras de Medina, el joven enfermizo y desterrado de la península ibera, nuestro José Martí.
Después salía un lobo a morderla, con un hocico que recordaba vagamente al odiado , y reñían los dos animales a dentelladas, y salía su padre con un garrote, y ella lloraba como si la soltasen en las espaldas los garrotazos que recibía su pobre perro, y así seguía desbarrando su imaginación, pero viendo siempre en las atropelladas escenas de su ensueño al nieto del tío , con sus ojos azules y su cara de muchacha cubierta por un vello rubio, que era el primer asomo de la edad viril.
Hasta las crucecitas de sus extremos fueron sustituídas por otras que la navaja de Batiste trabajó cucamente, adornando sus aristas con dentelladas muescas, y no hubo en todo el contorno techumbre que se irguiera más gallarda.
Sobre la mesa veíanse, formando círculo, varias bandejas con pasteles de espuma, blancos en su base, destilando almíbar, dorados suavemente en sus dentelladas crestas, y entre los cuales asomaba la tarjeta del que enviaba el dulce recuerdo, dos grandes tortadas ostentando en su superficie de azúcar pulido como un espejo frutas confitadas en caprichosos grupos, y en el centro de la mesa el ramillete de casa Burriel, arquitectura de turrón, y merengue que afectaba la forma de un castillo surgiendo de un montón de flores y rematado por una bailarina que, montada sobre un alambre, danzaba temblorosa sobre la obra maestra de confitería.
Estuvieron batiéndose con ferocidad, a distancia como de treinta pasos, tirándose de los pelos, dándose dentelladas y cayendo juntas en la mezcla inarmónica de sus propios sonidos.
Sus dentelladas ensanchaban el agujero en que se había metido, todo caía ante ella.
La multitud subía y bajaba, abría alacenas, rompía tapices, volcaba sofás y sillones, creyendo encontrar tras alguno de estos muebles al objeto de su ira, violentaba las puertas a puñetazos, hacía trizas a puntapiés los biombos pintados, desahogaba su indignación en inocentes vasos de China, esparcía lujosos uniformes por el suelo, desgarraba ropas, miraba con estúpido asombro su espantosa faz en los espejos, y después los rompía, llevaba a la boca los restos de cena que existían aún calientes en la mesa del comedor, se arrojaba sobre los finos muebles para quebrarlos, escupía en los cuadros de Goya, golpeaba todo por el simple placer de descargar sus puños en alguna parte, tenía la voluptuosidad de la destrucción, el brutal instinto tan propio de los niños por la edad como de los que lo son por la ignorancia, rompía con fruición los objetos de arte, como rompe el rapaz en su despecho la cartilla que no entiende, y en esta tarea de exterminio la terrible fiera empleaba a la vez y en espantosa coalición todas sus herramientas, las manos, las patas, las garras, las uñas y los dientes, repartiendo puñetazos, patadas, coces, rasguños, dentelladas, testarazos y mordiscos.
Ya se zampaba regaladamente un vaso de vidrio, ya se daba una ducha con manga de riego, ya se tragaba un tenedor, ya se liaba a dentelladas con un perro de presa o con un gato enrabizado y furioso.
Aún no había expirado el mes, cuando comenzaron a invadir la vega, por todas sus portillas, carros con altos adrales, y cada familia en su heredad, pela aquí, pela allí, panojas al garrote y garrotados de panojas a los carros, de vez en cuando, sube que sube los adrales, según iban llenándose las teleras, después, los calabazos encima de las panojas y en el payuelo de la pértiga, y hala para casa, a campo travieso, primero, tirando los bueyes dentelladas furtivas al retoño ajeno, y después, por la cambera, canta que canta el eje, untado con tocino, y ya en el portal el carro, allá va la carga de panojas arrastrada con las trentes sobre los garrotes, tan pronto llenos como subidos al desván, al hombro del mocetón o sobre la cabeza de su hermana: en una pila el maíz, y aparte los calabazos, de éstos, los duros y berrugones a un lado, para la olla, y a otro, los blandos y aguachones, para los cerdos.
Calmados los ímpetus poco a poco, los sesudos bueyes humillaron la cabeza sobre el elegido terreno para pacer de veras y a qué quieres estómago, trocose en manso lago, sobre este prado o aquella heredad, cada rebaño que antes fue torrente de ovejas, enderezose el burro, harto de revolcarse, y sin sacudirse la basura, ahogó los últimos suspiros, roncos y desconcertados, entre cogollos de helechos arrancados a la sombra de una mimbrera terminal, los potros, dejando de correr, cruzaron de dos en dos los enjutos cuellos, se expulgaron a dentelladas y por largo rato.
Ya en esto, venía para ellos un rayo en monstruo dando crueles dentelladas, espumando.
bruscas dentelladas, en tanto que la cobra sacudía desesperada.
Mordía su pañuelo a dentelladas.
Y he aquí que inmediatamente le acogieron los ladridos de todos los perros de los diversos barrios por donde pasaba, que al ver a aquel extranjero a quien no conocían y que así violaba las fronteras de que eran ellos guardianes, hubieron de perseguirle a dentelladas hasta los límites respectivos.
No podré ahora precisar la suerte de pétreas cadenas que, anillándose en mis costados, en mis sienes, en mis muñecas, en mis tobillos, hasta echarme sangre, mordiéronme con fieras dentelladas, cuando percibí aquella especie de doméstica jauría.
agua para escaparse a las dentelladas de la tonina.
Los niños, sin esperar a que se terminase la distribución, mordían a dentelladas el pan excelente, bien cocido y crocante, del conde.

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