Ejemplos con cuarto

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Y a las doce, pasaremos ante la ventana de los niños en cortejo de disfraces y de luces, tocando almireces, trompetas y el caracol que está en el último cuarto.
Quiere usted darme a entender que le he metido en el Seminario para un cuarto de hora solamente y que no desea usted dilatarse en este lugar ni un minuto más de lo imprescindible.
Mi pasión no se me hizo patente hasta el cuarto curso de seminario.
Comprimiremos estos años hasta dejarlos reducidos al volumen de un cuarto de hora.
Estos raros fenómenos o alucinaciones en que Felicita se veía envuelta, a causa, tal vez, de la debilidad, se exageraron cuando entró, en el cuarto mortuorio.
Llevaba ya lloviendo un cuarto de luna.
No pudo presentarse el Estudiantón a Belarmino con carta de recomendación más eficaz ni credencial más honrosa que aquel mal llamado par de botas, pues en rigor era un cuarto o un octavo de unas botas.
¿Quiere usted que comamos juntos, aquí, en mi cuarto? Lo que le va a envidiar a usted doña Emerenciana.
Hago un cuarto de rotación sobre el giratorio paquidermo, y ahora observo a la niña desde otra perspectiva: la filológica.
Al cuarto día de ausencia, Felicita no pudo resistir más, y envió a Telva a la fonda del Comercio, a que averiguase discretamente qué era de don Anselmo Novillo.
Una criada de la hospedería, acompañada de Patón, subió al cuarto de los novios.
Llevó consigo el mamotreto, debajo del brazo, y aquella noche, en un entreacto, entre y , fué al cuarto del bufo Celemín, director y primer actor de la compañía, y le dijo, a tiempo que le entregaba el manuscrito:.
Estaremos en uno de esos rincones un cuarto de hora justo, viviremos luego cien años, y no se despegará de nuestros sentidos aquella sensación de verdín, de cardenillo vegetal, de frío en los tuétanos y de contigüidad con exangües lombrices, dúctiles y ondulantes cirios de cera amarilla.
La duquesa me encerró en un cuarto oscuro, y allí me tuvo la semana que faltaba para volver al Seminario.
Si usted tiene en su habitación un diván, o siquiera una butaca, yo puedo dormir allí, si usted no tiene inconveniente, y que Angustias quede en este cuarto.
Era una barraca vieja, sin más luz que la de la puerta y la que se colaba por las grietas de la techumbre, las paredes de dudosa blancura, pues la señora maestra, mujer obesa que vivía pegada a su silleta de esparto, pasaba el día oyendo y admirando a su esposo, unos cuantos bancos, tres carteles de abecedario mugrientos, rotos por las puntas, pegados al muro con pan mascado, y en el cuarto inmediato a la escuela unos muebles, pocos y viejos, que parecían haber corrido media España.
Le había oído arrastrarse del mismo modo un cuarto de hora antes, cuando intentaba sin duda matarle por la espalda, y al verse descubierto huyó a gatas del camino para apostarse más allá, en el frondoso cañar, y acecharlo sin riesgo.
Por primera vez en su vida pasó la hilandera más de un cuarto de hora ante el medio palmo de cristal con azogue y marco de pino barnizado que le regaló su padre, espejo en el que había que contemplar la cara por secciones.
Roseta guardaba el regalo en su cuarto, como si fuese la misma persona de su novio, y lloraba cuando sus hermanos, la gente menuda que tenía por nido la barraca, en fuerza de admirar a los pajaritos, acababan por retorcerles el pescuezo.
Oyó sordos crujidos como de cañas que estallan lamidas por la llama, y hasta vió danzar las chispas agarrándose como moscas de fuego a la cortina de cretona que cerraba el cuarto.
¿Qué luz deslumbrante iluminaba su ? Aún veía la boca del infierno, que era igual a la puerta de su cuarto, arrojando humo y rojizo resplandor.
Revolvió Teresa todo su cuarto, buscando en el fondo de las arcas, rasgando lienzos, desliando vendas, mientras la muchacha lavaba y volvía a lavar los labios de aquella hendidura sangrienta que partía como un sablazo el carnoso hombro.
La madre no sabía mas que llorar, metida en un ángulo del cuarto, encogida, apelotonada, pequeña como una niña, como si se esforzase por anularse y desaparecer.
Su mujer salió a la puerta del cuarto con los ojos hinchados, enrojecidos, y el pelo en desorden, revelando en su aspecto cansado varias noches pasadas en vela.
Los primeros perfumes de la naciente primavera se extendieron por el cuarto, que olía a medicinas, y cuyo ambiente pesadísimo parecía cargado de insomnio y suspiros.
Tenían sus apasionados, que se encargaban de ocupar el cuarto sitio en la partida, y al llegar la noche, cuando la masa de espectadores se retiraba a sus barracas, quedábanse allí viendo cómo jugaban a la luz de un candil colgado de un chopo, pues era hombre de malas pulgas, incapaz de aguantar la pesada monotonía de esta apuesta, y así que llegaba la hora de dormir cerraba su puerta, dejando en la plazoleta a los jugadores después de renovar su provisión de aguardiente.
Venía a pagar, ¿eh? Y el socarrón, al oir la pregunta de la señora de Pajares, siempre contestaba lo mismo: No, señora, no podía pagar porque estaba sin un cuarto.

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