Ejemplos con años

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Cuando aún no tenía veinte años, su voz de timbre inconfundible fué escuchada en el mundo de habla española como la revelación de un gran temperamento poético original.
Al alarde de riqueza métrica que caracteriza a la revolución de la poesía española en los últimos treinta años, Juan Ramón Jiménez, aunque capaz de los mayores refinamientos técnicos, responde con el uso renovado y moderno de los metros tradicionales más sencillos y populares, y nadie como él ha sabido revivir los versos asonantados de los antiguos romances.
Estar lleno de ,- bajar al fondo ,- vaciar ,- hace años.
Ahora de nuevo, trescientos años después, el poeta español que sabe más de ternura, pureza y elegancia sentimental, ha pasado su mano delicada sobre el lomo peludo de la pobre bestia esclava, y a la caricia de su mano y de su mirada ha surgido Platero a la vida inmortal.
Ya de entonces mi padre había caído en gracia al conde, que era unos quince años más viejo que mi padre.
Entré en el Seminario, de edad de quince años.
Enviaron a mi padre al Instituto, en donde estudió dos años, y, consecutivamente, obtuvo dos tandas de suspensos en las mismas asignaturas.
Hasta los doce años viví en el Pazo de Valdedulla.
Tres años antes había muerto mi abuelo.
Durante aquellos tres años, después de muerto mi abuelo, el conde no se dió instante de reposo, visitando tierras, apuntando lindes, recontando ganado, recorriendo la casa, embalando vajillas y cubiertos de plata, escribiendo horas y horas en su despacho.
Al cabo de los tres años, una mañana apareció difunto, no sé si de cansancio o de aburrimiento.
Conocía la duquesa a mi padre de los años mozos, y, sobre todo, por referencias epistolares de su hermano, de suerte que la escena no le cogía de nuevas.
El viejo duque y el unigénito, adolescente de veintiún años, pasaban los inviernos en Madrid, ciudad que ella aborrecía, sobre todo por el sol.
Con el marido que Dios me dióesto se lo oí yo mismo, años después, la menor barbaridad, viviendo en Madrid, hubiera sido el adulterio.
Lo habían adquirido de una tal Pepona, cortesana vieja, la cual, a su vez, lo poseía por graciosa donación de su amante, el marqués de Quintana, desaparecido hacía años del mundo de los vivos.
No volví a asistir a las reuniones hasta muchos años después.
Había vivido algunos años en las islas Filipinas, y allí se había granjeado reputación de sabio entomólogo y se le atribuía el descubrimiento de varias familias de insectos: la , mosca como la de aquí, sólo que reside en el archipiélago magallánico, el , especie de mosquito de trompetilla, , hormiga que pica, y otras bestezuelas domésticas.
Mi madre murió cuando yo cumplía apenas los tres años.
Belarmino, ahora, no se desleía en aquellas especulaciones filosóficas, o lo que él entendía por tales, que últimamente, en los dos o tres recientes años, le habían acaparado la actividad del pensamiento y los afanes del pecho, sin dejar lugar ni vado para ninguna otra ocupación o sentimiento, a no ser el amor por su hijita.
Databan los amores desde más de dos lustros, los habían iniciado estando los dos muy corridos en años, y no habían trascendido del estadio del más puro romanticismo, platonismo e inefabilidad.
¡Qué tenacidad! ¡Qué constancia! Y así cinco, seis años, he perdido la cuenta.
El rapacejo penetró por la trastienda y volvió a salir en un momento, con una criatura de unos siete años.
De un ángulo de sombra surgió un rapacejo pelirrojo, como de doce años: el aprendiz.
Y la sombra rompe a hablar, con la propia gracia y penetración que hace tantos años me deleitaban:.
Una noche me dijo que tenía poco más de treinta años, aparentaba menos de treinta.
No tendría arriba de los cuarenta años, si llegaba.
Pero hoy me siento en humor de salvar del olvido un drama semipatético, semiburlesco, de cuyos interesantes elementos una parte me la ofreció el acaso, otra la fuí acopiando en años de investigación y perseverante rebusca.
Su irónica pedantería y pintoresca erudición me encantaban, pero lo que más me movía a venerar a don Amaranto era el hecho de que hubiera permanecido tantos años en semejante alojamiento, soportando como si tal cosa, sin perder de romana en lo físico ni la ecuanimidad interior, privaciones, entrometimientos, escándalos, desaliños, ponzoñas, en suma, un trato miserable y homicida.
Había vivido veinte años en la misma casa de huéspedes, aquella en donde yo di con él, y otros veinticinco en otras muchas casas de huéspedes.
Don Amaranto de Fraile, a quien conocí hace muchos años en una casa de huéspedes, era, sin duda, un hombre fuera de lo común, no menos por la traza corporal cuanto por su inteligencia, carácter y costumbres.

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