Ejemplos con brío

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Los que han llegado a saborear otros rasgos de Pereda, todavía de más singular y exquisita literatura, de emoción trágica e intensa, de cruda expresión y ardiente colorido, los que recuerdan, quizá con lágrimas, y las mejores escenas de , aquí hallarán la misma grandeza y el mismo brío, la misma arrogancia, casi épica, con que el autor realza y ennoblece las catástrofes vulgares y los más desdeñados esfuerzos del trabajo humano, dando nobilísimos ejemplos de una poesía verdaderamente cristiana y verdaderamente moderna.
El andar del convoy se aceleraba, como el columpio que, empezando a oscilar, describe a cada paso curvas más abiertas, y vuela con brío mayor por los aires.
Todo el brío de mi voluntad, toda la fuerza del cielo, todas las penas del infierno no podrán arrancarla de allí.
Imaginó, o vio en efecto, que el Padre, inmóvil, sentía y comprendía allá en su interior, y que la miraba haciendo un esfuerzo para dominar aún, con el brío de la voluntad, los nervios y músculos inertes que ya no le obedecían.
¿A quién había de amar ella en estos lugares? Si hasta los veintiocho años había vivido sin prendarse de hombre alguno ¿no era probable, casi evidente, que viviría ya de la misma manera el resto de su vida? Todo aquel brío de voluntad, todo aquel tesoro de amor que yo descubría en su pecho, todos aquellos pensamientos elevados y generosos que agitaban su mente, todas aquellas aspiraciones sin nombre, infinitas, divinas, que germinaban en su espíritu, en perenne primavera ideal, todas aquellas flores celestiales, nacidas en el huerto sellado de su fantasía y cultivadas con esmero por su recto juicio, propenso por naturaleza, educación y gracia, a lo santo y puro ¿a quién había ella de dedicarlos y consagrarlos? A Dios, y nada más que a Dios, pensé yo.
Y, como viese que no podía, como viese que del tocarse su alma con la del Padre, ya por la palabra, ya por la mirada, cuando antes parecía que brotaban calor y magnética lumbre, entonces se formaba hielo, se lo explicó suponiendo que no hay brío ni vigor en los corazones humanos para varios afectos, y que, donde uno impera, los otros caen y desmayan, aunque sean de muy distinta condición y naturaleza.
Como tal vez las nieves detienen y con la misma detención prestan más brío a la virtud germinal de la primavera, la cual aparece de súbito y da razón de sí cubriendo los árboles de verdura y los campos de flores, así el anhelo de amar y todo el ser apasionado del virgen corazón de nuestra heroína despertaron de repente, reprimidos hasta entonces por la prudencia, y como dormidos hasta los veintiocho años.
Madrugadora, activa, acostumbrada a dar largos paseos, y a estar en casa empleada en algo útil, la ligereza y el brío de su cuerpo corrían parejas con su beldad y con su gracia.
A casi nadie se le mostraba, pero ella, que tenía muy rara condición y muy contrarias propensiones en el espíritu activo e infatigable, tal vez después de trotar y galopar y dar saltos peligrosos en su caballo negro, durante dos o tres horas, tal vez después de haber limpiado, bañado y frotado con complacencia su hermoso cuerpo, que del valiente ejercicio había vuelto cubierto de sudor, rebosando ella salud, en todo el brío de la mocedad y en todo el florecimiento de la belleza plástica, se sentía llena de ímpetus ascéticos, y abriendo su cuadro, le contemplaba largo tiempo, y las lágrimas acudían a sus ojos, y acudían a sus rojos labios plegarias inefables que ella murmuraba y apenas articulaba.
Por él he comprendido que en mi familia hay brío para todo.
Venegas se complacía en atacar al caído Imperio, Sarmiento le defendía acalorado y lleno de brío.
Yo lo comprendoSi tú no te has de morirdijo Fortunata irguiéndose con brío, en son de protesta.
Mas era tanta la alegría de la esposa al verle enmendado, que no pensaba que aquella enmienda fuera como un descanso, para emprenderla después con más brío por esos mundos de Dios.
Pronto seré mayor de edadafirmó Rubín con brío.
De los escombros de sus ilusiones deshechas sacó, pues, Jacinta el último argumento, el último, pero lo esgrimió con brío, quizás por lo mismo que ya no tenía más.
¿Quieres venirte conmigo? replicó el con brío, y se echó a reír, alabando su propia gracia.
La no expresaba nada, por lo cual su fervorosa amiga volvía al ataque con más brío y pasión.
¡Hideputa, y qué corazón de mármol, qué entrañas de bronce y qué alma de argamasa! Pero no puedo pensar qué es lo que vio esta doncella en vuestra merced que así la rindiese y avasallase: qué gala, qué brío, qué donaire, qué rostro, que cada cosa por sí déstas, o todas juntas, le enamoraron, que en verdad en verdad que muchas veces me paro a mirar a vuestra merced desde la punta del pie hasta el último cabello de la cabeza, y que veo más cosas para espantar que para enamorar, y, habiendo yo también oído decir que la hermosura es la primera y principal parte que enamora, no teniendo vuestra merced ninguna, no sé yo de qué se enamoró la pobre.
