Ejemplos con arrogancia

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Estaba satisfecho de su arrogancia.
Nietos de corsarios y de soldados, al vestir la sotana guardaban la arrogancia y la ruda virilidad de sus ascendientes.
Los que han llegado a saborear otros rasgos de Pereda, todavía de más singular y exquisita literatura, de emoción trágica e intensa, de cruda expresión y ardiente colorido, los que recuerdan, quizá con lágrimas, y las mejores escenas de , aquí hallarán la misma grandeza y el mismo brío, la misma arrogancia, casi épica, con que el autor realza y ennoblece las catástrofes vulgares y los más desdeñados esfuerzos del trabajo humano, dando nobilísimos ejemplos de una poesía verdaderamente cristiana y verdaderamente moderna.
Pero su arrogancia temeraria, que le había hecho embarcarse en buques destinados al naufragio y le empujaba hacia el peligro por el gusto de vencerlo, gritó más alto que la prudencia.
¡No hablemos más!dijo con arrogancia.
Sentía odio al recordar la arrogancia con que ella le había tratado huyendo del cuarto.
Debía saber toda la verdad, y si no la sabía, se la avisaba su instinto de madre viendo a Ulises convaleciente, enflaquecido, vacilando entre la arrogancia y el quebranto físico, lo mismo que los bravos cuando salían de la cámara del tormento.
Pedro tenía en los ojos aquel inquieto centelleo que subyuga y convida: en actos y palabras, la insolente firmeza que da la costumbre de la victoria, y en su misma arrogancia tal olvido de que la tenía, que era la mayor perfección y el más temible encanto de ella.
La práctica y conciencia de todas las virtudes, la posesión de las mejores cualidades, la arrogancia de los más nobles sacrificios, no bastan a consolar el alma de un solo extravío.
El bigote, ensortijado con cierta arrogancia, era la única herencia física de sus belicosos antecesores.
Nosotras somos las de Lizamendile decían con arrogancia.
Esto lo declaraba con la arrogancia aprendida en aquella caricatura de ejército, que extremaba las ceremonias del antiguo militarismo, y en el cual los andrajosos, con el sable al cinto, se transmitían las órdenes llamándose siempre caballero oficial.
Y la verdad esañadió la vieja con la arrogancia de su franquezaque nada pierde siendo así.
Y don Sebastián erguía su cuerpo de anciano obeso, estirando los brazos con la arrogancia de los últimos restos de su vigor.
Erguía el enorme cuerpo dentro de sus envolturas de púrpura con gallarda arrogancia, como si en aquel momento se sintiera curado de la enfermedad que arañaba sus entrañas y de la insuficiencia del corazón, que oprimía sus pulmones.
Y a renglón seguido, con la candorosa arrogancia de los magnates de aquella época, firmaba sencillamente:.
No faltaban allí, sin embargo, estas, y era la más notable el retrato de un caballero, tipo de arrogancia y varonil hermosura, pintado por Van Dyck en Inglaterra, al mismo tiempo que aquel otro famoso de Carlos I, imagen admirable en que se refleja, junto al orgullo del monarca, una especie de adivinación de su trágica desventura.
Formaban ya allí los carruajes ordenada fila, y entonces pudo apreciar el marqués de Butrón todo el numero y arrogancia de sus huestes femeninas.
El tiempo urgía, y la intrépida Currita viose al fin precisada a salir ella misma al encuentro de los invasores: no lo hubiera hecho con más arrogancia la viuda de Padilla al presentarse a las tropas de Carlos V en el alcázar de Toledo.
Su cuerpo había sido gallardo y conservaba aún restos de arrogancia, mas su rostro ofrecía perfecta semejanza con el de aquel enano de Felipe IV, titulado , que retrató Velázquez y copió Goya, grabándolo al aguafuerte: tenía la misma nariz colgante, los mismos ojos tristes, el mismo bigote retorcido, la misma frente extensa y pensadora, con la sola diferencia de que Villamelón partía por medio su ya escasa cabellera con una raya que, arrancando de la raíz del pelo, llegaba hasta el cogote, formándole sobre las orejas dos pequeños cuernecitos.
