Ejemplos con belleza

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

¡Qué bien lleva su pasada belleza, gallarda todavía, como en roble, el pañuelo amarillo de talle, en invierno, y la falda azul de volantes, lunareada de blanco! Va al Cabildo, a pedir permiso para acampar, como siempre, tras el cementerio.
Aquí y acullá, y en todas partes, la historia del siglo XIX es la historia de la clase mediaclase media más rica y culta allá, más miseranda y cerril acá, la historia de una época de libertad anárquica, la libertad de explotación, torbellino de átomos insensatos e incoherentes, época egoísta y brutal, que pensó suprimir el dolor fingiendo ignorar que lo hubiese, y alardeó de las ideas y la belleza porque las avillanó y sometió cotizable en el mercado, como cualquiera otro artículo de comercio, época, en fin, en que el negociante venció y aniquiló al filósofo y al poeta.
Así en lo serio como en lo jocoso, tiene el libro escenas de extraordinaria belleza, cuadros insuperables de costumbres.
Pero todo esto lo consigue el arte por medio de sus procedimientos, radicalmente contrarios a los de la ciencia, con la cual nunca puede confundirse sino en un término supremo, que no ha de buscarse ciertamente en los métodos experimentales, sino en la cima de la especulación ontológica, en aquella cumbre sagrada donde la verdad y la belleza son una misma cosa, aunque racionalmente todavía se distingan.
Cierto que el infeliz aludía a la Belleza suprasensible y espiritual, que no a la física y perecedera.
Realmente, quien hubiera visto a Escobar, tan desgraciado de formas plásticas, tan desarrapado y cochambroso, jamás pudiera adivinar que el insigne Aligator había profesado en la categoría de la Belleza.
La vida moderna es la negación de la Verdad, el Bien y la Belleza, y, recíprocamente, la Verdad, el Bien y la Belleza son la negación de la vida moderna.
Él mismo debió de vislumbrar el desastrado fin que le aguardaba, pues entre las notas y apuntes que dejó a su muerte leí esta sentencia: El que consagra sus días a la busca y ejercicio de la Verdad, el Bien y la Belleza, es incompatible con la vida, por lo menos, con la vida tal como se nos ofrece en la sociedad presente.
Como yo la mirase con sorpresa, al verla por primera vez en aquella guisa, ella, con sus graciosas despachaderas, me dijo: ¿Qué miras ahí, papanatas? ¿Es que nunca has visto una mujer en la cama y sin vestir? ¿O es que te parece mal que las viejas cuidemos de sostener y realzar los restos de belleza que nos quedan? Y no vayas a figurarte, ya que como cura serás malicioso, que sois como mulas resabiadas, y los resabios del mal pensar los habéis adquirido en el confesonario, en donde de la gente no aprendéis sino lo malo y lo feo, y eso que no os lo dicen todo, no vayas a figurarte que me pongo estos moños por vanidad, ¡a buena hora! Lo hago por decoro, y por algo más.
Para aquellos exigentes catadores de Belleza, un libro, aunque en sus partes secundarias se emplease con tiento el troquel, debía estar escrito a mano, aforrado en telas ricas y sellado con joyeles a guisa de broches.
Sus gallos, como los personajes de Sófocles, sabían morir con belleza, y por lo tanto con gloria, que viene a ser lo mismo.
Los antiguos, como más próximos al origen de la creación, distinguían con mayor acierto la jerarquía, utilidad y belleza de los miembros, a todos los miembros anteponían en dignidad el pie, después de éste seguía la cabeza, luego, algo que no quiero nombrar, en cuarto grado, la mano siniestra, la del escudo, en quinto, la diestra que empuña el arma, y así sucesivamente.
Pasaba entonces de los cuarenta, ya lo creo, lo que se dice una jamona, antes fea que guapa, para ser sincero, pero con un no sé qué de alegría, desenvoltura y buena gracia, más atractivo que la misma belleza.
Y en cuanto a la belleza lógica del mundo, te respondo que me atraen más las obras del hombre que las de la Naturaleza.
En cuanto a la belleza de los griegos, te respondo que a la nariz, en mármol de Paros, de una estatua, prefiero la nariz respingadilla y de aletas palpitantes de esa chatunga que sube por la calle.
¿Lo absurdo es lo hermoso? ¿Qué diría de esa opinión un griego, para quien la belleza era el resultado más meticuloso y fino de la lógica? El mundo es hermoso, pulcro, porque es lógico.
Pero es que la inteligencia extraordinaria, los sentimientos nobilísimos y fuera de lo común, la peregrina aptitud para producir belleza, ¿no son anormalidades, enfermedades, como la perla es una enfermedad de la ostra? La materia en equilibrio, en inercia, es realidad a medias.
Recordaba la poesía árabe cantando a la mujer junto a la fuente con el cántaro a sus pies, uniendo en un solo cuadro las dos pasiones más vehementes del oriental: la belleza y el agua.
¿Tanta belleza? Parece que el señor don Rodolfo se ha vuelto galante.
Aquel despego de la hermosa niña avivaba en mi alma, de un modo terrible, la pasión que la belleza y las cualidades de la joven habían encendido en mi, y que mi tía Pepa procuraba fomentar.
Y bien, ¿por qué sólo de tarde en tarde me detenía yo a considerar mi penosa situación? Esto fué el tema constante de mis meditaciones en los primeros días, pero luego puse toda mi atención en la belleza de los campos de Villaverde, en las puestas de sol, en la galanura de mis poetas favoritos, en las visitas de mi maltrecha musa, en el amor de Angelina.
¡Esa sí me gusta! ¡Tan bonita, tan inteligente, tan buena, tan sencilla! Es rica, y tiene la sencillez de una pobre, es inteligente e instruída, y no hace alarde de ello, es hermosa, y no está pagada de su belleza.
Los niños, atraídos por tanta belleza, dejaban sus sillitas, y paso a paso se iban colocando en torno de la florista.
Sin embargo, no tardé en comprender que aquel airecillo gazmoño que tanto me chocó en Angelina el primer día, no era más que timidez de bondad, muy en harmonía con su carácter y su belleza, muy natural en quien había tenido tanto que llorar.
¡Cómo suspiré, durante diez años, en las soledades del Colegio, por aquellos sitios y por aquel espectáculo! ¡Cómo, mil y mil veces, a la hora de la siesta, desde el balconcillo del dormitorio, ante la colina poblada de cactos, cansada de las arideces del Valle de México, soñé despierto con la húmeda belleza de la tierra natal!.
Alardean de recibir bien al extraño, pocas veces alaban y ponderan las cosas de la tierra, antes por el contrario las apocan y menosprecian, miran con indiferencia cuanto hay en la ciudad: la belleza de los campos y la hermosura de las mujeres, critican acerbamente cuanto tienen, fingen que nada de otras partes les sorprende, y podéis, con toda libertad, hacer trizas cualquiera cosa de la tierra en presencia de un villaverdino, seguros de que no dirá nada en contrario, antes bien, acentuará la nota burlesca.
La belleza del paisaje, la dulzura del clima y la tranquilidad de la población, seducen a quien pone los pies en Villaverde, la budística ciudad extiende sus redes misteriosas, y ¡presa segura!.
Pude gozar entonces de la belleza singular de aquella boca, de aquellos labios rosados que dejaron ver, al plegarse dulcemente, una dentadura irreprochable.
Además: una novela es una obra artística, el objeto principal del Arte es la belleza, y ¡con eso le basta!.

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