Ejemplos con cañadones

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Marchó el artista a los cañadones chaqueños con el grado de oficial.
Son los desagües del Río Quinto, ya sabes, y lo más parecido que puedo indicarte son los desagües del Río Cuarto o sea los cañadones de Lobay.
Los cañadones y las lagunas estaban resecos, los arroyos se cortaban y las vertientes habían bajado tanto que ya difícilmente se podía sacar agua de los jagüeyes.
De cuerpo verdoso, medio vestido de plantas acuáticas, la barba y el pelo llenos de musgo, el Genio de los cañadones, dios de las aguas estancadas, domina en la llanura cuando la cubren las crecientes.
Ya empezó a calentar el sol, y se secan los pantanos, y se fueron disparando, los geniecitos traviesos y sucios, a juntarse con el amo, el Genio musgoso de los cañadones, que pronto, vaporoso gigante, desaparecerá en el horizonte, entre espejismos, ilusiones de la vista.
El Genio de los cañadones y sus acólitos bien quisieran, por supuesto, manosear a su antojo todas las aguas de la Pampa, ensuciarlas, embarrarlas, y con ellas, salpicar al transeúnte, molestar a los conductores de vehículos, arruinar al estanciero.
Lluvia, lluvia, ¡Diosa! ¡está bueno ya! Las lagunas están llenas, el arroyo se sale de madre, los cañadones están como esponja, y pronto en ellos el agua tapará el pasto.
Pero salió tan fofo el cuero, que bastaba que se atase un caballo con uno de los dichosos cabestros para que lo cortase y se mandase mudar, y costó esto tres o cuatro recados, desparramados entre los cañadones por caballos que dispararon ensillados.
Había allí animales enormes, viejísimos, pues no podían morir sino de enfermedad o de vejez, y como nadie trabajaba la hacienda, había en la estancia una cantidad loca de machos de todas clases, y por todas partes retumbaban las lomas y los cañadones al estrépito de sus luchas, golpes, coces y topadas, bramidos y relinchos.
Desgraciadamente, si, en tiempo de sequía, apenas conservaba un chorrillo de agua, se llenaba, con lluvias algo persistentes, hasta volverse torrentoso, desparramándose entonces a sus anchas en los cañadones, por meses enteros.
Parecía, cuando se desbordaba el arroyuelo que el agua ya no podía volver a su cauce, y quedaba estancada, inutilizando el espacio anegado, pudriendo el pasto de los cañadones y llenándolos de gérmenes nocivos.
Empezó justamente a llover ese año, a fines de marzo, siguiéndose los temporales todo el invierno, sin descanso se puede decir, y el arroyuelo rebalsó como nunca en los cañadones, cañadas y lagunas, llenándolo todo hasta más no poder y encerrando las haciendas en las lomas reducidas por la crecida.
El verano trajo consigo, como suele suceder después de las grandes lluvias, un período de sequía bastante largo, y pudieron don Bernabé Videla y sus vecinos comprobar otra ventaja de las numerosas zanjas cavadas en sus estancias: mientras que en las lomas quedaban solamente brezas de cardo y trébol, suficientes apenas para que no muriesen de hambre las ovejas, y en los cañadones sin sanear, pastos duros y resecos, en el fondo y en las faldas de todas las zanjas grandes y pequeñas que en conjunto venían, por su multiplicidad, a representar una regular extensión de tierra, crecían con lozanía y se conservaban verdes como albahaca, gramillas y otras plantas apetecidas, por su sabor y su frescura, por la hacienda.
Acabó, sin embargo, por desaparecer también ese recurso, con la prolongación de la sequía el suelo de los cañadones, desnudo en muchas partes, se empezó a agrietar, mientras que en las lomas, la tierra hecha un polvo, se levantaba en torbellinos al menor soplo del viento.
Mixturados como, después de una derrota, soldados de varias armas, se venían, punteando por entre los cañadones, vacunos y yeguarizos, juntos y de todas marcas: y salían los estancieros al encuentro, a revisar y apartar los que conocían ser de ellos.
Cuando cundió la población y que todos los campos de las cercanías llegaron a tener dueños, se empezó a disolver la familia, buscando cada uno de sus miembros el medio de seguir viviendo como había acostumbrado: y Sebastián se fue hasta los cañadones inmensos formados por los derrames del Azul, del Chapaleofú, de los Huesos y de tantos otros arroyos, que buscando, sin encontrarla, su salida hacia el mar, se juntan y se mezclan, y ahí quedan, remolineando como trozos de hacienda entrados a la vez, por varias tranqueras, en un mismo corral, cubriendo con sus aguas estancadas, durante varios meses, área tan fértil y tan extensa que podría vivir en ella media nación.
Pero la llegada del ferrocarril y la venida de miles y miles de inmigrantes hicieron que toda la tierra tomase valor, y que hasta los cañadones se volvieran objeto de codicia para los que, aunque viviendo en la ciudad, no ignoran que del campo viene la riqueza, y conocen al dedillo las oficinas enlaberintadas, en zaguanes y corredores, misteriosos escondrijos donde se elaboran las combinaciones enriquecedoras.
-Me desconocen los cañadones -dijo, y vio que ya había dejado atrás la región arenosa de la Pampa, para entrar en la que, a cada paso, le iba a hacer acordar los risueños momentos de la niñez y de la juventud.
El invierno había sido llovedor, y el sol todavía no tenía bastante fuerza para haber secado los cañadones, así mismo, empezaba a bajar el agua, dejando marcado lo que había sido su orilla, con una orla de resaca, y asomaban, en el suelo empapado, las puntitas verdes del pasto nuevo que tan bien hace purgar las ovejas y apesta los corderos.

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