Ejemplos con club

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

El Atlético San Cristóbal fue un club de fútbol de la Primera División de Venezuela, con sede en el estadio Polideportivo de Pueblo Nuevo, en San Cristóbal, estado Táchira.
El Barcelona C jugaba sus partidos en el Mini Estadi, un terreno de juego situado en las instalaciones del club en la Diagonal, anexo al Camp Nou.
El Barcelona C fue un club de fútbol filial del Fútbol Club Barcelona de la ciudad de Barcelona.
También se le suele incluir Country Club El Jagüel del partido de Pilar, sumándosele.
También se le suele incluir la localidad de Country Club El Jagüel del partido de Pilar, sumándosele.
Hikmet Temel Akarsu es miembro de Pen Club, El Sindicato de Autores de Turquía y la Cámara de Arquitectos.
Temíamos, finalmente, que el carácter en gran manera prosaico de las escenas políticas, que son la mayor parte del libro, hubiese influído en detrimento de su valor estético, y esto lo temía yo más que nadie, viendo correr con tibieza y desaliento la pluma del autor por las descripciones de un club o de una redacción de periódico, como si le aquejase la nostalgia de sus montes y de sus marinas.
Fue una temporada del, ¿cómo se llama?, del Veloz Club, del Veloz Club, y estaba abonado con nosotros, con los muchachos, a ése, vamos a Apolo, a Apolo.
Una tarde, Pilar, al volver de su club, la halló como nunca pensativa.
En el club, en el teatro, allí donde iba, las gentes hablaban de compras de tierras, de ventas, de negocios rápidos con el provecho triplicado, de liquidaciones portentosas.
Se movía en el puente imaginándose que estaba arrostrando una gran tormenta, examinaba los instrumentos náuticos con una gravedad de experto conocedor, corría todos los departamentos habitables del buque, bajaba a las bodegas, que se aireaban, abiertas, en espera de carga, y finalmente se metía en el bote de servicio, desamarrándolo de la escala, para remar unas horas con más satisfacción que en los ligeros del Club de Regatas.
Había deseado ser soldado porque todos los jóvenes de su club partían a la guerra.
Además, jugó fuerte en el club hasta la madrugada, en busca de fugitivas ganancias.
Algunas tardes, en el desorden del lecho, el tañido de la campana de don Miguel sorprendía a Ojeda hablando seriamente de un gran negocio, de una combinación con amigos del club, indiferente y frío ante la carne adorada que no podía contemplar en otros tiempos sin cubrirla de fogosas caricias.
En menos de un año había sufrido Fernando dos pérdidas considerables en empresas ilusorias a las que le arrastraron ciertos amigos del club tan inexpertos como él.
Cualquiera imaginaría al escucharle que estaba pronunciando un discurso en algún club democrático, y no administrando una soberana paliza.
Después se había reído preguntándole si había aprendido aquellos usos en el club de regatas.
Pero por fin, y por acuerdo del Club Patria y Libertad , se le llamó.
Y el mismo día de la vuelta a Bilbao, él, al escritorio, a ganar dinero, o al club, para vivir entre hombres solos, dejando a la mujer entregada para siempre a las amigas.
Faltas de diversión, ansiosas de reunirse, de oír música, de algo que despertase su sentimentalismo, buscaban en la iglesia su club y su teatro, pasando el día en el templo del Corazón de Jesús, allí donde la arquitectura afeminada y ridícula, cargada de oro y bermellón, el armonium, las voces hermafroditas y las bombillas eléctricas, parecían acariciarlas con un halago que tenía tanto de mundanal como de místico.
El señor Esteban asistía silencioso y de pie a este club vespertino, que traía recelosos a los de la Milicia Nacional de Toledo.
A los quince, libre ya de ayos y maestros, era el más galán que aspiraba a afeitarse, y dirigía cotillones en los grandes salones de la corte, a los veinte, era un afortunado tenorio de mala ley, que hacía gala en el Veloz Club de sus aventuras escandalosas, a los veinticinco, era un perdido aristocrático, elegante, modelo, que no retrocedía ante una estocada de mentirijillas, ni ante un steeplechase, ni ante un copo de veinte mil duros, y derrochaba los millones de su mujer con la misma facilidad con que la varilla encantada de un mágico hace fluir del centro de la tierra tesoros escondidos y guardados por gnomos y salamandras.
El día estaba magnífico, y bajo un pabellón de dril, listado de blanco y rojo, veíanse algunos socios del club fumando y conversando, en la balaustrada de piedra que da a la plaza, dos o tres jóvenes echados de bruces veían desfilar los carruajes que por la calle se dirigían al Bosque.
En la una, las patatas amarillentas, los reventones garbanzos sacando fuera del estuche de piel su carne rojiza, la col, que se deshacía como manteca vegetal, los nabos blancos y tiernos, con su olorcillo amargo, y en la otra fuente las grandes tajadas de ternera, con su complicada filamenta y su brillante jugo, el tocino temblón como gelatina nacarada, la negra morcilla reventando, para asomar sus entrañas al través de la envoltura de tripa, y el escandaloso chorizo, demagogo del cocido, que todo lo pinta de rojo, comunicando al caldo el ardor de un discurso de club.
A pesar de esto, la tal reunión era casi un club, que en épocas como aquélla tenía su carácter peligroso.
Así iba yo en mi al salir del club de Picadilly sólo que mi corría como una exhalación y estos carruajes andan poco y parece que se deshacen sobre los adoquines.
Su club era el salón de un amigo y pariente, al cual iban casi todas las noches D.
Con tal motivo, refugiados en la capilla solitaria, no llegaba hasta ellos el barullo del club electoral.

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