Ejemplos con babeles

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

-Si he de decirte la verdad, no distingo bien las fisonomías de los Babeles -dijo Braulio abanicándose con el hongo, porque sentía un calor excesivo-.
Dulce lloraba en silencio, sentada en una butaca frente a Guerra, el cual sin mirar a su querida, sintió por primera vez que la infeliz mujer no era ya totalmente una excepción de la repugnancia que todos los Babeles le inspiraban.
El que rarísimas veces aportaba por allí era Policarpo, que a Guerra le parecía el más avieso de los Babeles, aparte de que sus maneras chulescas y su lenguaje de germanía le desagradaban.
Le soportaba porque se servía de él para engañar las horas y sortear su aburrimiento, aunque a veces su hastío de los Babeles era tal, que la benevolencia cesaba de golpe, y le despedía con aspereza.
Los Babeles sabían de antiguo que no serían bien recibidos en el hogar de su hermana, y evitaban el aportar por allí.
En todos tiempos, a Guerra le sabía muy mal encontrarse con alguno de los Babeles en la casa de la calle de Santa Águeda.
Dicho está que uno de sus primeros cuidados fue pagar antiguas deudas, recogiendo todo el papel suyo que tenían usureros de los más feroces, uno de los cuales, el más feroz sin duda, no era otro que aquel don José Bailón, a quien vimos de punto fuerte en el comedor de los Babeles.
Subvencionar a los Babeles le parecía indigno y desmoralizador, sitiarles por hambre, crueldad inhumana, y encaminarles a su natural destino, que era la cárcel, el presidio o el manicomio, resolución incompatible con la amistad de Dulce.
Por fin, no olvidó contarle la estafa que los Babeles fraguaron contra él, falsificándole la letra, lo que Dulce oyó con terror, cruzadas las manos y exhalando suspiros.
El recuerdo de los Babeles acibaró el gozo de Ángel, que empezaba a sentir hacia ellos repugnancia indecible, la cual, como sombra creciente, cogía también en parte a la pobre Dulce.
Tanto le dolía el fraude, que le faltaba poca para echarse a llorar mientras que Guerra, afectado por el descubrimiento, no pudo olvidar en todo el día la imagen fatídica de los Babeles de una y otra rama.
Hijos: I. ARÍSTIDES, primogénito, de treinta y seis años en la época a que refiriéndome voy, bien parecido, de tipo noble, que era, aunque parezca mentira, el tipo de toda la familia. De muchacho, su perfil fue comparado por alguien al de un heraldo de los que se ven en los escudos de la casa de Austria, o en los monumentos de la época Isabelina, entre yugos y flechas. Envejecido antes de tiempo, peinaba canas en la barba y pelo, y habría llevado el hábito de Calatrava o de Santiago mejor que muchos que lo ostentan como si se cubrieran con una sábana. Que la vida de este hombre fue siempre algo misteriosa, vida de aventurero y de frustradas ambiciones, revelábase en su rostro, marcado con un sello de melancolía y cansancio, como de quien ha consumido sus fuerzas en estériles batallas. Contrastes horribles dejaba ver a cada instante en su ser moral o intelectual, pues si a veces desplegaba en la conversación entendimiento soberano y un ingenio agudísimo, de repente caía en las mayores simplezas y estulticias que es dado imaginar. Su juventud sería sin duda materia curiosa para quien pudiera estudiarla con datos seguros, porque otra más accidentada, más movida y dramática no creo que exista. Sin oficio, profesión ni carrera, obedeciendo en esto a la ley de todos los Babeles de tres generaciones, que siempre hicieron ascos al estudio, había huido muy joven de la casa paterna, afiliándose a una compañía de cómicos, volvió inopinadamente titulándose Contratista de forrajes para la caballería portuguesa. Obtuvo un empleo, fue a Cuba, se casó y enviudó a los cinco meses, huyó por causa de un desfalco, y ha poco fundaba un periódico en Costa Rica. Sus alternativas de riqueza y miseria fueron extremadas: una vez se presentó en Madrid poseyendo valiosísimas alhajas, otra tuvo que salir perseguido por la justicia, a causa de haber cedido en Bolsa una letra, que resultó ser más falsa que Judas. Como detalle revelador de la vanidad heredada de su madre, conviene indicar que en Costa Rica usó tarjetas que decían textualmente:
Por lo visto, te has decidido a ser revolucionario práctico, y a predicar con el ejemplo, porque todos esos ¡dogmas! que quieres meternos en la cabeza con ayuda de los militronches, no tienen maldito chiste sin la salsa del amor libre, y he aquí por qué el muy salado de mi niño vive amancebado con una princesa de la ilustre dinastía de los Babeles, cuya filiación puede verse en el Almanaque Gotha.
En los días que siguieron a la mencionada visita a los Babeles, los recursos pecuniarios de la pareja ilegal fueron mermando hasta ponerla en situación dificilísima.
Dulce se angustió considerando que el problema vital se presentaba en aquella casa con peor cariz cada día, y Guerra habló de los peligros que podía correr su seguridad personal, si alguno de los Babeles daba en la tecla de denunciarle, y aunque Dulce porfiaba que su padre y hermanos no le venderían nunca, él no las tenía todas consigo.
Sin quitar ni poner nada, contó a Guerra su amante lo que había visto y oído aquella noche en la cueva de los Babeles, y si algunas cosas, de puro carácter sainetesco, les movieron a risa, en general la situación de la familia sin ventura despertaba en ambos compasión muy viva.
José Bailón, el cura renegado, vecino de la casa, y el más asiduo concurrente a la tertulia de los Babeles, habían armado tal gresca, que daba miedo oírles.
Aquella noche, cuando Dulce entró en la guarida de los Babeles, la primera persona que vio fue su madre, que salía de la cocina, encendido el rostro, desgreñada la blanquecina crencha, y con todas las trazas de haber padecido recientemente uno de aquellos arrechuchos que perturbaban su claro juicio.
Porque ha de saberse que los Babeles, en medio de sus garrafales defectos, tenían la cualidad de avenirse a todo, de conformarse con la suerte, y de prestarse mutuo auxilio en la adversidad dispuestos a partir los bienes si algunos hubiera.
Pito y sus hijos dejaron los muros gaditanos para establecerse en Madrid, los Babeles de acá recibiéronles con los brazos abiertos, sencillamente porque pensaban que traían monises.
Llegaron días en los cuales, habiendo los Babeles vendido o empeñado hasta las camisas, ya no les restaba nada que empeñar o vender.

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