Ejemplos con decidió

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Al fin se decidió la retirada, y por cumbres y barrancas hinchadas de lluvia se fue realizando la triste operación acosados por el enemigo, dejando una estela de muertos y prisioneros.
Sólo entonces se decidió a hablar.
El apóstol vió al cabo que él y todos los cristianes tenían que morirse, pero como no podía renunciar a la felicidad, decidió que no se moría sino el cuerpo, y que el espíritu, inmortal, penetraba en el reinado de Cristo, en la Gloria.
¡Entonces sí que maldijo con todo su corazón la hora en que salió de su casa, y el momento en que se decidió a pisar el campo de la política y a dejar las apacibles tareas de sus fáciles negocios, a trocar el prestigio y la consideración de que gozaba entre los prohombres de su país, por una ilusión de grandeza, que, en realidad, sólo le había valido desengaños, y empezaba a amenazarle con la ruina y la miseria!.
Como el duque de Gandía ante el cadáver de la emperatriz, Felicita decidió allí mismo no volver a enamorarse de imágenes mudables, perecederas, y consagrar a Dios su doncellez.
Entonces comprendió don Simón que no bastaban sus propios elementos para conjurar los que se le ponían enfrente, y se decidió, como los malos predicadores, a sacar el Cristo para conmover más fácilmente.
Pilar dudó buen rato, como los niños ante una bandeja de dulces diversos, por último se decidió, eligiendo dos gotitas de agua para las orejas, y un espejo portátil de oro cincelado, joya caprichosa y novísima, que se colgaba de la cintura y sólo la sueca llevaba aún en Vichy.
Entonces se decidió prontamente, y con agilidad digna de un muchacho de veinte años, saltó a la vía y rompió a correr hacia la fonda.
Como veinte años antes de la historia que vamos narrando, llegaron a la ciudad donde sucedió, un caballero de mediana edad y su esposa, nacidos ambos en España, de donde, en fuerza de cierta indómita condición del honrado don Manuel del Valle, que le hizo mal mirado de las gentes del poder como cabecilla y vocero de las ideas liberales, decidió al fin salir el señor don Manuel, no tanto porque no le bastase al Sustento su humilde mesa de abogado de provincia, cuanto porque siempre tenía, por moverse o por estarse quedo, al guindilla, como llaman allá al policía, encima, y porque, a consecuencia de querer la libertad limpia y para buenos fines, se quedó con tan pocos amigos entre los mismos que parecían defenderla, y lo miraban como a un celador enojoso, que esto más le ayudó a determinar, de un golpe de cabeza, venir a las Repúblicas de América , imaginando, que donde no había reina liviana, no habría gente oprimida, ni aquella trabilla de cortesanos perezosos y aduladores, que a don Manuel le parecían vergüenza rematada de su especie, y, por ser hombre él, como un pecado propio.
Cuando el amenazó con su bastón a un mastín que se pegaba a las piernas de sus amos, aquella gente sencilla se decidió a salir del templo antes que abandonar al fiel compañero de su vida selvática.
Por fin se decidió a seguirlas, y bajó los siete escalones del claustro, pues la catedral, edificada en un barranco, se halla más baja que las calles contiguas.
Batiste y su familia no se dieron cuenta de cómo se inició el suceso inaudito, inesperado, quién fué el primero que se decidió a pasar el puentecillo que unía el camino con los odiados campos.
Dudaba, permanecía quieto, como el que desea retrasar el momento de una resolución importante, y al fin se decidió a bajar al mercado.
Mas, con gran sorpresa suya, pasó todo el día del lunes, y pasó también el martes, y llegó y pasó asimismo el miércoles, sin que ningún coche parase a la puerta, ni atravesase una sola visita las antesalas, ni recibiera el oso del vestíbulo en su bandeja ninguna tarjeta, ni llegara tampoco el menor recado, la más insignificante misiva de atención, de interés o de consuelo Aterróla entonces aquella soledad, que no sabía explicarse, porque ignoraba que la opinión había atravesado en el dintel de su puerta el cadáver de Jacobo, mas cuando llegaron a su noticia las voces que corrían y supo que una pérfida y misteriosa mano explotaba el funesto hallazgo de la capa de pieles, para hacer recaer sobre ella las sospechas del crimen, tuvo en su soledad vértigos de ira, estremecimientos de fiera acorralada, y decidió desafiar frente a frente a la calumnia con un golpe de enérgica audacia.
Aquella noche, mientras desvelado daba vueltas en el lecho sin poder desechar su inquietud, no obstante sus razonamientos, decidió, sin embargo, no esperar esta vez para tomar un partido, al tercer acto de la estúpida comedia, a la llegada del tercer sellito.
El niño se decidió al fin, y levantóse para mirar un momento, con la paleta en una mano y el tiento en la otra.
¡Cosa extraña y, sin embargo, harto común en caracteres como el de Jacobo! Cuatro horas llevaba este batallando consigo mismo sin osar decidirse, y de repente, en un momento, con cuatro palabras tan sólo, quemó sus naves y decidió su suerte.
Fue todo aquello una grotesca escena de sainete, acaecida en un segundo, y, sin embargo, aquella pequeña y ridícula trivialidad de la vida decidió para siempre de la suerte de Jacobo.
Aún vaciló un momento, y miró a todas partes otra vez, y prestó oído atento a los lejanos rumores del bulevar, bocanadas de locura y de placer que escalaban las ventanas, y se decidió por último.
Los criados, diseminados por la casa, no acudían a su llamada, y prefiriendo Villamelón los riesgos de otra muerte a la muerte de hambre, decidió al cabo levantarse y escurrirse por pasadizos y corredores hasta la misma cocina, en busca del cotidiano alimento: una vez en posesión de él, refugióse en el rincón más cercano y allí comenzó a devorarlo.
Kate pareció titubear un momento y se decidió al fin a decir tímidamente:.
Currita decidió entonces volverse a su casa, y el marqués de Butrón se despidió también en el acto.
Prevaleciendo y aun privando en Villafría tan sanas doctrinas acerca de la longevidad de los noviazgos, ya se hará cargo el lector del asombro que produciría aquel arrebato, aquella impremeditación con que doña Luz se decidió.
¡Vaya un asco! ¡Como si aquel estudiante honorario hubiese asistido al curso de anatomía media docena de veces! Al fin, el tío, en vista de las protestas, se decidió a destrozar la pieza, pues en su calidad de solterón sabía un poco de todo.
Fue el Jueves Santo por la mañana cuando Juanito se decidió a emprender el asunto.
Fortunata daba suspiros, sin que el anciano se enterase de esta expresiva manifestación de disgusto, y al fin, ella, comprendiendo que era inútil esperar de aquella ruina apuntalada un consuelo y un consejo, decidió retirarse.
Decidió retirarse, descontento de no haber encontrado solo a Juan Pablo, pues delante del farmacéutico no podía hablar del espinoso asunto que entre manos traía.
Cuando Feijoo entró en el café de Madrid, Juan Pablo no había llegado aún, y decidió esperarle en el sitio que su amigo acostumbraba ocupar.
La suerte fue que vino Patricia, y entonces se decidió la señora a asistir a la ceremonia.
Empezó por tocar con los dedos tímidamente una pulsera de monedas antiguas que Jacinta llevaba, y viendo que no le reñían por este desacato, sino que la señora aquella tan guapa le apretaba contra sí, se decidió a examinar el imperdible, los flecos del mantón y principalmente el manguito, aquella cosa de pelos suaves con un agujero, donde se metía la mano y estaba tan calentito.

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