Ejemplos con arrojándole

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Según una famosa anécdota, se dice que Boyer le quitó uno de los dientes a Leigh Hunt arrojándole una copia de Homero a través de la habitación.
El de la tercera fase, es un robot llamado Uranim, creado por el ayudante de Greedy, Inonis, el cual ayudará al robot en este combate, arrojándole objetos a Uranim para que los lance en contra del jugador.
Los Chipmunks finalmente causan que Dave quede inconsciente arrojándole una jarra de vidrio llena de palomitas de maíz sobre su cabeza.
Dentro del túnel, los dos disfrutan de la mutua compañía, sin embargo, Bart trata de empañar la felicidad de sus padres arrojándole congelante al agua, causando que el bote de Marge y Homer se detenga.
Bart y Milhouse concluyen el día arrojándole aderezos a Nelson, y diciendo que Springfield podía ser muy interesante, pero que no había tiempo para escuchar todas las historias.
Los autores del libro I Can't Believe It's a Bigger and Better Updated Unofficial Simpsons Guide, Warren Martyn y Adrian Wood, dieron una crítica positiva del episodio, describiéndolo como un gran episodio, con un número mayor de gags, pero lo mejor de todo es la venganza de Lisa sobre Bart, y la 'loca de los gatos' que recorre la ciudad arrojándole sus mascotas a la gente.
Y viendo que el perro no aparecía, siguieron a la fugitiva arrojándole piedras, con una de las cuales la descalabraron al fin.
Un grupo de muchachos seguía la lenta flotación del último santo, arrojándole piedras para que no se detuviera en las revueltas de la corriente.
Encogido, doblado, hecho un ovillo, yacía al pie de una de las paredillas del camino, mientras Telva se erguía un poco más arriba, en actitud airada, los ojos centelleantes, las mejillas pálidas, arrojándole sin piedad todos los pedruscos que hallaba a mano.
Al cabo lo consiguió arrojándole, con un empellón, de espaldas sobre la yerba, inerte, sin aliento.
Dicho se está que Olimpia, no participando de la presunción ni del entusiasmo mercantil de su mamá, seguía posada en el antepecho del balcón del gabinete, viendo pasar la sombra melancólica del aburrido Aristarco, y arrojándole desde arriba alguna palabrilla, para que endulzara el plantón.
Si se encontrase allí algún maestro de la escuela pictórica flamenca, de los que han derramado la poesía del arte sobre la prosa de la vida doméstica y material, ¡con cuánto placer vería el espectáculo de la gran cocina, la hermosa actividad del fuego de leña que acariciaba la panza reluciente de los peroles, los gruesos brazos del ama confundidos con la carne no menos rolliza y sanguínea del asado que aderezaba, las rojas mejillas de las muchachas entretenidas en retozar con el idiota, como ninfas con un sátiro atado, arrojándole entre el cuero y la camisa puñados de arroz y cucuruchos de pimiento! Y momentos después, cuando el gaitero y los demás músicos vinieron a reclamar su o desayuno, el guiso de intestinos de castrón, hígado y bofes, llamado en el país , ¡cuán digna de su pincel encontraría la escena de rozagante apetito, de expansión del estómago, de carrillos hinchados y tragos de mosto despabilados al vuelo, que allí se representó entre bromas y risotadas!.
Mientras Rita se atrincheraba tras los restos de una silla de manos y una desvencijada cómoda, huyeron dos chicas, las menos valientes, y habiendo tenido Manolita la buena ocurrencia de cegar momentáneamente a su primo arrojándole a la cabeza un chal, pudo evadirse también Rita, jefe nato del motín.
Así con las tenazas el libro, y le saqué de la chimenea donde olía mal, arrojándole a la jofaina.
Finalmente, después de haber bailado un buen espacio, el Interés sacó un bolsón, que le formaba el pellejo de un gran gato romano, que parecía estar lleno de dineros, y, arrojándole al castillo, con el golpe se desencajaron las tablas y se cayeron, dejando a la doncella descubierta y sin defensa alguna.
Creía en un diablo todopoderoso, que había llenado la ciudad de dolores, de castigos, de persecuciones, el mundo era de la fuerza, y la fuerza era mala enemiga: aquel dios o diablo unas veces se vestía de polizonte, y en las noches frías, húmedas, oscuras, aparecíasele a Pipá envuelto en ancho capote con negra capucha, cruzado de brazos, y alargaba un pie descomunal y le hería sin piedad, arrojándole del quicio de una puerta, del medio de la acera, de los soportales o de cualquier otro refugio al aire libre de los que la casualidad le daba al pillete por guarida de una noche.