Y Batiste, sereno, firme, sin arrogancia, reía de la inquietud de su familia, mostrándose cada vez más atrevido según iba transcurriendo el tiempo desde la famosa riña.
Con increíble arrogancia Mauricia descendía, sin sentir peso alguno.
Hay que ver la nobleza y arrogancia de su figura cuando me lo encasquetan una armadura fina, o ropillas y balandranes de raso, y me lo ponen el duque de Gandía, al sentir la corazonada de hacerse santo, o el marqués de Bedmar ante el Consejo de Venecia, o Juan de Lanuza en el patíbulo, o el gran Alba poniéndoles las peras a cuarto a los flamencos.
Su facha denunciaba su profesión militar y su natural hidalgo, tenía bigote blanco y marcial arrogancia, continente reposado, ojos vivos, sonrisa entre picaresca y bondadosa, vestía con mucho esmero y limpieza, y su palabra era sumamente instructiva, porque había viajado y servido en Cuba y en Filipinas, había tenido muchas aventuras y visto muchas y muy extrañas cosas.
Manuel tembló de piés a cabeza, como si, al renunciar a su última y suprema arrogancia, renunciase tambien a la vida, y, quitándose respetuosamente el sombrero, saludó al hombre a quien habia jurado matar.
Á lo que me preguntaste del órden que tenia para entrar con amo, digo que ya tú sabes que la humildad es la basa y fundamento de todas virtudes, y que sin ella no hay ninguna que lo sea: ella allana inconvenientes, vence dificultades, y es un medio que siempre a gloriosos fines nos conduce, de los enemigos hace amigos, templa la cólera de los airados y menoscaba la arrogancia de los soberbios: es madre de la modestia y hermana de la templanza: en fin, con ella no pueden atravesar triunfo que les sea de provecho los vicios, porque en su blandura y mansedumbre se embotan y despuntan las flechas de los pecados: desta pues me aprovechaba yo, cuando queria entrar a servir en alguna casa, habiendo primero considerado y mirado muy bien ser casa que pudiese mantener, y donde pudiese entrar un perro grande: luego arrimábame a la puerta, y cuando a mi parecer entraba algun forastero, le ladraba, y cuando venia el señor, bajaba la cabeza, y moviendo la cola me iba a él, y con la lengua le limpiaba los zapatos: si me echaban a palos, sufríalos, y con la misma mansedumbre volvia a hacer halagos al que me apaleaba, que ninguno segundaba, viendo mi porfía y mi noble término: desta manera a dos porfías me quedaba en casa: servia bien, queríanme luego bien, y nadie me despidió, sino era que yo me despidiese, o por mejor decir, me fuese, y tal vez hallé amo, que este fuera el dia que yo estuviera en su casa, si la contraria suerte no me hubiera perseguido.
Tuvieron luego muchos amigos así estudiantes españoles, de los muchos que en aquella universidad cursaban, como de los mismos de la ciudad y de los estranjeros: mostrábanse con todos liberales y comedidos, y muy ajenos de la arrogancia que dicen que suelen tener los españoles, y como eran mozos y alegres, no se disgustaban de tener noticia de las hermosas de la ciudad, y aunque habia muchas señoras doncellas y casadas con gran fama de ser honestas y hermosas, a todas se aventajaba la señora Cornelia Bentibolli, de la antigua y generosa familia de los Bentibollis, que un tiempo fueron señores de Bolonia.
Finalmente, con una no vista arrogancia, llamaba de vos a sus iguales y a los mismos que le conocían, y decía que su padre era su brazo, su linaje, sus obras, y que debajo de ser soldado, al mismo rey no debía nada.
Don Quijote quedó suspenso y atónito, así de la arrogancia del Caballero de la Blanca Luna como de la causa por que le desafiaba, y con reposo y ademán severo le respondió:.
Mas agora, ya triunfa la pereza de la diligencia, la ociosidad del trabajo, el vicio de la virtud, la arrogancia de la valentía y la teórica de la práctica de las armas, que sólo vivieron y resplandecieron en las edades del oro y en los andantes caballeros.

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