Ejemplos con boda

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Aceptó Juana la pretensión de buen grado, y se celebró en su día la boda, con la posible solemnidad, y como Simón, huérfano de padres años hacía, y sin pizca de parentela en el mundo, poseía en su pueblo, por herencia, una casuca con su poco de balcón a la plaza, trasladóse a ella el flamante matrimonio.
Pero ¿qué novios no lo fueron el día de la boda y aun algunos después?.
Que habló largamente de la boda de la hermosa Julieta de los Peñascales con nuestro compañero el distinguido escritor y diplomático don Arturo Marañas , no hay para qué decirlo, porque se supone fácilmente, pero, ¡ay!, a don Simón no le pasó de las narices aquel incienso: conservaba mucho más adentro el recuerdo martirizador de la palabra , con que le había calificado el mismo que quizá redactaba aquellos lisonjeros párrafos, y sabía de memoria los que había dedicado la misma pluma a su desastre parlamentario.
El Padre Alesón había dicho a Belarmino que Angustias viviría, hasta el día de la boda, en el convento de las Carmelitas, en las afueras de Pilares.
Y hasta me ocurría que si mis deseos se realizaban, si un día me era dado llevar a Linilla al pie de los altares, Gabriela y don Carlos apadrinarían nuestra boda.
Los dos, tiesos, majestuosos, dentro de estos trajes que, al través de innumerables reformas, venían subsistiendo desde su boda y sólo salían a luz en visitas de días o entierros.
Don Eugenio, que se sentía viejo y estaba dispuesto a traspasar al dependiente predilecto, encargóse de hablar a su amigo el , éste no tenía gran empeño en conservar en casa una hija que ignoraba el valor del dinero y gastaba mucho en trajes, según él decía, y como el novio la aceptaba sin un céntimo de dote, la boda se arregló, y a los tres meses la señora de don Melchor Peña entró triunfalmente en sus dominios de la plaza del Mercado.
¡Sí, sí, no lo niegue usted! Ya todos saben que la familia le distingue a usted mucho, que usted y Gabriela están a partir un piñón, que el negocio está, arreglado, y que tendremos boda.
¿Cuándo es la boda? ¿Cuándo nos das el gran día?.
Don Rodolfo,agregó, dirigiéndose a mí y desplegando la servilleta, mientras Angelina servía la humeante sopa,¡queda usted invitado a la boda!.
¡Omito el cuadro! ¿Una boda? ¡Cada veinte años! ¡Y con razón! Si los chicos y las chicas ni se conocen ni se tratan.
Y después, por una de esas volubilidades de la fantasía, me imaginé que era el amanecer, que el altar estaba adornado con rosas blancas, que resplandecía iluminado con centenares de luces, y que una joven, en traje de boda, oraba en un reclinatorio, una joven elegantísima, no sé si Angelina o Gabriela, cubierta graciosamente con el velo nupcial.
Todo se arregló a maravilla, disponíase ya la boda cuando estalló en el Interior un pronunciamiento.
Voy a la boda, y esta noche le traeré a usted los dulces.
Aurora estaría al frente del departamento de equipos de boda y canastillas de bautizo, ropa de niños y de señora.
Parecíame a míprosiguió la penitente sin poder contener la efusión de su sinceridad, que aquel hombre me pertenecía a mí y que yo no pertenecía al otro que mi boda era un engaño, una ilusión, como lo que sacan en los teatros.
¿Por qué lo que no se tiene se desea, y lo que se tiene se desprecia? Cuando ella salió del convento con corona de honrada para casarse, cuando llevaba mezcladas en su pecho las azucenas de la purificación religiosa y los azahares de la boda, parecíale al Delfín digna y lucida hazaña arrancarla de aquella vida.
Hablaron de la boda de Maximiliano y de los increíbles sucesos que después vinieron, diciendo Juan Pablo que su cuñadita era una buena pieza.
Enjugando sus lágrimas, se acordó de Maxi, de su boda, y su casa, que se había alejado cien millas de leguas, se puso allí, a cuatro pasos, fúnebre y antipática.
¡Qué día de boda, hija, y qué noche! Esta maldita jaqueca pero ya pasó, y ahora lo menos en quince días no me volverá a dar ¡Vamos!, ya estás otra vez queriendo marcharte a la cocina.
La de Jáuregui se puso su adornada con abalorio, y doña Silvia se presentó con pañuelo de Manila, lo que no agradó mucho a la viuda, porque parecía boda de pueblo.
Como que era el mismo ramo que ella se había puesto el día de su boda.
Al despedirse, diole Juan Pablo un fuerte apretón de manos, diciéndole que asistiría a la boda.
Las visitas le daban cumplida enhorabuena por su boda.
Despidiéronla con sentimiento de verla salir, pero dándole parabienes por su boda y el buen fin que su reclusión había tenido.
Dame mi servilleta Te digo que es la mía ¡Vaya! ¡Ay, San Antonio, qué duro está el pan! Este sí que es de la boda de San Isidro.
Ahora y en la hora de nuestra muerte sí, ya ¡Si son como las rosquillas inglesas que me hiciste comprar el otro día y que olían a viejo! Parecían de la boda de San Isidro.
Faltábale tiempo a la buena señora para dar parte a sus amigas del feliz suceso, no sabía hablar de otra cosa, y aunque desmadejada ya y sin fuerzas a causa del trabajo y de los alumbramientos, cobraba nuevos bríos para entregarse con delirante actividad a los preparativos de boda, al equipo y demás cosas.
¡Y qué marido! Pero al llegar aquí, me veo precisado a cortar esta hebra, y paso a referir ciertas cosas que han de preceder a la boda de Jacinta.
Lo más particular era que Baldomero, después de concertada la boda, y cuando veía regularmente a su novia, no le decía de cosas de amor ni una miaja de letra, aunque las breves ausencias de la mamá, que solía dejarles solos un ratito, le dieran ocasión de lucirse como galán.

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