Ejemplos con clérigo

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Pero a mí no se me encoge el ombligomurmuró en voz audible la duquesa, según subía las escaleras, par a par de un familiar de Su Ilustrísima, clérigo bisoño y doliente, el cual, oyendo esta expresión extraña y para él inexplicable, fué víctima de un ataque de turbación tan intenso, que tropezó en un peldaño y a poco cae de bruces.
Sacó una botella de coñac viejo y otra de bon vino, de un maletín de piel de cerdo, elegante prenda de mundano antes que de clérigo.
¡Un rayo me parta! ¡Me da el corazón que hoy ceno lengua de clérigo!.
Sólo un clérigo de los que veía en el claustro alto le había inspirado confianza.
Además, ¿y la gloria? Ustedes, jóvenes llenos de ilusiones, exuberantes de acometividad, con energías para empresas nuevas, ¿se resignan con esa profesión de vigilantes y cuidadores de un pueblo? Su porvenir es tan monótono como el de un clérigo de la catedral.
Desaparecen los municipios libres, sus defensores suben al cadalso en Castilla y en Valencia, el español abandona el arado y el telar para correr el mundo con el arcabuz al hombro, las milicias ciudadanas se transforman en tercios que se baten en toda Europa sin saber por qué ni para qué, las ciudades industriosas descienden a ser aldeas, las iglesias se tornan conventos, el clérigo popular y tolerante se convierte en fraile, que copia, por imitación servil, el fanatismo germánico, los campos quedan yermos por falta de brazos, sueñan los pobres con hacerse ricos en el saqueo de una ciudad enemiga, y abandonan el trabajo, la burguesía industriosa se convierte en plantel de covachuelistas y golillas, abandonando el comercio como ocupación vil, propia de herejes, y los ejércitos mercenarios de España, tan invictos y gloriosos como desarrapados, sin más paga que el robo y en continua sublevación contra los jefes, infestan nuestro país con un hampa miserable, de la que salen el espadachín, el pordiosero con trabuco, el salteador de caminos, el santero andante, el hidalgo hambrón y todos los personajes que después recogió la novela picaresca.
Sonaban como detonaciones los golpes de las cancelas al cerrarse, dejando paso a algún clérigo retrasado.
El clérigo estaba tan impregnado del ambiente de la catedral, que en su cuerpo parecían resumirse todos los olores del templo: su sotana tenía el perfume mohoso de la piedra vieja y las rejas herrumbrosas, por su boca parecían respirar los canalones y las gárgolas la rancia humedad de los desvanes.
El clérigo se había guardado los talonarios.
Un clérigo de las oficinas del arzobispado lo presentó al cardenal, quien después de oírle le dio un puñado de almendras y la esperanza de ocupar una beca para que hiciese gratuitamente sus estudios en el Seminario.
Un hombre pequeño, vestido de negro y rasurado como un clérigo, bajó los peldaños.
Herrera no era terminante, me había parecido mentira el temido viaje de la joven, pero al ver al clérigo me dio un vuelco el corazón, como si alguno me dijera: ¡Tu Linilla se va! Se iría, sin duda.
Seguíale, a guisa de caballerango, un muchacho trigueño, guapo y bien dispuesto, de pantalón ceñido y jarano galoneado, que, por lo arrestado y vigoroso, contrastaba singularmente con el aspecto manso y bondadoso del clérigo.
Dicen todos los villaverdinos que el piadoso clérigo señaló una fuerte suma para que su albacea mandara decir mil misas.
Esto le pinta maravillosamente: se cuenta en Villaverde, que nombraron albacea de un clérigo rico, que dejó largos los cien mil del águila, desempeñó con singular actividad el pesado encargo.
En el cuadrante un clérigo melancólico, pensativo, fumando, como un árabe delante de su tienda, en el corredor baja de las Casas Municipales un policía haraposo, con el fusil al hombro, paseándose, y allá por la Calle Real, centro del miserable comercio villaverdino, una recua, un pordiosero, y el doctor Sarmiento, muy de prisa, echado el sombrero hacia la nuca, figura invariable, tipo eterno del médico de las poblaciones cortas.
La otra gloria villaverdina fué un buen clérigo que nunca se acordó de su pueblo natal, un sacerdote austero, sencillo y trabajador, gran teólogo,al decir de don Román Lópezque llegó a canónigo angelopolitano, y después a obispo, honor a que nunca aspiraron los villaverdinos, que nunca pensaron alcanzar, y que los llenó de alegría ¡Obispo un hijo de Villaverde! ¡Cielos! ¡Qué dicha! Desde entonces sueñan mis paisanos con que Villaverde llegue a ciudad episcopal.
Volvió a la carga el clérigo en diferentes ocasiones: ¡Qué fresa más rica he visto hoy! Tía, ¿a cómo estará ahora la fresa?.
Aunque el insigne clérigo no tenía cierta clase de pasiones, sabía apreciar el género a la vista.
El clérigo salió y fue a casa de un amigo donde le solían dar, en aquella crítica hora, el remedio de su debilidad de estómago.
¿Ve usted cómo nos hemos entendido?dijo el clérigo con alegría, levantándose.
Aquel clérigo, arreglador de conciencias, que se creía médico de corazones dañados de amor, era quizás la persona más inepta para el oficio a que se dedicaba, a causa de su propia virtud, estéril y glacial, condición negativa que, si le apartaba del peligro, cerraba sus ojos a la realidad del alma humana.
Además, el clérigo aquel parecíale muy listo, y si le decía una cosa por otra conocería el embuste.
Maximiliano es un tarambanaafirmó el clérigo con la seguridad burlesca del que se siente frente a un interlocutor demasiado débil, y usted lo debe conocer como lo conozco yo.
Fue Olmedo, y Maximiliano le rogó corriese a avisar a Fortunata la visita del clérigo, para que estuviese prevenida.
Pues nada, que no hay quien le apeerespondió el clérigo, sumergiendo el primer bizcochito en el espeso líquido.
Al principio no oyó más que el crujir de los hierros de la cama del clérigo, que era muy mala y endeble, y en cuanto se movía el desgraciado ocupador de ella volvíase toda una pura música, la que unida al ruido de los muelles del colchón veterano, hubiera quitado el sueño a todo hombre que no fuese Nicolás Rubín.
Eso corre de mi cuenta ¡Oh! Si no tuviera yo otras montañas que levantar en vilodijo el clérigo apartando de sí la ensaladera, en la cual no quedaba ni una hebra.
El clérigo, al pasar junto a ellos, les miró mucho.
Un pobre clérigo ignorante, un desdichado que no sabe matemáticas, ni filosofía alemana en que hay aquello de y un pobre dómine que no sabe más que la ciencia de Dios y algo de poetas latinos, no puede entrar en combate con estos bravos corifeos.

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