Ejemplos con capitales

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Los primeros libros impresos fueron a veces producidos dejando espacios para miniaturas, o letras capitales decoradas, o decoraciones en el márgen, pero la introducción de la imprenta llevó a la rápida declinación de la ilustración.
Un manuscrito iluminado o manuscrito ilustrado es un manuscrito en el que el texto es complementado con la adición de decoración, tal como letras capitales decoradas, bordes y miniaturas.
Además convenía ir introduciendo en ella el gusto por estos refinamientos de las grandes capitales.
Gracias a los esfuerzos nobilísimos de este claro representante de su comercio, podemos decir con orgullo que Sarrió, en tal ramo interesante del progreso, se hallaba a la altura de las grandes capitales.
No gozando de los placeres de toda laya con que brindan las grandes capitales, la sensualidad se escapa por ahí.
Existían ciudades tan populosas como las modernas capitales del mundo, poblaciones enteras eran inmensas fábricas de tejidos, se cultivaba todo el suelo de la Península.
Él, que había visto las mayores capitales de Europa, admiraba las calles de aquella ciudad antigua después de su largo encierro en la catedral.
El agua saltaba en las fuentes y corría por los pilones murmurando, oíanse alegres voces de niños en lo interior del edificio, gorjeos de ruiseñores y jilgueros en los árboles, y más allá, pasada la verja, ni niños, ni agua, ni flores, ni pájaros Una llanura estéril, un pueblo de barracas, y allá en el horizonte, lejos, lejos, Madrid, la corte de España, asomando sus cúpulas y sus torres entre esa neblina que pone más de relieve la limpidez de la atmósfera, esa especie de vaho que se levanta de las grandes capitales, semejante a las emanaciones de una hedionda charca.
La baronesa viuda de Platavieja le cortó la frase, entrando en la sala seguida de sus seis hijas, amables retoños que en unión de la madre formaban en cantidad y calidad la suma de los pecados capitales, nombre por el cual se las conocía en la corte Madre e hijas venían también presurosas e indignadas a protestar delante de la , y la señora baronesa aseguro que lo que había hecho la Villasis aquella noche era ni más ni menos que un timo.
María Valdivieso, que andaba de monos con su prima, procuraba bostezar con fingido disimulo siempre que la miraba esta, la embajadora de Alemania cantó con notable falta de gracia una , que calificó la duquesa de , y a las doce y cuarto, cuando Pedro López, después de tomar el té y encerrar en sus bolsillos provisión de suficiente para toda la semana, comenzó a hacer el recuento para la crónica de salones que publicaba todos los sábados, sus ojos atónitos pudieron tan sólo contar bajo los artesonados techos el número exiguo de catorce señoras: siete pertenecían a la familia de los pecados capitales y las otras siete podían repartirse entre la de los enemigos del alma: mundo, demonio y carne.
Husmeaba la ganancia a cien leguas, colocaba los capitales ajenos con la mayor seguridad, tenía esclavizada la fortuna, y a pesar de esto, ¡qué sencillo! ¡Con qué modesta afabilidad trataba a los pequeños! Era un señor pequeñín, enfermizo por el exceso de trabajo, con gafas de oro y esa sonrisa atractiva y cándida cuyo secreto sólo poseen los grandes hombres de negocio o los Padres de la Compañía.
Y seguían detrás las , escuadrones de pillería disfrazada con mugrientos trajes de turcos y catalanes, indios y valencianos, sonando roncos panderos e iniciando pasos de baile, las banderas de los gremios, trapos gloriosos con cuatro siglos de vida, pendones guerreros de la revolucionaria menestralía del siglo xvi, la sacra leyenda, tan confusa como conmovedora, de la huida a Egipto, los Pecados capitales, con estrambóticos trajes de puntas y colorines, como bufones de la Edad Media, y al frente de ellos la Virtud, bautizada con el estrambótico nombre de la , los Reyes Magos, haciendo prodigios de equitación, heraldos a caballo, jardineros municipales a pie, con grandes ramos, carrozas triunfales, todo revuelto, trajes y gestos, como un grotesco desfile de Carnaval, y alegrado por el vivo gangueo de las dulzainas, el redoble de los tamboriles y el marcial pasacalle de las bandas.
Allí estaba la Valencia, enorme ascua de oro, brillante y luminosa desde la plataforma hasta el casco de la austera matrona que simboliza la gloria de la ciudad, y después, erguidos sobre los pedestales los santos patronos de las otras : San Vicente, con el índice imperioso, afirmando la unidad de Dios, San Miguel, con la espada en alto, enfurecido, amenazando al diablo sin decidirse a pegarle, la Fe, pobre ciega, ofreciendo el cáliz donde se bebe la calma del anulamiento, el Padre Eterno, con sus barbas de lino, mirando con torvo ceño a Adán y Eva, ligeritos de ropa como si presintiesen el verano, sin otra salvaguardia del pudor que el faldellín de hojas, la Virgen, con la vestidura azul y blanca, el pelo suelto, la mirada en el cielo y las manos sobre el pecho, y al final, lo grotesco, lo estrambótico, la bufonada, fiel remedo de la simpatía con que en pasadas épocas se trataban las cosas del infierno, la , Pintón coronado de verdes culebrones, con la roja horquilla en la diestra, y a sus pies, asomando entre guirnaldas de llamas y serpientes, los Pecados capitales, horribles carátulas con lacias y apolilladas greñas, que asustaban a los chicuelos y hacían reír a los grandes.
Y para probarlo, no había más que fijarse en don Ramón Morte, un filántropo, que hacía el bien encaminando a la ganancia los pequeños capitales que yacían muertos y dedicando las ganancias propias a obras de beneficencia.
La , aquella mansión tan sagrada para el patriarca antiguo, para el ciudadano romano, para el señor feudal, para el árabe, la Casa, arca santa de los penates, templo de la hospitalidad, tronco de la raza, altar de la familia, ha desaparecido completamente en las capitales modernas.
¿Quién, por un cuarto, no querrá saber con anticipación la terrible fecha del día del Juicio?—Pues bien: vosotros, europeos, mandaréis ese cuarto a Madrid, calle de tal, número tantos, para lo cual podéis reuniros por Municipios, enviar vuestro contingente a las Capitales de provincia, de las Capitales de Provincia a las Metrópolis, y de las Metrópolis a mi casa, o bien podrá partir la iniciativa de los Gobiernos, adelantándome cada uno la cantidad que corresponda a su Nación, con arreglo a los habitantes que ésta cuente, imponiendo luego una capitación de a cuarto por persona, o inventando un arbitrio nuevo sobre cualquier operación inocente é imprescindible de la vida.
No vayas a creerte que pretendo me entregues a mí esos capitales para colocártelos No, ya sabrás tú manejarte bien.
Por todas partes cubre el manto de la política intereses egoístas y bastardos, apostasías y vilezas, pero, al menos, en las capitales populosas, la superficie, el aspecto, y a veces los empeños de la lid, presentan carácter de grandiosidad.

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