Amaneció el día que se siguió a la noche de la ronda del gobernador, la cual el maestresala pasó sin dormir, ocupado el pensamiento en el rostro, brío y belleza de la disfrazada doncella, y el mayordomo ocupó lo que della faltaba en escribir a sus señores lo que Sancho Panza hacía y decía, tan admirado de sus hechos como de sus dichos: porque andaban mezcladas sus palabras y sus acciones, con asomos discretos y tontos.
Date, date en esas carnazas, bestión indómito, y saca de harón ese brío, que a sólo comer y más comer te inclina, y pon en libertad la lisura de mis carnes, la mansedumbre de mi condición y la belleza de mi faz, y si por mí no quieres ablandarte ni reducirte a algún razonable término, hazlo por ese pobre caballero que a tu lado tienes, por tu amo, digo, de quien estoy viendo el alma, que la tiene atravesada en la garganta, no diez dedos de los labios, que no espera sino tu rígida o blanda repuesta, o para salirse por la boca, o para volverse al estómago.
Don Quijote, alzando la visera, con gentil brío y continente, llegó hasta el estandarte del asno, y allí se le pusieron alrededor todos los más principales del ejército, por verle, admirados con la admiración acostumbrada en que caían todos aquellos que la vez primera le miraban.
Y no toma ocasión su amarillez y sus ojeras de estar con el mal mensil, ordinario en las mujeres, porque ha muchos meses, y aun años, que no le tiene ni asoma por sus puertas, sino del dolor que siente su corazón por el que de contino tiene en las manos, que le renueva y trae a la memoria la desgracia de su mal logrado amante, que si esto no fuera, apenas la igualara en hermosura, donaire y brío la gran Dulcinea del Toboso, tan celebrada en todos estos contornos, y aun en todo el mundo.
¡Oh hideputa, y qué cabellos, que, si no son postizos, no los he visto mas luengos ni más rubios en toda mi vida! ¡No, sino ponedla tacha en el brío y en el talle, y no la comparéis a una palma que se mueve cargada de racimos de dátiles, que lo mesmo parecen los dijes que trae pendientes de los cabellos y de la garganta! Juro en mi ánima que ella es una chapada moza, y que puede pasar por los bancos de Flandes.
De allí a poco comenzaron a entrar por diversas partes de la enramada muchas y diferentes danzas, entre las cuales venía una de espadas, de hasta veinte y cuatro zagales de gallardo parecer y brío, todos vestidos de delgado y blanquísimo lienzo, con sus paños de tocar, labrados de varias colores de fina seda, y al que los guiaba, que era un ligero mancebo, preguntó uno de los de las yeguas si se había herido alguno de los danzantes.
Si no fue Roldán más gentilhombre que vuestra merced ha dicho replicó el cura, no fue maravilla que la señora Angélica la Bella le desdeñase y dejase por la gala, brío y donaire que debía de tener el morillo barbiponiente a quien ella se entregó, y anduvo discreta de adamar antes la blandura de Medoro que la aspereza de Roldán.
Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería, a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que, sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío que enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala, disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar de la maldita máquina, y corta y acaba en un instante los pensamientos y vida de quien la merecía gozar luengos siglos.
Todo lo creyera yo respondió Sancho, si también mi manteamiento fuera cosa dese jaez, mas no lo fue, sino real y verdaderamente, y vi yo que el ventero que aquí está hoy día tenía del un cabo de la manta, y me empujaba hacia el cielo con mucho donaire y brío, y con tanta risa como fuerza, y donde interviene conocerse las personas, tengo para mí, aunque simple y pecador, que no hay encantamento alguno, sino mucho molimiento y mucha mala ventura.
Figurósele que la litera eran andas donde debía de ir algún mal ferido o muerto caballero, cuya venganza a él solo estaba reservada, y, sin hacer otro discurso, enristró su lanzón, púsose bien en la silla, y con gentil brío y continente se puso en la mitad del camino por donde los encamisados forzosamente habían de pasar, y cuando los vio cerca alzó la voz y dijo: Deteneos, caballeros, o quienquiera que seáis, y dadme cuenta de quién sois, de dónde venís, adónde vais, qué es lo que en aquellas andas lleváis, que, según las muestras, o vosotros habéis fecho, o vos han fecho, algún desaguisado, y conviene y es menester que yo lo sepa, o bien para castigaros del mal que fecistes, o bien para vengaros del tuerto que vos ficieron.
Pero dime, por tu vida: ¿has visto más valeroso caballero que yo en todo lo descubierto de la tierra? ¿Has leído en historias otro que tenga ni haya tenido más brío en acometer, más aliento en el perseverar, más destreza en el herir, ni más maña en el derribar?.
Decía esto con tanto brío y denuedo, que infundió un terrible temor en los que le acometían, y, así por esto como por las persuasiones del ventero, le dejaron de tirar, y él dejó retirar a los heridos y tornó a la vela de sus armas con la misma quietud y sosiego que primero.

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