Ejemplos con creció

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

En amaneciendo fueron costeando lo restante de esta bahia: a las ocho bajó la lancha, sin poder sacarla hasta las dos y media de la tarde, que creció la marea, y rodeada toda la bahia, se volvieron al navio, y en toda ella no hallaron agua dulce, ni leña, sino tal cual matorral de sabina y espino.
El capitán von Hartrott creció de pronto con violento estirón.
Creció la niña como lozano arbusto nacido en fértil tierra: dijérase que se concentraba en el cuerpo de la hija la vida toda que por su causa hubo de perder la madre.
En aquellos grandes ojos extáticos, tembló al fin una lágrima, creció, vaciló desprendióse rodando, dejando húmedo surco sobre sus mejillas marchitas, y cayó como una gota de fuego sobre su mano, que se dejó quemar sin moverse.
La indignación contra el grosero interruptor creció a tal punto con estas humildes palabras, que se oyen gritos amenazadores y muchos agitan los puños frente al sitio de donde había partido la voz.
En él se realizó el milagro: de un huevo de paloma nació un águila, en el áspero huerto creció el lirio perfumador.
La giba de estiércol, que formaba una cortina defensiva ante la barraca, creció rápidamente, y más allá amontonáronse centenares de ladrillos rotos, maderos carcomidos, puertas destrozadas, ventanas hechas astillas, todos los desperdicios de los derribos de la ciudad.
Creció la marejada al compás de aquel rigodón, comenzando a sublevarse los pudores de todas las que se creían con derecho a tomar parte en aquella honorífica cuadrilla.
Creció Bárbara en una atmósfera saturada de olor de sándalo, y las fragancias orientales, juntamente con los vivos colores de la pañolería chinesca, dieron acento poderoso a las impresiones de su niñez.
La suscripción fija creció tanto que al año pude tomar la casa de la calle de Alburquerque, que tiene un gran patio y mucho desahogo.
Creció el asombro de Plácido cuando vio que la señora, después de tratar como en broma un portal de los más bonitos, lo compró.
Creció su admiración al observarse en clase contestando con relativa facilidad a las preguntas del profesor y al notar que se le ocurrían apreciaciones muy juiciosas, y el profesor y los alumnos se pasmaban de que se hubiera despabilado como por ensalmo.
La confidencia que tan difícil era con otra persona, resultaba fácil con la cocinerita, y el hombre se creció después de dichas las primeras palabras.
La otra, en cambio, se creció de repente por una sacudida de su conciencia.
Pero Dios quiso curarme, y poco a poco aquellos estados fueron pasando, y la razón, que estaba muerta, empezó a nacer, primero chiquitita, y después creció tanto, tanto, que se me hizo un cerebro nuevo, y fui otro hombre, señora.
Desde la derrota, se desmejoró más de lo que estaba, y creció su abatimiento físico y moral.
Aquí fué el gritar del pueblo: aquí el amohinarse el tio alcalde: aquí el desmayarse Preciosa, y el turbarse Andres de verla desmayada: aquí el acudir todos a las armas, y dar tras el homicida, creció la confusion, creció la grita, y por acudir Andres al desmayo de Preciosa, dejó de acudir a su defensa, y quiso la suerte que Clemente no se hallase al desastrado suceso, que con los bagajes habia ya salido del pueblo: finalmente, tantos cargaron sobre Andres, que le prendieron y le aherrojaron con dos muy gruesas cadenas: bien quisiera el alcalde ahorcarle luego, si estuviera en su mano, pero hubo de remitirle a Murcia, por ser de su jurisdicion: no le llevaron hasta otro dia, y en el que allí estuvo pasó Andres muchos martirios y vituperios, que el indignado alcalde y sus ministros, y todos los del lugar le hicieron.
Mandó el teniente que el tal Losada reconociese la cédula, y que si la reconociese, le sacasen prendas de la cantidad, o le pusiesen en la cárcel: tocó hacer esta diligencia a mi amo y al escribano su amigo: llevóles el ladron a la posada del otro, y al punto reconoció su firma, y confesó la deuda, y señaló por prenda de la ejecucion el caballo, el cual visto por mi amo, le creció el ojo y le marcó por suyo, si acaso se vendiese.
Con esta prision, que sobrevino sobre la pendencia, creció la fama de mi cobarde, que lo era mi amo mas que una liebre, y a fuerza de meriendas y tragos sustentaba la fama de ser valiente, y todo cuanto con su oficio y con sus inteligencias granjeaba, se le iba y desaguaba por la canal de la valentía.
