Ejemplos con balandrán

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Vestía el Provisor balandrán de alpaca fina con botones muy pequeños, de esclavina cortada en forma de alas de murciélago.
Aquella tarde sacaron a pasear a don Quijote, no armado, sino de rúa, vestido un balandrán de paño leonado, que pudiera hacer sudar en aquel tiempo al mismo yelo.
La señora, puesta en pie, se cubrió de un luengo balandrán, cogiome con viva manotada, y doblándome sobre mí mismo me guardó en un hondo bolsillo de aquella prenda lujosa.
Pidió la comida con fuertes voces, tiró el gorro, se quitó el balandrán como un estorbo para sus manotazos, y cogiéndome cual si quisiera pegarme, me llevó al comedor y a la mesa, diciendo: ¿Qué es esto, rediez? ¿No comemos hoy?.
Acudiendo a recoger su gorro y balandrán, recobró el aspecto terrorífico que había traído de la calle cuando vino a comer.
Con un gorro encarnado, unas bragas azules, chaquetón o balandrán con botones de moneditas y adorno dorado, se hace un empaque como el de esos griegos o turcos que vemos en los muelles de Marsella y de Génova.
El burro pacía con avidez de atrasado apetito, y el hombre, tan pequeño que bien podría llamarse enano, vestía un haraposo balandrán azul, y se cubría la coronilla con un gorrete del mismo color.
Vistió a su huésped con un balandrán viejo, que no venía mal al cuerpo del español, le puso la faja encarnada y el bonete negro, y le mandó a que viera la ciudad y la corriese por todo el misterioso enredijo de sus calles.
A la salida de Paganos llegose al convoy un anciano cura, que venía por la carretera adelante con balandrán y gorro negro, bastoneando fuerte.
Cogió el párroco su bonete, echose el balandrán sobre la sotana con peligro inminente de asarse vivo, y sacando de un rincón de la sala el tremendo cayado en que solía apoyarse, fue a avisar a la señora Rita de que salía.
Dentro hay un enano, un monstruo, vestido con balandrán rojo y turbante, alimaña de transición que se ha quedado a la mitad del camino darwinista por donde los orangutanes vinieron a ser hombres.
Pusiéronle el balandrán, y en las espaldas, sin que lo viese, le cosieron un pargamino, donde le escribieron con letras grandes: Éste es don Quijote de la Mancha.
? Usted va a mojarse el balandrán.
Hallábase el cura, envuelto en un raído balandrán y cubierta la cabeza con el solideo, acomodado en el sillón de roble.
Pidió la comida con fuertes voces, tiró el gorro, se quitó el balandrán como un estorbo para sus manotazos, y cogiéndome cual si quisiera pegarme, me llevó al comedor y a la mesa, diciendo: «¿Qué es esto, rediez? ¿No comemos hoy?.
Las dificultades que tuvimos para conseguir la ropa clerical de Sebo las resolvió fácilmente Bartolomé Gracián, que estaba en buenas relaciones con el ama de un cura, frescachona, la cual facilitó sotana y balandrán viejos, y un sombrero de teja, raído, tan largo como un ataúd.
En medio de la gallarda procesión vi el estandarte de la Hermandad de los Recueros, y al término de ella se me aparecieron el que venía como Prioste y otros dos que hacían de secretario y seise, a su lado un cura, que hacía el abad, de luenga capa los paisanos, el cura con balandrán, los cuatro caballeros en lucidos alazanes.
Creí que eran bromas del señorito, o que con mi timidez y cortedad quería divertirse, pues ya sabe él y saben todos que no soy hombre para codearme con señorones y celebridades de tal fuste, pero tanto insistió mi discípulo, que allá nos fuimos, después de dar restregones a mi balandrán para limpiarlo de barros y otras materias, y tuve la satisfacción de ver de cerca al gran héroe y de platicar mano a mano con él durante unos diez minutos, que me parecieron diez horas, tan sofocado y descompuesto estaba yo por el honor inmenso de aquella entrevista.
Vestía traje negro, que al pronto me pareció balandrán, mas luego vi que era sotana.
