Ejemplos con balandro

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Skinner, Key y Beanes fueron autorizados a volver a su propio balandro, pero no se les permitió volver a Baltimore porque habían visto la fuerza y la posición de las unidades británicas y la intención británica de atacar Baltimore.
Entendiéndolo así Leto, a una señal muy expresiva y cuatro palabras enérgicas enderezadas a Cornias, fue el balandro recogiendo todas sus lonas, como la gaviota sus alas al posarse blandamente sobre la onda marina.
Soñaba que al fin su padre había consentido en que Leto metiera en el agua dos tablas de la cubierta del balandro.
En el balandro, menos mal, porque en cuanto cojo la caña, ya estoy borracho y no conozco a nadie, pero para llegar a ese punto hay que pasar por otros.
Resulta que le gustan mucho los paseos marítimos, y que quiere darlos en mi balandro.
El balandro estaba ya solo y en su fondeadero de costumbre.
Cuando llegó a él, no pensó siquiera en meterse en el balandro que estaba a dos brazas de la escalerilla: limitose a hacer a Cornias, ocupado en recoger el aparejo a toda prisa, algunas advertencias sobre el particular, y enseguida tomó el camino del Miradorio.
Como tenía un plan en la cabeza, en cuanto los señores de Peleches, que habían elegido el camino de abajo para volver a su casa, mostraron deseos de hacer un alto en la botica donde ya se hallaba el boticario don Adrián, Leto se despidió de ellos pretextando ocupaciones urgentes en su balandro.
-Esa es la verdad -añadió Leto saltando del balandro a la escalera para dar la mano a Nieves, porque habiendo bajado bastante la marea, eran muchos y estaban muy resbaladizos los escalones descubiertos.
Dio entonces por más que suficiente la distancia recorrida, y con gran sentimiento de Nieves, que tenía los cinco sentidos puestos en los lances del paseo mar afuera, viró el balandro y se puso en rumbo al muelle.
Tomó el viento al balandro por aquella banda, cayó el aparejo hacia la opuesta, y henchidas de nuevo las velas, comenzó el ''Flash'' a navegar hacia la derecha de idéntico modo que lo había hecho hacia la izquierda.
-Este es el blasón de nobleza del balandro: ''Mr.
-Por de pronto, mi señor don Alejandro -contestole Fuertes con cierta socarronería-, ha sido usted uno de los tres valientes que nos hemos colado en el pozo por entrar en el balandro, y después, mire usted, yo me he visto cara a cara con los moritos en Monte Negrón y en los Castillejos, y hasta en lo de Wad-Ras, que fue más agrio que lo que a ustedes se les figuró, y sin echármelas de valiente al decirlo, ni perdí la serenidad, ni el coraje.
Cornias, según Leto le había pintado en la mesa, pero con pantalón blanco y camisa con lunares, si no nueva, recién estirada, aguantaba el balandro atracado a la zanca de la escalera, con las uñas hincadas en los tablones.
El agujero se llamaba el ''pozo'', y el templete que se alzaba entre el emplazamiento del palo y el lado del pozo de hacia proa, con lumbreras a los costados y barritas de metal para protegerlas, era el ''tambucho'', o cúpula de la cámara que estaba debajo, bastante cómoda según iba a verse enseguida, porque ya no había en el balandro cosa que mereciera ser explicada ni vista desde el muelle.
Tampoco la mar propiamente, sino la embarcación con que anda por ella: su balandro.
Cornias se había excedido algo de las órdenes recibidas: bien que el balandro tuviera en aquella ocasión cada cosa en su sitio, pero no tan a la vista, entre otras razones, porque el gualdrapeo de las velas desplegadas, tras de producir balances al barco, hacía trabajar al palo inútilmente.
Tenía el balandro la bandera con corona real, en el pico, y un grimpolón azul con una ''F'' blanca en el tope.
Al llegar al muelle los cinco comensales de Peleches, Cornias quiso atracar el balandro, que estaba separado cosa de dos o tres brazas, a la escalera de embarque, bien corta entonces porque la marea estaba muy alta, pero Leto le hizo señas para que no le moviera de allí.
-Oiga usted, Leto -le dijo Nieves muy en reserva y después de notar con el rabillo del ojo que no la oían los que venían detrás-: cuando estemos en el balandro y le hayamos visto, proponga usted a mi padre que demos un paseo por la bahía.
-Ya se ve el balandro -dijo al mismo tiempo.
Teniendo esto en cuenta, sólo aguardaban los del comedor la vuelta de Nieves para salir con ella a hacer la proyectada visita al balandro de Leto, número primero de los del programa dispuesto para aquella tarde.
Nieves no lo ponía en duda, su padre, así, así, don Claudio negaba esa seguridad hasta en el navío de tres puentes, y en cuanto al boticario, tenía las pruebas de lo afirmado por su hijo en que había hecho éste con su balandro, doscientas veces, mucho más de lo sobrado para que a la primera se quedara en la mar, por los siglos de los siglos, cualquier otra embarcación de igual calibre.
Se podía navegar en su balandro con la misma confianza que en un navío de tres puentes.
En poco tiempo se puso al corriente de todo y en aptitud de manejar el balandro tan guapamente: le quería como a las niñas de sus ojos.
Era listillo y valiente, y en cuanto llegó el balandro de Inglaterra, por recomendación de Leto se encargó de hacer en él los mismos servicios que en el bote.
¡La maldita desconfianza! Habló, pues, del balandro durante una buena parte de la comida, después de ponerle, y de ponerse él mismo, a las órdenes de Nieves para dirigirle, de la hermosura y comodidad de la bahía para voltejear en ella, con una brisa bien ''entablada'', las personas que se contentaran con poco, de la intensidad de este mismo placer recibido en alta mar, del inglés, su amigo, con quien tantas veces le había gustado, de su destreza, de su valor, de su carácter.
Bien poco trabajo le costó a Leto mostrarse cortés y hasta rumboso en aquel particular, porque precisamente el balandro, sus condiciones marineras, sus hechos y valentías, y las altas prendas del generoso amigo que se le había regalado, eran los temas de conversación que más le agradaban, los únicos acaso con que se dejaba ir, hablando, hablando, al sosegado curso de sus ideas, sin la menor protesta de aquel diablillo psicológico que se lo echaba todo a perder cuando sus elogios o sus juicios recaían en cosa nacida de su cacumen, o, aunque propia, no tuviera consagrados los méritos por otro juicio de indiscutible autoridad.
-Sí, señor, con usted, porque cuando yo hice esa promesa a Nieves, contaba con el balandro de usted, con la competencia náutica de usted y con la galantería de usted.
¡qué balandro?.

© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba