Ejemplos con cabildo

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Ir al Cabildo ,- pedir permiso ,- acampar ,- tras el cementerio.
¡Qué bien lleva su pasada belleza, gallarda todavía, como en roble, el pañuelo amarillo de talle, en invierno, y la falda azul de volantes, lunareada de blanco! Va al Cabildo, a pedir permiso para acampar, como siempre, tras el cementerio.
La intromisión del Círculo republicano en la barriada eclesiástica traía muy desasosegados al obispo, a los Jilgueros, a todo el cabildo y a la tropa menuda clerical que allí avecindaba.
Yo me preguntaba: ¿Dónde se les va a situar a éstos la tonsura, si no tienen espacio? Algunos de los dueños de estos colodrillos se sientan hoy a mi lado en el cabildo catedral, todos ellos están revestidos de autoridad, e imperan, en alguna medida, sobre el régimen privado de las familias y el régimen público de la sociedad.
Unas veces risueño, como en , acompaña el idilio amoroso de Andrés, otras veces es campo de palestra virgiliana para las barcas del cabildo de Abajo y del de Arriba, y en la prodigiosa final parece que lleva consigo, al estrellarse contra las y salpicarlas de rabiosa espuma, todas las iras, todos los odios y todas las venganzas de los personajes.
Tendrían razón todos los señores, pues no se llega a canónigo sin talento, pero intervino el cardenal difunto, que de Dios goceotro golpe de bonete, y el cabildo hubo de aceptar la reforma a regañadientes, y acabará por aplaudirla.
Entonces son ciertas las murmuraciones del cabildo.
El cardenal confía en mí, el cabildo me distingue con su afecto, el Obrero no tiene otra esperanza que mi auxilio.
¡Ay, Señor, Dios mío! ¡Y pensar que hubo una época en que el cabildo mantenía a sus expensas, dentro del templo, talleres de pintores de vidrio, de plomeros y qué sé yo cuántos más, pudiendo hacer grandes obras sin buscar auxilio fuera de casa! Si se rompe una casulla, aún nos quedan para componerla tiras bordadas con santos y flores, que son una maravilla.
El jardín, que tantos años fue de tu familia, lo dio en arrendamiento el cabildo desde la muerte de tu hermano.
El imponente don Sebastián, que hacía temblar con una mirada al cabildo y a todos los curas de la diócesis, mostrábase alegre, fraternal y confianzudo cuando de tarde en tarde veía a Tomasa.
No tenía empleo y enseñaba los gigantones sin retribución alguna, con la esperanza de conseguir la primera plaza que vacase, y agradeciendo mucho a los señores del cabildo que le diesen casa gratuita, en consideración a que su mujer era hija de un antiguo servidor de la catedral.
Gabriel no acababa de dar la vuelta a la catedral sin que se le uniera su sobrino el perrero, abandonando su conversación con los monaguillos o con el mozo de recados de la secretaría del cabildo, que tenía su asiento fijo en la puerta de la Sala Capitular.
Únicamente por la noche, en el silencio del claustro alto, aquellos matrimonios que se reproducían y morían entre las piedras de la catedral osaban repetirse las murmuraciones del templo, la interminable maraña de chismes que crecía sobre la monótona existencia eclesiástica, lo que los canónigos murmuraban contra Su Eminencia y lo que el cardenal decía del cabildo, guerra sorda que se reproducía a cada elevación arzobispal, intrigas y despechos de célibes amargados por la ambición y el favoritismo, odios atávicos que recordaban la época en que los clérigos elegían a sus prelados, mandando sobre ellos, en vez de gemir, como ahora, bajo la férrea presión de la voluntad arzobispal.
El perrero era el único que no mostraba miedo y hablaba en público del cabildo y del cardenal.
Conocía la casa donde cada prebendado iba a pasar la tarde después del coro, los nombres de las señoras o de las monjas que les rizaban las sobrepellices, y las rivalidades sordas y feroces entre estas admiradoras del cabildo que se esforzaban por vencerse blanqueando y planchando la batista canonical.
Eran los pollos del cabildo, los canónigos jóvenes, que hacían con frecuencia viajes a Madrid para confesar a sus protectoras, ancianas marquesas, que en fuerza de influencias, les habían conquistado una silla en el coro.
¿Querrás creer que hubo en el cabildo señores que se opusieron? Ciertos canónigos jóvenes hablaron de los mercaderes del templo, tú ya sabes quiénes eran: unos judíos a los que corrió el Señor con la cuerda en la mano por no sé qué perrerías, otros más viejos alegaron que la catedral había tenido abiertas sus maravillas a todos durante siglos, y así había de seguir.
Perseguía encarnizadamente la menor sisa en la sacristía, y entregaba sus cuentas al cabildo con una minuciosidad que fastidiaba al Obrero.
En las grandes fiestas marchaba al frente del cabildo Con capa pluvial y un bastón de plata tan alto como él, que hacía retemblar las losas con sus golpes, y durante la misa mayor y el coro de la tarde rondaba por las naves para evitar las irreverencias de los devotos y las distracciones de los empleados.
Pero las lluvias habían maltratado las bóvedas, amenazando destruirlas, y el cabildo cubrió la catedral con un techo de pardas tejas, que daba a la Iglesia Primada el aspecto de un almacén o de una inmensa casa de vecindad.
Estos ingresos, unidos a las dos pesetas que el cabildo había asignado al jardinero después de la fatal desamortización, servían al señor Esteban para sacar la familia adelante.
¡Ay! ¡Y para esto habían peleado con los moros tantos señores arzobispos de Toledo, conquistando villas, asaltando castillos y acotando dehesas, que pasaban a ser propiedad de la catedral, contribuyendo al mayor esplendor del culto a Dios! ¡Y para caer en las manos puercas de los enemigos de todo lo santo habían testado tantos fieles en la hora de la muerte, reinas, magnates y simples particulares, dejando lo más sano de su fortuna a la Santa Iglesia Primada, con el deseo de salvar su alma! ¿Qué iba a ser de las seiscientas personas, entre grandes y chicos, clérigos y seglares, dignidades y simples empleados, qué comían de las rentas de la catedral? ¿Y a eso llamaban libertad? ¿A robar lo que no era suyo, dejando en la miseria a un sinnúmero de familias que se mantenían de la olla grande del cabildo?.
Las rentas del arzobispado y las del cabildo habían sufrido gran merma con la guerra.
Pero como en estos tiempos de desamortización, libertad y desgracias, nuestra santa iglesia es pobre como una rata, la miseria no deja humor a los señores del cabildo para fijarse en detalles, y todo anda abajo que da lástima.
Hay que agradecerlo a los señores del cabildo, teniendo en cuenta que no soy más que un triste .
Pero cuando los arzobispos de Toledo tenían once millones de renta y otros tantos el cabildo, y no se sabía qué hacer del dinero, se iniciaban obras, se hacían reconstrucciones, y el arte decadente paría mamarrachos como la Cena.
Una verja rematada por jarrones del siglo XVIII se extendía ante la portada, cerrando un atrio de anchas losas, en el cual verificábanse en otros tiempos las aparatosas recepciones del cabildo y admiraba la muchedumbre los gigantones en días de gran fiesta.
Se alborotó el cotarro: salió a contender el pomposísimo , saltó a la palestra Castro Pérez, charlaron los pedagogos a su sabor, la cosa llegó al Cabildo, y los ediles tuvieron asunto para varias sesiones.
,así lo dijo en cabildo pleno el ,el apellido del general fué aplicado a todo establecimiento público, escuela, teatro, hospital, paseo, etcétera, etcétera.

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