Ejemplos con carretela

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

El cochero propuso cambiar el coche por una carretela de camino, pero Elena se negó a ello.
Y una tarde madre e hija emprendieron en carretela descubierta el camino que llevaba a la posesión.
En una carretela abierta venía él con su secretario y el gran patricio don Rosendo.
Al obscurecer entró un criado a avisarle que dos señores que habían llegado en una carretela, deseaban hablarle con urgencia.
Metióse rápidamente en la carretela, y se ocultó en un rincón sin decir adiós.
La carretela de los Reyes partió a escape hacia Palacio: una de las yeguas cojeaba.
Era, en efecto, la carretela descubierta en que volvían de los Jardines el Rey y la Reina, con el General Burgos.
Jamás pisó las alfombras de , a la Reina y Princesa no las había visto más que en la calle, cuando salían en carretela descubierta a recibir las ovaciones del pueblo.
Fue muy chusco ver a Serrano y a González Bravo marchar juntos a Barcelona por la vuelta grande del Pirineo, y entrar en la ciudad de los Condes a brazo partido, en carretela descubierta, entre las aclamaciones de un pueblo a quien hay que suponer enteramente ciego para tener la explicación de su entusiasmo.
Más lejos iba Isabel Mazacán con Leopoldina Pastor, en un milord preciosísimo, Pilar Balsano, la duquesa de Bara, Carmen Tagle y otra infinidad de estrellas y constelaciones del gran mundo, entre las que descollaba la señora de López Moreno con su hija Lucy, vestida ella de azul con mantilla blanca y grandes rosas en la cabeza, ocupando casi por completo una gran carretela con arreos a la calesera, y cochero y lacayo con sombrero calañés, pantalón y chupa de oscuro terciopelo.
Entonces, aquel río de furias desgreñadas, aquellas turbas harapientas, atajaron el paso al coche, y sobre las magníficas faldas de las damas, pálidas de sorpresa y medio muertas de miedo, comenzó a caer en lluvia pastosa y sucia el barro arañado de entre los adoquines o cogido en las socavas de los árboles, y empezaron a silbar por el aire trozos de cascote, escuchándose los rugidos de las amotinadas, que vociferaban: ¡Mueran los ricos! Dos o tres piedras chocaron contra la caja de la carretela, quedó herido el lacayo, una moza de fuerzas hercúleas metió un garrote entre los radios de una rueda y apalancando con alma para que no se moviera el coche, faciltó que por la trasera de éste treparan varias chicuelas ansiosas de arrancar de los sombrerillos las primorosas flores pagadas en París a peso de oro.
A este punto llegaba la marea del hambre, cuando en mal hora acertó a desembocar en la plaza una soberbia carretela ocupada por dos señoras elegantísimas.
En la larga fila de vehículos estaba el antiguo faetón, balanceándose sobre sus muelles como una enorme caja fúnebre y encerrando en su acolchado interior toda una familia, incluso la nodriza, la ligera berlina, con sus ruedas rojas o amarillas, la carretela, como una góndola, meciéndose a la menor desigualdad del suelo, y la galerita indígena, transformación elegante de la tartana y símbolo de la pequeña burguesía, que, detenida en mitad de su metamorfosis social, tiene un pie en el pueblo, de donde procede, y otro en la aristocracia, hacia donde va.
Ya que no podías tener un tronco, carretela y berlina, como en otra época, vendiste un campo para comprar la galerita y el caballo y mantener a ese bigardón, hijo de la tía Quica, que os roba la cebada y las algarrobas.
Entre los carruajes que velozmente y atronando las calles atravesaban el centro de la ciudad, pasó el cochecito de Cuadros, y tras él una carretela de alquiler en la que iban las de Pajares.
Vestía de blusa, pues la carretela de las señoras era de alquiler y tenía cochero propio.
Las damas principales de la corte, las que menos se prodigan, aquellas que los profanos sólo alcanzan a ver alguna noche, durante una hora, en el teatro Real, las flores de invernadero, las mortales, en fín, de quienes está uno por creer que las sacan del lecho a las dos de la tarde, las bañan, perfuman y visten, y las tienden sobre un sofá o sobre una carretela, donde siguen pensando en su hermosura.
Una carretela de , es decir, una enorme carretela de alquiler, sale por la puerta de Alcalá.
Entre el confuso tropel de carruajes pasa una carretela donde lleva un matador a sus peones: en el pescante el criado muestra con orgullo los estoques y el lío de capotes, los diestros sonríen serenos, el sol arranca destellos a los bordados de las chaquetillas, la escolta de granujas forcejea por subirse a la trasera, y al desaparecer el coche deja tras sí un murmullo de admiración jamás inspirada por los hombres que mejor sirvieron a la patria Luego cesan poco a poco el cascabeleo y los trallazos, hacia la Puerta de Alcalá se divisa una larga fila de simones que vuelven con el puesto, y la calle recobra su aspecto normal.
El mendigo de la pierna se irá al Cielo derechito, con su muleta, y muchos de los ricos que andan por ahí en carretela, irán tan muellemente en ella a pasearse por los infiernos.
Allí podemos admirarla cuando cruza en carretela bajo las célebres alamedas del y de la , entre perpetuos verjeles, o cuando echa pie a tierra y luce su garbo y su elegancia por la alegre , frente a la cual sonríen embelesadas las eternas nieves de la vecina Sierra, que parece toca uno con la mano, o bien la encontramos asomada, como una flor más, a un balcón natural de rosas y alelíes, en aquellos cármenes escalonados por las laderas de todas las colinas, desde cuyas alturas corren, triscan y saltan mil arroyos bullidores, como otros tantos duendes que minan los cerros, las calles y las casas de la ciudad, creando pensiles en todas partes.
Se buscó una carretela de buenos muelles, se encargó que fuera al paso, y el matrimonio y Eufemia se fueron a la orilla del mar.
Al otro día salió con el mismo rumbo, pero en carretela descubierta y vestido de serio, y en vano los herrados cascos de los dos fogosos brutos que le arrastraban hacían temblar los cristales de la vecindad.
Tenía lujosa carretela para las grandes ocasiones, para lo ordinario, volanta habanera, esa especie de cascarón entre dos inmensas ruedas, en la cual entraba, así como en la guarnición del caballo, la plata maciza por arrobas, y un brioso trotón con montura mejicana, cuajada también de ricos metales, no siendo menos rico ni apropiado el traje con que cabalgaba sobre aquel aparejo.
-¡Madre! ¡Imposible me hubiera parecido en otro tiempo que usted llegara a aconsejarme tal cosa! ¡Es una obcecación, madre! ¿En verdad querría usted que por un mezquino sueldo se dijese mañana, cuando me vean pasear en mi carretela: «Ese noble caballero ha sido un escribiente»? Lejos de mí esa mala tentación.
La Marquesa, doña Petronila, la Regenta y Ripamilán subieron a la carretela descubierta, carruaje de lujo que había sido excelente pero que estaba anticuado y torpe de movimientos.
Subió, y la carretela salió arrancando chispas de los guijarros puntiagudos por las calles estrechas de la Encimada.
Todavía calentaba el sol y las damas de la carretela improvisaron con las sombrillas un toldo de colores que también cobijaba al Magistral y al Arcipreste.
-¡Anda, Bautista! -gritó la Marquesa, y la carretela siguió su marcha ante la expectación de sacerdotes, damas y caballeros particulares que paseaban en el Espolón, chiquillos que jugaban en el prado vecino y artesanos que trabajaban al aire libre.

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