Ejemplos con chillando

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Algunas veces ellos corren chillando a través de las calles.
Debido a la locación rural, sonidos nocturnos, como grillos chillando pueden ser oídos durante todo el álbum.
Yukiko se queda chillando de dolor mientras Kiriyama le pone el megáfono que usó antes ella para buscar ayuda, después la dispara en el estómago, matándola.
Las mujeres agrupáronse chillando con instantáneo susto, los hombres quedaron indecisos, pero al momento, reponiéndose todos, prorrumpieron en gritos de aprobación y aplausos.
Dejaron el pueblo y entraron en los famosos y reales jardines, riendo, zumbando, chillando como un bando de pájaros grandes que puso en suspensión y miedo a los otros chicos que cantaban entre la fronda de los árboles.
Las golondrinas pasan rasando el suelo, persiguiéndose y chillando.
Una porción de chiquillos, que andaban chillando y riñendo, se nos acercaron.
Entendamos la existencia como una respetable señora que anoche, cuando más se movía el buque y en esta última cubierta había una obscuridad que metía miedo, chillando el viento como mil legiones de demonios, se escandalizaba de que muchos hombres fuesen al comedor sin y las artistas alemanas fumasen cigarrillos en el invernáculo.
Y cuando las pobrecitas llevaban bebidas no sé cuántas copas, mirándonos a todos con la superioridad que proporciona la escasez del artículo, y se debatían entre los señores aglomerados en torno de ellas, chillando y contrayéndose en el asiento como si por debajo de la mesa las cosquillease una tropa de ratas, entra el mayordomo, el , mirándolas fijamente, sin vernos a nosotros, como si no existiésemos, y bastaron unas cuantas palabras suyas en alemán para que saliesen cabizbajas y temerosas, lo mismo que unas niñas ante la reprimenda del maestro Bien dicen que la sociedad del mujerío dulcifica la rudeza de los hombres.
A mi lado se puso, chillando desaforadamente, el chiquillo gitanesco y vivaracho que me había servido de informante histórico en los primeros encontronazos entre conquenses y carlistas.
La Fabiana voló chillando, y no he vuelto a verla.
Las piezas de loza volaban por el aire y se estrellaban contra la pared, o en el cuerpo de las consternadas mujeres, que defendían su rostro con las manos, chillando furiosamente, los cascos de porcelana, los pedazos del pato, el salero, los tenedores, la ensalada, iban cayendo aquí y allá, y las amas y sobrinas huyeron despavoridas hacia el interior con lamentos de resignación más que de ira.
Pasaban los grupos de airosas hilanderas con un paso igual, moviendo garbosamente el brazo derecho, que cortaba el aire como un remo, y chillando todas a coro cada vez que algún mocetón las saludaba desde los campos vecinos con palabras amorosas.
Rabia, que ninguna ha de ser para ti, y si ante ellas te presentaras, con tu aire jacobino, y esos modales que has adquirido ahora, las pobres niñas se asustarían, y echarían a correr chillando: 'que se lleven de aquí a este pillo, y le vuelvan a meter en la cárcel'.
Partíanlos en la frente del vecino, a pesar de las muchas precauciones que se adoptaban para evitar esta broma tradicional, y eran de ver las señoritas tapándose la cara con las manos, chillando como gallinas asustadas, por miedo a que les golpeasen encima de las cejas, y los aplausos y vivas con que se acogía la travesura de alguna joven cuando era ella la que agredía a los audaces pollos.
Con la mayor frescura levantan la yerba los domingos, la cargan y marchan con su carro chillando por el medio del pueblo, como si Dios no los mirase, como si no clavasen con su pecado una espina más en la cabeza de nuestro Redentor.
El hijito pidió y tomó el pecho, pero no debía de encontrar muy abundante el repuesto, cuando a cada instante apartaba su boca, chillando desesperadamente.
Pero el chico siguió chillando, y al reclamo de él, la madre abrió los ojos, y tomándole en brazos, le acercó a su seno.
La amenazó con un movimiento del brazo, precursor de una gran bofetada, pero la mona se le rebeló, chillando así: No me da la gana ¿Y a usted qué? ¡Mía esta!.
Los demás chicos aparecieron chillando.
Hasta el formalito Zalamero se descompuso en aquella ruidosa ocasión, dando pitidos y chillando como un salvaje, con lo cual se ganó dos bofetadas de un guardia veterano, sin más consecuencias.
En todas direcciones huían los despavoridos borrachos, chillando como si los cargase un regimiento de caballería a galope: algunos tropezaban y caían de bruces, y la tralla del Tuerto se les enroscaba alrededor de los lomos, arrancándoles alaridos de dolor.
¡Ay, ay, ay! Paz, por Dios, no te arriesgues- dijo Salomé chillando con horror, como si la inofensiva Clara tuviera un puñal en la mano-.
Varios muchachos gambeteando a pie y a caballo se daban de vejigazos o se tiraban bolas de carne, desparramando con ellas y su algazara la nube de gaviotas que columpiándose en el aire celebraban chillando la matanza.
no convencida con tan endeble argumento, continuó chillando en estos.
Y nos quedamos esperándole, comentando el caso, distraídos por los grupos de aldeanos y aldeanas que bajaban la cuesta a saltos, a brincos, agarrados del dedo meñique, retozando, chillando, en un desahogo de júbilo provocado por el cosquilleo bullidor del vino en las venas y el fresco de la tardecita en los pulmones.
Y llorando decía: ¡Acaban de asesinar a mi amo en la casa del kadí! Después, siempre chillando, corrió a mi casa seguida de la multitud, y avisó a mis criados, que en seguida se armaron de garrotes y corrieron hacia la casa del kadí, vociferando y alentándose mutuamente.
Entonces Bacbac y los dos mendigos se precipitaron encima de él, y empezaron a gritar y a golpearle con sus palos, ciegos como estaban, y pedían auxilio a los vecinos, chillando: ¡Oh musulmanes, acudid a socorrernos! ¡Aquí hay un ladrón! ¡Quiere robarnos el poquísimo dinero de nuestros ahorros! Y acudiendo los vecinos, vieron a Bacbac, que, auxiliado por los otros dos mendigos, tenía bien sujeto al ladrón, que intentaba defenderse y escapar.
Cuando, yendo a las viñas, cruzo las últimas calles, blancas de cal con sol, los chiquiilos gitanos, aceitosos y peludos, fuera de los harapos verdes, rojos y amarillos, las tensas barrigas tostadas, corren detrás de nosotros, chillando largamente:.
-¡No llores, cordero mío! -le decía su madre, chillando como un locona-.

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