Ejemplos con azuladas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Esta cola está compuesta de cúmulos de estrellas jóvenes y azuladas, así como por regiones de formación estelar.
Las hojas son entre gris verdoso y bastante azuladas, y en algunos árboles son casi circulares, aunque ahusadas en la base hasta formar un esbelto pecíolo.
Son de color verde oscuro en las partes superiores y en la parte inferior poseen dos bandas con estomas blanco azuladas.
Flores con pétalos rojos obovados a veces con manchas oscuras en su base, filamentos de estambres de color violeta y anteras azuladas.
La breva es la primera, de junio a julio, de las dos cosechas de frutos de la higuera, muy apreciadas al ser de mayor tamaño que el higo pero no tan dulce como él, tienen forma de pera y diferentes colores, dependiendo de las variedades oscilan entre el blanco, amarillo verdoso, azuladas y negras.
Cardenillo, una mezcla venenosa de acetatos de cobre que aparece en las pátinas verdosas o azuladas de materiales de cobre y algunas de sus aleaciones y que es utilizado como pigmento,.
Las pinturas al fresco de la bóveda muestran, aunque de manera muy deteriorada, un cielo estrellado y varias serpientes rojas y azuladas entrelazadas que dirigen sus bocas a cada nervio.
Tiene una color gris verdoso en los jóvenes y gris rojizo en adultos, con manchitas azuladas brillantes y a veces un bandeado oscuro a transversal.
Los chistes eran sobre travesuras con Yuyito, Genito y Huevito, sus colores de pagina eran azuladas.
Así, el macho tiene partes superiores de intenso color rojo castaño no moteadas, y cola y cabeza azuladas, la hembra y los jóvenes, en cambio, tienen las partes superiores de color pardo rojizo, listadas transversalmente y cola rojiza con listas transversales.
Su coloración puede variar entre gris verdoso claro y diferentes tonalidades azuladas con pequeños puntos y manchas amarillas.
La corteza es fina de color blanco o ligeramente azulado debido al moho, con manchas blancas o azuladas, pero se puede comer.
Los flancos son más claros, con una línea de manchas azuladas.
Sus flores son azuladas y pequeñas agrupadas en inflorescencias en la cima.
Las hojas son largas, como cristal, azuladas.
Entre las azuladas piedrecitas veíanse fragmentos de barro cocido: pedazos de asas, superficies cóncavas de alfarería, con vestigios de remotos adornos que tal vez habían pertenecido a panzudas vasijas, pequeñas esferas irregulares de tierra gris, en las que parecía adivinarse, a través de las roeduras del agua salitrosa, rostros informes, fisonomías crispadas por el paso de los siglos.
Anduvo Jaime algunos pasos por las azuladas piedras de la calle, falta de aceras, y se detuvo luego para contemplar su casa.
A la sazón, sus orejas parecían de cera, sus labios apenas cortaban, con una línea de rosa apagado, la amarillez de la barbilla, sus venas azuladas se señalaban bajo la piel, y sus encías, blanquecinas y flácidas, daban color de marfil antiguo a los ralos dientes.
Un día, al atardecer, vieron los tripulantes unas montañas azuladas por la distancia: la isla de Mallorca.
Miraba las fachadas de las torres , hechas de bloques de cemento imitando la piedra de las viejas fortalezas, o con azulejos que representaban paisajes de ensueño, flores absurdas, ninfas azuladas.
Al borde, una hilera de destacaba sus medallitas azuladas sobre el verde campesino, gayo, húmedo, de la hierba.
Y aquella mujer todavía hermosa, con el encanto sabroso de la madurez, que ensanchaba sus formas, aterciopelándolas, parecía complacerse con dolorosa coquetería en apreciar en el espejo, mientras se colocaba la mantilla, las canas que cortaban el esplendor rubio de su cabellera, las ojeras azuladas y dolorosas, su boca plegada por un gesto lloroso, como si estuviera en perpetua oración.
Atravesaron al paso, más sosegados que por la mañana, las calles de Azcoitia, y entraron de nuevo en la carretera, flanqueada siempre por el río, hundiéndose a poco en la cañada estrechísima y bravía que forman dos altas montañas, cubiertas de bosques sombríos que trepan cual escuadrones de árboles que quisieran escalarlas, para desgarrar en su cumbre el seno de las nubes, azuladas a veces, vaporosas como la flotante túnica de una poética maitagari, cenicientas otras, flotantes también, pero tétricas como el sudario que cubre las rígidas formas de un muerto.
Una mañana, la cadina Sarahí no se asomó a su adorada celosía para mirar las azuladas montañas del Asia, y la puerta de su quiosco permaneció cerrada.
De largo en largo se retorcían en la atmósfera las espirales azuladas que formaba el humo de las hoguerillas encendidas por los guardas.
¿A la encantadora Elvira? Cierto que tenía el cuerpo escultural, vivificado por venas azuladas que parecían serpear entre tibia carnosidad de rosas, mas su belleza estaba deslucida porque, teniendo el pelo tan negro como las bayas de la yedra, había dado en la estúpida manía de teñírselo de rubio lino.
El pelo, casi negro, recogido y alisado con extremada modestia, avaloraba la blancura mate y dorada de la tez, vivificada por venas finísimas y azuladas.
Una llama pálida lo rodeó todo, enrojeciéronse rápidamente las astillas, las voraces y azuladas lenguas de fuego atacaron las compactas páginas de los libros, y a los pocos momentos, una llamarada de resplandores vivísimos iluminó el cuarto, ofuscando la apacible luz de la lámpara, y proyectando una siniestra claridad de incendio sobre la figura de Lázaro.
Al cuello, libre de alhajas, se ceñía desordenadamente un encaje ancho y rico, de tonos huesosos que acusaban su antigüedad, y el fulgurar intenso de un grueso solitario en cada oreja hacía resaltar la palidez mate de la cara, amortiguando el brillo de los ojos, algo hundidos, y cercados por ojeras débilmente azuladas.
Las mañanas en el jardín, los paseos en el invernadero, las tardes del lluvioso otoño pasadas tras los balcones del gabinete mirando estrellarse y correr las gotas de agua por los empañados vidrios, las horas en que sentado a un extremo de la mesa veía trasparentarse al fondo de sus pupilas azuladas toda la ternura de su alma, le hacían gozar de una manera tranquila, sin que su propia naturaleza varonil le llevara a pensar en otros halagos ni promesas.

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