Ejemplos con cola

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

es el que sigue irracionalmente opiniones ajenas, como la cola de los irracionales sigue al cuerpo.
Lo que estoy pensando tres años hace, desde que conocí que en esta recua siempre había de tocarme ir a la cola, lo que hubiera hecho entonces a tener el remedio entre las manos, como le tengo hoy: sacar a más de cuatro fachendosos a la vergüenza pública, y largarme en seguida con la música a otra parte.
Una sirena desnuda, fija a la puerta por su cola enroscada, sirve de llamador.
Detrás la cruz arzobispal y los canónigos por parejas, y en último término el prelado, con su cola roja, extendida en toda su longitud, llevada en alto por dos pajes.
Recordaba a sus hijos cuando se introducían en la cuadra para tirar de la cola al , el cual aguantaba con dulce pasividad todos los juegos de los chicos.
Junto a las corrientes de agua, en el centro del cauce y en las riberas que la humedad había cubierto de una débil capa de césped, trotaban las manadas de potros sin domar, al aire la luenga crin, arrastrando la cola por el suelo.
La acarició, metióle sus manos entre los morros, y con el ansia de tomar posesión de ella, puso un pie sobre el corvejón, se agarró a la cola y montó por la grupa como un moro.
Teresa, mientras tanto, examinaba con rostro grave la compra de su marido, calculando detenidamente si aquello valía treinta duros, la hija buscaba diferencias entre la nueva bestia y el , de feliz memoria, y los dos pequeños, con repentina confianza, tirábanle de la cola y le acariciaban el vientre, rogando en vano al hermano mayor que los subiera sobre su blanco lomo.
El buey de la izquierda, un hermoso buey sardo permanecía inmóvil, el otro, blanco, manchado de negro, se azotaba el lomo con la cola para espantar las moscas que le hostigaban.
Arriba, la fachada de piedra lisa, amarillenta, carcomida, con un retablo de gastada es cultura, dos portadas vulgares, una fila de ventanas bajo el alero, santos berroqueños al nivel de los tejados, y como final, el campanil triangular con sus tres balconcillos, su reloj descolorido y descompuesto, rematado todo por la fina pirámide, a cuyo extremo, a guisa de veleta y posado sobre una esfera, gira pesadamente el pájaro fabuloso, el popular con su cola de abanico.
Era una merluza de más de tres libras, que parecía de plomo brillante, con el escamoso vientre hundido en la salsa, un fresco cogollo de lechuga en la boca, y en torno de la cola unos cuantos rabanillos cortados en forma de rosas.
Primero pasaron los portadores de las banderolas, con sus dalmáticas de seda con las barras aragonesas y altas coronas de latón sobre melenas y barbazas de estopa, tras ellos el cura municipal, el famoso capellán de las , jinete en brioso caballo encaparazonado de amarillo, el manteo de seda descendiendo desde el alzacuello a la cola del caballo, y enseñando la limpia y blanca tonsura al saludar con el bonete al público de los balcones.
Doña Manuela, recogiéndose la cola de su bata teatral, bajó a la cuadra, no pasando de la puerta por miedo al caballo, que se revolcaba furioso.
¡Qué gallarda caía en torno del taburete la ondulante cola de aquella falda!.
Sabido es que hay cometas , y , según que su apéndice afecta la forma de unas barbas, de una cola o de una melena, y que la cola llega a tener a veces tal extensión, que ocupa la mitad del horizonte sensible.
Daba dolor ver las anatomías de aquellos pobres animales, que apenas desplumados eran suspendidos por la cabeza, conservando la cola como un sarcasmo de su mísero destino.
¿Pues, y eso de que las cerillas se saquen de los huesos, y que el sonido del violín lo produzca la cola del caballo pasando por las tripas de la cabra?.
Adoración iba detrás, cogida a la falda de Jacinta, como los pajes que llevan la cola de los reyes, y delante abriendo calle, como un batidor, la zancuda, que aquel día parecía tener las canillas más desarrolladas y las greñas más sueltas.
De improviso, como si se levantara un fuerte viento, la veleta daba la vuelta grande y ponía la punta donde antes tenía la cola.
Mauricia aprovechaba el silencio de la sala de labores para lanzar en medio de ella un gato con una chocolatera amarrada a la cola, o hacer cualquier otro disparate más propio de chiquillos que de mujeres formales.
Por fin la techumbre de la iglesia se lo tragó todo, y sólo se pudo ver la claridad del crepúsculo, la cola del día arrastrada por el cielo.

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