Ejemplos con cordura

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Muy pronto se establecieron diferentes sectas: belarminianos y antibelarminianos, entre los belarminianos había disidencia: unos sostenían que Belarmino estaba loco, y otros que cuerdo, los partidarios de la cordura divergían en estimar si el lenguaje belarminiano era o no descifrable, por último, los que se inclinaban por la presunta inteligibilidad de los discursos de Belarmino, disentían en lo tocante al fondo de dichos discursos: quiénes afirmaban que, una vez vertidos al castellano, resultarían curiosos e interesantes, quiénes que, de seguro, se trataba de boberías sin interés, y que lo único curioso era la forma de expresión.
En cambio, la voz de la cordura, siempre prudente y mesurada, mostró ahora una tranquilidad heroica, hablando lo mismo que un hombre de paz que estima sus compromisos superiores a su vida.
¡Mentiras! ¡Siempre mentiras! , dijo en su cerebro la voz de la cordura.
Fué tal vez la voz de los buenos consejos, que hablaba en su cerebro en los instantes críticos y ahora había perdido su cordura Vió instantáneamente el mar, un buque que estallaba y su hijo hecho pedazos.
Ulises, varón impetuoso, incapaz de cordura al lado de una mujer, impuso en las noches el ejercicio de sus derechos.
Pero esta cordura de buena dueña de casa, esta supeditación de cónyuge a uso antiguo, ganosa de evitar toda molestia a su señor, no pudieron mantenerse mucho tiempo.
¡Entre qué gente vives!murmuraba en el interior de Ferragut la voz de la cordura.
Esta suposición le hacía sentir una cólera tan intensa, que hasta llegaba a dudar de su cordura el día en que volviera a tropezarse en cualquier puerto con marinos alemanes ¿Y Ferragut, un hombre honrado, un capitán bueno, al que todos elogiaban, podía ayudar al trasplante de tales horrores en el Mediterráneo?.
Ahora, al escuchar sus regocijados comentarios sobre la tranquila vida de Tòni y su filosófica cordura, volvió a decirse mentalmente, sin que el capitán pudiese adivinar nada en su rostro: Ya ha roto con la mujer: se ha cansado de ella.
Un asomo de cordura iniciábase en aquella mujer dominada por la vanidad y la soberbia.
¿Para qué quiero esta gran cordura que ahora tengo? Con mi cabeza me gobierno yo solo.
¡Ah!, ¡cómo me río yo de estos imbéciles que creen que me engañan! ¡Engañarme a mí, que estoy ahora más cuerdo que la misma cordura! ¡Dios mío, qué talento tengo! ¡Qué manera de discurrir! ¡Estoy asombrado de mí mismo, y compadezco a mi tía, a Ballester, a todos los que hacen delante de mí esta comedia! ‘Todavía no hay nada’, fue lo que dijo Quevedo al volver a la Cava.
Si estoy tan cuerdo, que me sobra cordura para darla a muchos que por cuerdos pasan.
Y ahora, por si alguien duda todavía de que yo sea la cordura andando, voy a dar a todos la última prueba de ella.
¿Y esto es cordura o qué es? Será lo que llaman filosofía Dios nos tenga de su mano, si después le da por la filosofía contraria.
Yo no me fío de la cordura de este caballerito, y siempre que le cojo a mano le registro, a ver si trae algún arma.
Allí cuchichearon algo referente a Fortunata, y habiéndole preguntado a la santa su parecer respecto al joven Rubín, la fundadora se expresó de este modo: Lo último que me ha dicho es el colmo de la sabiduría y de la cordura, pero.
Que mi locura, de la que con la ayuda de Dios he sanado, se me cuente como martirio, pues mis extravíos, ¿qué han sido más que la expresión exterior de las horribles agonías de mi alma? Y para que no quede a nadie ni el menor escrúpulo respecto a mi estado de perfecta cordura, declaro que quiero a mi mujer lo mismo que el día en que la conocí, adoro en ella lo ideal, lo eterno, y la veo, no como era, sino tal y como yo la soñaba y la veía en mi alma, la veo adornada de los atributos más hermosos de la divinidad, reflejándose en ella como en un espejo, la adoro, porque no tendríamos medio de sentir el amor de Dios, si Dios no nos lo diera a conocer figurando que sus atributos se transmiten a un ser de nuestra raza.
, su confesor don Vicente el canónigo, y Julián, aquel pedazo de sus entrañas elevado a la más alta dignidad que cabe en la tierra, ¿quién le vedaba el gustazo de juzgar a su modo la conducta del amo y las señoritas, de alardear de discreción, censurando melosa y compasivamente algunos de sus actos que ella si fuese señora no realizaría jamás, y de oír que personas de respeto alababan mucho su cordura, y conformaban del todo con su dictamen? Que si le habían contado a Julián, ¡Dios bendito! Pero una cosa era que se lo hubiesen contado, y otra que él lo pudiese repetir.
Rafael, quiso ir a ver lo que pasaba, aunque Calvete le dijo que no lo hiciese, por no ser cordura irse a meter en un manifiesto peligro, que él sabia bien cuán mal libraban los que en tales pendencias se metian, que eran ordinarias en aquella ciudad, cuando a ella llegaban galeras.
No sé qué tiene la virtud, que con alcanzárseme a mí tan poco o nada della, luego recebí gusto de ver el amor, el término, la solicitud y la industria con que aquellos benditos padres y maestros enseñaban a aquellos niños, enderezando las tiernas varas de su juventud, porque no torciesen ni tomasen mal siniestro en el camino de la virtud, que juntamente con las letras les mostraban: consideraba cómo los reñian con suavidad, los castigaban con misericordia, los animaban con ejemplos, los incitaban con premios, y los sobrellevaban con cordura, y finalmente, cómo les pintaban la fealdad y horror de los vicios, y les dibujaban la hermosura de las virtudes, para que aborrecidos ellos y amadas ellas consiguiesen el fin para que fueron criados.
