Ejemplos con caladita

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Vio luz, entró bajo techo, y una mujer o señora, que esto no podía definirse aún, le tocó la ropa y con lástima cariñosa le dijo: Vienes caladita.
El cual no era otra cosa que un vasto depósito de puertas, ventanas, balcones, rejas y persianas, despojo de casas derribadas, todo ello, por obra de la obscuridad de aquella noche tristísima, convertido en aglomeración de formas durmientes. Dormían las filas de puertas ordenadas por tamaños, como inmensos tomos de interminables enciclopedias, dormían los que fueron balcones y ya parecían jaulas, dormían las rejas, que ya eran como descomunales parrillas para el asado de bueyes enteros. Peor estaban aquellos pisos que los de la calle, porque junto a la entrada se había formado una laguna de riberas lejanas, desconocidas. Pero la viajera de los rojos escarpines, que ya dominaba la orografía de aquellos lugares, se escabulló lindamente con viradas o quiebros oportunos, hasta que arribó al puerto... Vio luz, entró bajo techo, y una mujer o señora, que esto no podía definirse aún, le tocó la ropa y con lástima cariñosa le dijo: «Vienes caladita. Vete a la cocina y sécate, y come alguna cosa, mujer». La de los zapatos colorados respondió con una fórmula de gratitud, añadiendo que no podía entretenerse... Fácilmente se comprendía que una mayor querencia que el secarse y comer solicitaba con imperio su voluntad. «Vete, vete pronto arriba -le dijo la que sin duda era dueña de la casa-. Estás deshecha por llegar pronto, y hartarte de mimo... ¡Ay, hija! la juventud es un gusanillo que pide ilusión y tienes que dársela: si no, te come toda la vida. Más vale suspirar de joven por enamorada que de vieja por desconsolada. Aprovecha el tiempo, que vuela, hija, llevándose las ocasiones, y el muy perro se las guarda para que no puedan volver...». Más dijo, más quiso decir, revelándose en tan corto instante como habladora sin tasa, pero la otra, que ya conocía y padecer solía el torbellino de sus vanos discursos, no la dejó aquella noche asegurar la hebra, y extremando sus prisas impacientes dijo: «Señá Casta, con permiso... déjeme subir, que vengo retrasada y estará con cuidado».

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