Ejemplos con arremolinaba

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Se arremolinaba el aire a espaldas de las baterías con oleaje furioso.
Tenían ante ellos el azul del Océano, liso, denso, sin una arruga y en el fondo, por la parte de popa, un triángulo de sombra que empañaba el horizonte, una especie de nube gris y piramidal, que era la isla Calma absoluta Sentados en mitad de la cubierta, no alcanzaban a ver las espumas que la velocidad de la marcha arremolinaba contra los flancos del buque.
Tanta gente se arremolinaba en el alto estrado, que no pude distinguir la actitud de don Nicolás ante el embajador de la fuerza bruta.
Ya estaban los españoles al pie de los muros, ya la multitud se arremolinaba en la trágica disputa de abrir o no abrir las puertas.
Al pasar yo por la Alcaicería, halleme entre un miserable gentío que con grande algazara se arremolinaba en torno a una puerta, de la cual salía humo.
En el arroyo, la gente se arremolinaba gritando, algunos reían y otros lanzaban exclamaciones indecentes, chasqueando la lengua como si se tratara de una riña de perros.
Los alguaciles quisieron en vano separarle, cuanto más tiraban de él, con más rabioso esfuerzo asía de los cuernos y del cuello del animal, que a su vez se arremolinaba y sacudía la cabeza para zafarse de unos y otros.
Tales lecturas eran de fantástico efecto, particularmente al caer de las adustas tardes invernales, cuando la hoja seca de los árboles se arremolinaba danzando, y las nubes densas y algodonáceas pasaban lentamente ante los cristales de la ventana profunda.
La muchedumbre, obligada por su colosal corpulencia a estarse quieta, se arremolinaba y estremecía como un monstruo atado.
Hubo momentos angustiosos en que la turba se arremolinaba estrechándose, y parecía próxima a devorar al prisionero y a los jinetes que le custodiaban, pero estos sabían abrirse paso, y aclarándose el grupo volvía a aparecer la cara del mártir, asido con convulsas manos a los arzones, cerrados sus ojos, la frente herida y cubierta de sangre, las piernas flojas y trémulas, llevado casi en volandas y casi arrastrando, con la respiración jadeante, la boca espumosa, las ropas desgarradas.
¿Podría él ser ese medio de expresión? ¿Sería el Verbo revelador de aquel cuerpo ciego e inconsciente? ¿Hablaría o no hablaría? La masa en tanto se arremolinaba y se extendía por la plazuela del Ángel.
Vio que alzaban el retrato, que la turba se arremolinaba en circuitos sin fin y vio agitarse en el aire multitud de pañuelos blancos que salían de aquel torbellino como una espuma.
Siempre que a la calle salía Pío IX, se arremolinaba la multitud junto a su carruaje, y los vivas y aclamaciones, repitiéndose en ondas, conmovían a toda la ciudad.
Sus pies solo encontraban un desierto repentino, mientras a sus espaldas se iba levantando un bullicio enorme, pues el público se arremolinaba para seguirle entre vaivenes de audacia y de pavor.
Un momento después la procesión había pasado, la gente se arremolinaba para volver a salir a su encuentro, y yo perdí de vista a mi hombre entre las oleadas de la muchedumbre.
En las gradas de la por entonces catedral en fábrica y en el espacio en que más tarde se edificaron los portales, veíase un gentío compacto y que se arremolinaba, de rato en rato, como las olas de mar embravecido.
¿Podría él ser ese medio de expresión? ¿Sería el Verbo revelador de aquel cuerpo ciego e inconsciente? ¿Hablaría o no hablaría? La masa en tanto se arremolinaba y se extendía por la plazuela del Ángel.
En la calle, el pueblo se arremolinaba, y las mulatas del convento, que podían no tener voto, pero que probaban tener voz, se desgañitaban desde la portería, gritando según sus afecciones: «¡Vitór la madre Cuevas!» o «¡Vitór la madre Nieves!».
Al pasar yo por la Alcaicería, halleme entre un miserable gentío que con grande algazara se arremolinaba en torno a una puerta, de la cual salía humo.
Ya estaban los españoles al pie de los muros, ya la multitud se arremolinaba en la trágica disputa de abrir o no abrir las puertas.
Entretanto, la muchedumbre se arremolinaba gritando: «¡Al asesino, al asesino!», y a todo correr venía una patrulla por el beaterio del Patrocinio.
Recelaba vagamente que fuese un malhechor, porque, mirándole a la claridad de la lámpara y de la llama, encontraba que parecía recio y sólido: su espinazo se enderezaba, su cutis amoratado y marchito recobraba coloración saludable, y su pelo, al secarse, se arremolinaba con brío en las sienes.
A sus pies se arremolinaba el pueblo pidiendo la muerte de su Dios.
Y el corro se arremolinaba, hacíase compacto.

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