—No solamente no vino, pero de allí a ocho dias supe por nueva cierta que se habia ausentado de su pueblo y llevado de casa de sus padres a una doncella de su lugar, hija de un principal caballero, llamada Teodosia, doncella de estremada hermosura y de rara discrecion, y por ser de tan nobles padres, se supo en mi pueblo el robo, y luego llegó a mis oidos, y con él la fria y temida lanza de los celos que me pasó el corazon, y me abrasó el alma en fuego tal, que en él se hizo ceniza mi honra y se consumió mi crédito, se secó mi paciencia y se acabó mi cordura: ¡Ay de mí, desdichada! que luego se me figuró en la imaginacion Teodosia mas hermosa que el sol, y mas discreta que la discrecion misma, y sobre todo mas venturosa que yo sin ventura.
Aquí dió fin Preciosa a su canto, y Andres y Clemente se levantaron a recebilla: pasaron entre los tres discretas razones, y Preciosa descubrió en las suyas su discrecion, su honestidad y su agudeza, de tal manera que en Clemente halló disculpa la intencion de Andres, que aun hasta entónces no la habia hallado, juzgando mas a mocedad que a cordura su arrojada determinacion.
Señor respondió Sancho, que el retirar no es huir, ni el esperar es cordura, cuando el peligro sobrepuja a la esperanza, y de sabios es guardarse hoy para mañana y no aventurarse todo en un día.
¡Oh señor dijo don Antonio, Dios os perdone el agravio que habéis hecho a todo el mundo en querer volver cuerdo al más gracioso loco que hay en él! ¿No veis, señor, que no podrá llegar el provecho que cause la cordura de don Quijote a lo que llega el gusto que da con sus desvaríos? Pero yo imagino que toda la industria del señor bachiller no ha de ser parte para volver cuerdo a un hombre tan rematadamente loco, y si no fuese contra caridad, diría que nunca sane don Quijote, porque con su salud, no solamente perdemos sus gracias, sino las de Sancho Panza, su escudero, que cualquiera dellas puede volver a alegrar a la misma melancolía.
Quisiera el del Verde Gabán oponérsele, pero viose desigual en las armas, y no le pareció cordura tomarse con un loco, que ya se lo había parecido de todo punto don Quijote, el cual, volviendo a dar priesa al leonero y a reiterar las amenazas, dio ocasión al hidalgo a que picase la yegua, y Sancho al rucio, y el carretero a sus mulas, procurando todos apartarse del carro lo más que pudiesen, antes que los leones se desembanastasen.
Por comisión del señor doctor Gutierre de Cetina, vicario general desta villa de Madrid, corte de Su Majestad, he visto este libro de la Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, por Miguel de Cervantes Saavedra, y no hallo en él cosa indigna de un cristiano celo, ni que disuene de la decencia debida a buen ejemplo, ni virtudes morales, antes, mucha erudición y aprovechamiento, así en la continencia de su bien seguido asunto para extirpar los vanos y mentirosos libros de caballerías, cuyo contagio había cundido más de lo que fuera justo, como en la lisura del lenguaje castellano, no adulterado con enfadosa y estudiada afectación, vicio con razón aborrecido de hombres cuerdos, y en la correción de vicios que generalmente toca, ocasionado de sus agudos discursos, guarda con tanta cordura las leyes de reprehensión cristiana, que aquel que fuere tocado de la enfermedad que pretende curar, en lo dulce y sabroso de sus medicinas gustosamente habrá bebido, cuando menos lo imagine, sin empacho ni asco alguno, lo provechoso de la detestación de su vicio, con que se hallará, que es lo más difícil de conseguirse, gustoso y reprehendido.
Que considerase que, no acaso, como parecía, sino con particular providencia del cielo, se habían todos juntado en lugar donde menos ninguno pensaba, y que advirtiese dijo el cura que sola la muerte podía apartar a Luscinda de Cardenio, y, aunque los dividiesen filos de alguna espada, ellos tendrían por felicísima su muerte, y que en los lazos inremediables era suma cordura, forzándose y venciéndose a sí mismo, mostrar un generoso pecho, permitiendo que por sola su voluntad los dos gozasen el bien que el cielo ya les había concedido, que pusiese los ojos ansimesmo en la beldad de Dorotea, y vería que pocas o ninguna se le podían igualar, cuanto más hacerle ventaja, y que juntase a su hermosura su humildad y el estremo del amor que le tenía, y, sobre todo, advirtiese que si se preciaba de caballero y de cristiano, que no podía hacer otra cosa que cumplille la palabra dada, y que, cumpliéndosela, cumpliría con Dios y satisfaría a las gentes discretas, las cuales saben y conocen que es prerrogativa de la hermosura, aunque esté en sujeto humilde, como se acompañe con la honestidad, poder levantarse e igualarse a cualquiera alteza, sin nota de menoscabo del que la levanta e iguala a sí mismo, y, cuando se cumplen las fuertes leyes del gusto, como en ello no intervenga pecado, no debe de ser culpado el que las sigue.
Y es más fácil el quebrarse, y no es cordura ponerse a peligro de romperse lo que no puede soldarse.
De ese modo, no es cordura querer curar la pasión cuando los remedios son muerte, mudanza y locura.

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