Por un momento se olvidó de su sacerdocio y se vio en el terreno atravesando al huésped de la Oliva de una estocada, y arrojándole a los pies un bolsillo de malla, como los que usaba Mochi en las óperas.
Una noche que la esposa no cedía, hubo una reyerta tremenda: Dagiore empezó a pegar bárbaramente a su mujer, esta, sin desconcertarse mucho, buscaba una salida para escapar, y entre tanto, iba arrojándole los muebles y objetos que encontraba al paso, sin dejar por esto de dar grandes voces de socorro.
Su astuto y osado interlocutor lo comprende, y arrojándole una mirada de desdén y volviéndole la espalda, le dice: ¡Estaba seguro de que quería agarrarme por traición! He venido para convencerme no más.
De lo contrario os juro que no volveréis a verme, y el velo de aquellas vírgenes cubrirá esa frente indócil, que desdeña doblegarse al eco de mi autoridad sagrada -dijo, y arrojándole una iracunda mirada salió del aposento.
Le habían sustraído lo suyo, le habían despojado de todo, arrojándole desnudo y miserable al seno del populacho, como se arroja al basurero un despojo inútil.
El instinto hizo resonar en él su voz poderosa, y arrancándose el pañuelo de seda que le servía de corbata, se lo llevó al costado oprimiendo con él la herida, y en aquel momento un extraño de la montura al desesperado latir de un perro, le despidió bruscamente arrojándole a algunos pasos de distancia sobre un terreno blando y movedizo.
Resistía Santiago heroicamente la sugestión guerrera y patriótica de sus amigos, no porque dejara de prender en su alma el fuego que aquellos locos le transmitían arrojándole conceptos incendiarios, sino porque, firme en el amor de Teresa, pensaba que esta había de padecer cruelmente viéndole correr en pos del fantasma revolucionario.
-¡Huye, desgraciado! - exclamó Aramis arrojándole su gorra al rostro-.
Como hubiesen hecho fuerza a Seleuco estas reflexiones movió para la Cilicia con un grande ejército, y Demetrio, que se sorprendió de esta repentina mudanza de Seleuco, concibiendo temor, se retiró a los puntos más inaccesibles del monte Tauro, desde donde le envió a rogar que le dejara tomar el país de alguno de aquellos reyes bárbaros que eran independientes, donde pasaría su vida en quietud, sin tener que andar errante y fugitivo, y cuando no, le diera con qué sostener sus tropas aquel invierno, y no lo despidiera desnudo y falto de todo, arrojándole así en las manos de sus enemigos.
A Telomeo, hijo de Crisermo, que salía de palacio, le acometieron tres al punto, y le dieron muerte, y corriendo contra ellos en su carro el otro Tolomeo, a cuyo cargo estaba la custodia de la ciudad, saliéndole al encuentro, dispersaron a sus esclavos y a los de su escolta, y a él, arrojándole del carro, le mataron.
El Autor vino en ello, porque se dejaba gobernar del tal Apuntador, como de hombre que tenía grandísima curia en la comedia, y había sido estudiante en Salamanca, y le llamaban el Filósofo por mal nombre, y llegando con el papel de la segunda dama a Ana María, mujer del que cantaba los bajetes y bailaba los días del Corpus, habiéndole dado la primera dama a Mariana, la mujer del que cobraba y que hacía su parte también en las comedias de tramoya, arrojándole, dijo que ella había entrado para partir entre las dos los primeros papeles, y que siempre le daban los segundos, y que ella podía enseñar a representar a cuantas andaban en la comedia, porque había representado al lado de las mayores representantas del mundo y en la legua la llamaban Amarilis, segunda de este nombre.
Envía lucero a Persia, con orden secreta de matar a su hermano, al privado que tenía de su mayor satisfacción, llamado Prejaspes, y en efecto, habiendo éste subido a Susa, dio muerte a Esmerdis, bien sacándolo a caza, según unos, o bien, según otros, llevándole al mar Eritreo y arrojándole allí al profundo de las aguas.
Entre tanto, Isabel, no creyéndose satisfecha con lo que había dicho, cogió el malhadado aderezo, que aún estaba sobre su tocador, conforme le había dejado al quitársele la noche antes, y arrojándole en el suelo a los pies de la marquesa,.

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