Ejemplos con azófar

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Con veinte hombres armados de espadas y rodelas y dos pequeños cañones de los que llamaban de fruslera metal procedente de las roeduras de piezas de azófar, hizo frente durante mucho tiempo a los naturales, que, según decía Méndez en su testamento, flechaban y garrochaban desde lejos como quien agarrocha toro, y eran las flechas y tiradores tantos como granizo, e algunos dellos se desmandaban para venirnos a dar con las machadsnas o macanasmazas o porras, pero ninguno dellos volvía, porque quedaban allí cortados brazos y piernas y muertos a espada.
Pero como hábil cortesana, la disimuló al instante y recibió a Salmón con bondad, ordenándome a mí que me sentase junto a la gran copa de azófar que en mitad de la sala había, de lo cual colijo que ella debió de comprender el gran frío que a causa del rigor de la estación y de la diafanidad de mis veraniegas ropas me mortificaba.
En la pared del fondo, donde desde inmemoriales tiempos tenía asiento la lanza consabida, había una especie de altarejo, sobre cuya tabla, dos velas de cera puestas en candeleros de azófar, alumbraban una imagen de la Virgen de los Dolores, un San Antonio y otros muchos santos de estampa, que de los cuatro testeros habían sido descolgados para congregarlos allí.
Es, pues, el caso que el yelmo, y el caballo y caballero que don Quijote veía, era esto: que en aquel contorno había dos lugares, el uno tan pequeño que ni tenía botica ni barbero, y el otro, que estaba junto, sí, y así, el barbero del mayor servía al menor, en el cual tuvo necesidad un enfermo de sangrarse y otro de hacerse la barba, para lo cual venía el barbero, y traía una bacía de azófar, y quiso la suerte que, al tiempo que venía, comenzó a llover, y, porque no se le manchase el sombrero, que debía de ser nuevo, se puso la bacía sobre la cabeza, y, como estaba limpia, desde media legua relumbraba.
Y hay más: que el mismo día que ella se me quitó, me quitaron también una bacía de azófar nueva, que no se había estrenado, que era señora de un escudo.
Albogues son respondió don Quijote unas chapas a modo de candeleros de azófar, que, dando una con otra por lo vacío y hueco, hace un son, si no muy agradable ni armónico, no descontenta, y viene bien con la rusticidad de la gaita y del tamborín, y este nombre albogues es morisco, como lo son todos aquellos que en nuestra lengua castellana comienzan en al, conviene a saber: almohaza, almorzar, alhombra, alguacil, alhucema, almacén, alcancía, y otros semejantes, que deben ser pocos más, y solos tres tiene nuestra lengua que son moriscos y acaban en i, y son: borceguí, zaquizamí y maravedí.
Allí ya se veía más claro, no solamente por la doble luz del farol y de la vela, la cual ardía en candelero de azófar muy bruñido, sobre una cómoda con columnitas de basas y capiteles de bronce dorado, sino porque la sala tenía cielo raso y no de viguetas al descubierto como el salón contiguo, y estaba, lo mismo que los muros, muy bien blanqueado.
Esto ya se sabe por referencia de don Claudio Fuertes, pero una cosa es saberlo de oídas, y otra muy diferente verlo con los ojos de la cara, subir por su escalera angosta, entre la tienda de Periquet y el ''Bazar del Papagayo'', sentir estremecerse los peldaños desnivelados, debajo de los pies, abocar al vestíbulo mal oliente, obscuro, casi tenebroso de día, con algunas perchas desiguales y una bastonera de listones, larga y estrecha, echarse a la ventura por cualquiera de los dos pasadizos que arrancan de allí, uno a la derecha y otro a la izquierda, con el suelo esponjoso y temblón, de puro viejo, y ver aquí un cuarto lleno de cajones vacíos, de quinqués desvencijados, de montones de periódicos de desecho y de vasijas quebradas, más allá un tabuco con honores de secretaría, conteniendo un estante de pino con papeles y algunos libros de cuentas, cuatro sillas ordinarias y una mesa con tapete verde, cartapacio de badana y escribanía de azófar, un saloncillo después con una mesa larga con media docena de periódicos encima y buen número de sillas alrededor, un armariote entre dos huecos de la pared con algunos libros maltratados y varias colecciones de la ''Gaceta'', un reló de caja en un testero, y en el de enfrente un calendario debajo de un gran anuncio encuadrado de los chocolates de Matías López, y dos quinqués, con reflectores de latón, colgados del techo sobre la mesa.
Si el ama de la casa goza de algún bienestar, resplandecen en dos ó tres chineros el cristal y la vajilla, y en hileras simétricas adornan las paredes de la cocina peroles, cacerolas y otros trastos de azófar ó de cobre, donde puede uno verse la cara como en un espejo.
Mientras éstas y otras cosas de parecido jaez ocurrían en la cocina, en el salón situado enfrente de ella, es decir, al otro extremo del corredor, a la luz de un quinqué de porcelana, colocado sobre una mesita cubierta con pintoresco tapete, agrupábanse tres mujeres alrededor de un brasero de bruñido azófar.
Al día siguiente fue de los primeros en concurrir a la explanada del embarcadero, pero con otro vestido y otros requilorios muy diferentes de los de la víspera: llevaba encima un atalaje adecuado a las exigencias de la ocasión, algo así como «a la marinera» de teatro, guantes de muchos cosidos, borceguíes a la inglesa, grandes anteojos de mar colgando de una bandolera, y entre manos una bocina descomunal de reluciente azófar, sobre cuyo destino guardaba el obstinado secreto, secreto que era la desesperación de sus amigos, a los cuales consolaba asegurándoles que el detalle «había de quedar,» porque, como irían viéndolo, compondría distinguidísimamente en el cuadro.
Más de una vez, al observar, vi que los ojos de la muchacha se posaban en la embalsamada cosecha traída de Valencia o de Murcia, los mazos de claveles cuyos rabos empapaba y salpicaba de bolas de azófar el agua, los haces de rosas y de narcisos cuyos colores claros reían al sol.
El candelero de azófar oscilaba en sus rugosas manos.
Allí había una sala con sillones hermosos y antiguos, de nogal, cubiertos de cuero labrado o guadamaciles, y exornados con tachuelas de bronce, cuatro enormes cornucopias doradas, varios retratos al óleo de Mendozas ilustres, un árbol genealógico, pintado también al óleo, un brasero de reluciente azófar en el centro, y una mesa con búcaros y vasos de China.

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