Aquí fué ello: aquí sí que fué cuando se aumentaron las voces y creció la confusion, porque dijo la huéspeda: Señor alguacil y señor escribano, no conmigo tretas, que entrevo toda costura: no conmigo dijes ni poleos, callen la boca, y váyanse con Dios, si no, por mi santiguada que arroje el bodegon por la ventana, y que saque a plaza toda la chirinola desta historia, que bien conozco a la señora Colindres, y sé que há muchos meses que es su cobertor el señor alguacil, y no hagan que me aclare mas, sino vuélvase el dinero a este señor, y quedemos todos por buenos, porque yo soy mujer honrada, y tengo un marido con su carta de ejecutoria, y con , con sus colgaderos de plomo, Dios sea loado, y hago este oficio muy limpiamente y sin daño de barras: el arancel tengo clavado donde todo el mundo le vea, y no conmigo cuentos, que por Dios que sé despolvorearme: bonita soy yo, para que por mi órden entren mujeres con los huéspedes: ellos tienen las llaves de sus aposentos, y yo no soy quince, que tengo de ver tras siete paredes.
Creció la niña con tanta belleza, que nos hacía acordar de la de su madre, que la tuvo muy grande, y, con todo esto, se juzgaba que le había de pasar la de la hija.
Cerró la noche, apresuraron el paso, creció en los dos presos el miedo, y más cuando oyeron que de cuando en cuando les decían:.
Al par y al paso destas virtudes, que yo creo que lo son, creció mi hermosura, si es que tengo alguna, y, aunque mi recato y mi encerramiento fue mucho, no debió de ser tanto que no tuviese lugar de verme un mancebo caballero, llamado don Gaspar Gregorio, hijo mayorazgo de un caballero que junto a nuestro lugar otro suyo tiene.
Quedó la duquesa admirada de la desenvoltura de Altisidora, que, aunque la tenía por atrevida, graciosa y desenvuelta, no en grado que se atreviera a semejantes desenvolturas, y, como no estaba advertida desta burla, creció más su admiración.
Finalmente, como yo tuviese fama de gran labrandera, mi señora la duquesa, que estaba recién casada con el duque mi señor, quiso traerme consigo a este reino de Aragón y a mi hija ni más ni menos, adonde, yendo días y viniendo días, creció mi hija, y con ella todo el donaire del mundo: canta como una calandria, danza como el pensamiento, baila como una perdida, lee y escribe como un maestro de escuela, y cuenta como un avariento.
Don Quijote y Sancho se levantaron maltrechos, y, mirando a todas partes, quedaron atónitos de verse en el mesmo jardín de donde habían partido y de ver tendido por tierra tanto número de gente, y creció más su admiración cuando a un lado del jardín vieron hincada una gran lanza en el suelo y pendiente della y de dos cordones de seda verde un pergamino liso y blanco, en el cual, con grandes letras de oro, estaba escrito lo siguiente:.
Del famoso reino de Candaya, que cae entre la gran Trapobana y el mar del Sur, dos leguas más allá del cabo Comorín, fue señora la reina doña Maguncia, viuda del rey Archipiela, su señor y marido, de cuyo matrimonio tuvieron y procrearon a la infanta Antonomasia, heredera del reino, la cual dicha infanta Antonomasia se crió y creció debajo de mi tutela y doctrina, por ser yo la más antigua y la más principal dueña de su madre.
Creció la edad, y con ella el amor de entrambos, que al padre de Luscinda le pareció que por buenos respetos estaba obligado a negarme la entrada de su casa, casi imitando en esto a los padres de aquella Tisbe tan decantada de los poetas.
Y, apartándose los dos a un lado del camino, tornaron a mirar atentamente lo que aquello de aquellas lumbres que caminaban podía ser, y de allí a muy poco descubrieron muchos encamisados, cuya temerosa visión de todo punto remató el ánimo de Sancho Panza, el cual comenzó a dar diente con diente, como quien tiene frío de cuartana, y creció más el batir y dentellear cuando distintamente vieron lo que era, porque descubrieron hasta veinte encamisados, todos a caballo, con sus hachas encendidas en las manos, detrás de los cuales venía una litera cubierta de luto, a la cual seguían otros seis de a caballo, enlutados hasta los pies de las mulas, que bien vieron que no eran caballos en el sosiego con que caminaban.

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