Ejemplos con comprendió

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Al sentarse, comprendió que estaba peor que en ridículo, humillado, como un ídolo al que derriban.
Belarmino, con su intuición repentina de los sentimientos, comprendió lo que debía responder:
Entonces comprendió don Simón que no bastaban sus propios elementos para conjurar los que se le ponían enfrente, y se decidió, como los malos predicadores, a sacar el Cristo para conmover más fácilmente.
Apoderóse de él doña Juana, por ver si hallaba un poco de luz en tan pavorosa obscuridad, y aunque no comprendió por la lectura de las desvencijadas frases toda la verdad, temió lo más malo, y como en todo era extremosa, se desplomó sobre su marido, formando los dos cuerpos en el suelo un solo montón, y no pequeño.
Vio el cielo abierto Perico cuando supo que Miranda y su mujer seguían a Vichy, y comprendió que Lucía era la persona más a propósito para relevarle en acompañar a Pilar, y aún para hacer de enfermera en caso de necesidad.
Al verme libre, al ver a un cura, a quien reconoció desde luego, lo comprendió todo: corrió a mis brazos, y no pudiendo más, perdió el sentido.
Gabriel comprendió que despertaba una pena grande con sus preguntas y no dijo más, emprendiendo de nuevo la ascensión.
Oyendo a los carceleros en el inmediato corredor, comprendió el misterio.
Nunca como entonces comprendió Batiste la carga que pesaba sobre sus espaldas.
Doña Luz lo comprendió así, se complació en ello, y lo agradeció todo.
¡Nada! El ganadero comprendió lo que me pasaba, y desprendido, francote como era, veracruzano al fin, pagó por la anciana y por mí, antes de que dijésemos una palabra.
La joven comprendió al punto lo que iba yo a decirle, y se puso trémula, asustada, roja como una amapola.
El lugar, la ocasión daban a su acto mayor fealdad, y así lo comprendió en un rápido examen de conciencia, pero tenía la antigua y siempre nueva pasión tanto empuje y lozanía, que el espectro huyó sin dejar rastro de sí.
Cuando ya clareaba el día, sintió ruido en la casa, mas al punto comprendió lo que era.
La taimada viuda de Jáuregui comprendió que una sujeción absoluta sería perjudicial, y empezó a darle libertad.
Fortunata comprendió que también quería meterse con ella, mas no teniendo ganas de reñir, dejaba sin contestación sus refunfuños.
Cuando iban por la calle, doña Lupe, que comprendió cuánto había impresionado a su sobrina el encuentro con la señora de Santa Cruz, intentó dos o tres veces aludir a esto, pero la prudencia y un sentimiento de delicadeza retuvieron su charlatana lengua.
Cuando la prójima le vio entrar aquel día con el sombrero echado hacia atrás, los ojos chispeantes, los movimientos ágiles, comprendió que las noticias eran buenas.
Pronto comprendió que no podía apetecer mejor coyuntura para plantarse rápidamente en la calle y dar por terminado el enojoso trámite de la ruptura.
Fortunata no comprendió bien, y él se envalentonó con el silencio de ella.
Comprendió Rubín que los de la derecha eran asentadores de víveres y los de la izquierda filósofos de café.
La presa lo comprendió así, apresurándose a devorar la cena para abreviar.
Papitos le abrió la puerta, dirigiose a su cuarto sorprendido de ver luz en él, y al encarar con su tía, que estaba revolviendo el tercer cajón de la cómoda, comprendió que su secreto había sido descubierto, y le corrieron escalofríos de muerte por todo el cuerpo.
Comprendió que lo ridículo se le venía encima.
¡Qué había de ser sino alguna barbaridad de Juanín! Así lo comprendió Benigna, corriendo alarmada al comedor, de donde el temeroso estrépito venía.
Santa Cruz, en su perspicacia, lo comprendió, y trataba de librar a su esposa de la molestia de complacer a quien sin duda no lo merecía.
Demasiado comprendió que el comercio iba a sufrir profunda transformación, y que no era él el llamado a dirigirlo por los nuevos y más anchos caminos que se le abrían.
De golpe lo comprendió todo Julián y la sangre le dio gozoso vuelco.
Sintió también que le asían las manos otras manos despojadas de carne, consuntas, amojamadas y momias, comprendió que la guiaban hacia el estrado, y que le ofrecían uno de los sitiales, y apenas se hubo sentado en él, conoció con terror que el asiento se desvencijaba, se hundía, que se largaba cada pedazo del sitial por su lado sin crujidos ni resistencia, y con el instinto de la mujer encinta, se puso de pie, dejando que la última prenda del esplendor de los Limiosos se derrumbase en el suelo para siempre.
Comprendió que se apocaba y afligía.

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