Y vuelta a correr cuanto podía, tropezando sin cesar, arrastrando con dificultad el balandrán empapado que pesaba arrobas, la sotana desgarrada a trechos y cubierta de lodo y telarañas mojadas.
Estaba allí mi tío, sentado en el sillón de cabecera, y a su izquierda, en el banco que le seguía inmediatamente, un señor Cura muy corpulento, con balandrán de paño, gorro de terciopelo raído, y entre manos una cachavona muy recia, frontero a los dos, con la lumbre entre ambos, otro personaje más corpulento aún que el señor Cura, de cabeza canosa y gorda, cara cetrina y ojos muy saltones, en el mismo banco, pero a respetuosa distancia de este sujeto, Chisco secándose el barro de sus perneras a la lumbre, y junto a ella, y acurrucada en el suelo sin estorbar a nadie, con una cuchara de palo en la mano derecha, y en la izquierda el mango de una sartén colocada sobre las trébedes, una mocetona de ojos azules, hermoso y abundante pelo rubio y cuerpo bien metido en carnes.
-Mucho, rubita, mucho -respondía el Magistral, desabrochándose el maldito balandrán y soplando con fuerza.
Vestía el Provisor balandrán de alpaca fina con botones muy pequeños, de esclavina cortada en forma de alas de murciélago.
¡Qué maridos de la isla de San Balandrán! -añadió acordándose del suyo.
Entonces vestía don Fermín un cómodo, flamante y bien cortado balandrán, y en un rincón de la alcoba se escondían las zapatillas de orillo y el gorro con mugre, el zapato que admiraba Bismarck, el delantero, y el solideo que brillaba como un sol negro, ocupaban los respectivos extremos del importante personaje.
Cuando llegue a la hospitalaria mansión del cura de los Castros, voy a pedirle que me ceda un balandrán o cosa por el estilo, porque andar desnudo en diciembre no es agradable.
Después que el estudiante retira del fuego el puchero del guisado para que el calor de la lumbre le seque a él el lodo de los pantalones, y cuando su hermana ha recogido con gran esmero el balandrán y las camisas, toma aquél el jarro de la leche, ya que el papel del azúcar lo tiene su padre, y se dispone a auxiliar a su madre y a su hermana en la preparación de las tostadas, amenizando el trabajo con el relato de sus proezas y aventuras de estudiante.
-¡Cóncholes con el hombre! -murmuró el interpelado, recogiendo otra vez el lío de ropa, o sea el balandrán y dos camisas sucias, que había puesto sobre un banco al entrar en la taberna.
Lo de menos era en él, con ser mucho, el interés que sabía dar en pocas y pintorescas frases a las noticias que yo le pedía, por no satisfacerme las que me suministraban Chisco y su compañero, acerca de las grandes alimañas, sus guaridas en aquellos montes y la manera de cazarlas, los lances de apuro en que se había visto él y cuanto con esto se relacionaba de cerca y de lejos, sus descripciones de travesías hechas por tal o cual puerto durante una desatada «cellerisca» sus riesgos de muerte en medio de estos ventisqueros, unas veces por culpa suya y apego a la propia vida, y las más de ellas por amor a la del prójimo: lo demás era, para mí, su manera de «caer» sobre la montaña, como estatua de maestro en su propio y adecuado pedestal, aquél su modo de saborear la naturaleza que le circundaba, hinchiéndose de ella por el olfato, por la vista y hasta por todos los poros de su cuerpo, lo que, después de este hartazgo, iba leyéndome en alta voz a medida que pasaba sus ojos por las páginas de aquel inmenso libro tan cerrado y en griego para mí, la facilidad con que hallaba, dentro de la ruda sencillez de su lengua, la palabra justa, el toque pintoresco, la nota exacta que necesitaba el cuadro para ser bien observado y bien sentido, el papel que desempeñaban en esta labor de verdadero artista su pintado cachiporro, acentuando en el aire y al extremo del brazo extendido, el vigor de las palabras, el plegado del humilde balandrán, movido blandamente por el soplo continuo del aire de las alturas, la cabeza erguida, los ojos chispeantes, el chambergo derribado sobre el cogote, la corrección y gallardía, en fin, de todas las líneas de aquella escultura viviente.

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