Ejemplos con arañaba

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Los arañaba, pero no supo darles, como debía, muerte y sepultura.
El ejército del trabajo se extendía por todo el globo: arañaba los continentes, saltaba a las islas, surcaba el mar, descendía a las entrañas del suelo.
¡Vaya una estupidez! Y cuando me quedaba sola, echábame las manos al pelo y me arañaba la cara, diciéndome: 'Por esta vergüenza maldita va a creer Pepe que soy una bestia.
Ya no escuchaba el piano de sus hermanas como quien oye llover, ahora la música le arañaba en lo más hondo del pecho, y algunas veces hasta le saltaban las lágrimas cuando Amparito se arrancaba con alguna romanza italiana de esas que meten el corazón, en un puño.
Pegajosa saliva entorpecía mi lengua, y con los crispados dedos arañaba los brazos del sillón en que me sentaba.
La mayor parte de las veces yo tenía la culpa, según decía Señorita, del llanto de su merced, porque la había pellizcado al fajarla, porque el agua del lebrillo en que la bañé estaba muy fría o muy caliente, porque le prendí mal un alfiler y le arañaba, y por otras mil cosas.
Y era tan hermoso, que todas las niñas de parientes y vecinos le querían con locura, y él aceptaba sus homenajes, pero nunca consentía que le besaran, y las arañaba cruelmente cuando se le acercaban demasiado, así es que las niñas y hasta las jóvenes se aprovechaban de su sueño para ir a cubrirle de besos impunemente y a maravillarse de su hermosura y lozanía.
Era claro que se trataba de un manejo que hería vivamente a la dama de las cofias negras, porque se mordía los labios hasta hacerse sangre, se arañaba la punta de la nariz y se agitaba desesperadamente en su asiento.
Y se recostó contra un árbol que había allí, de pie, con los dos brazos por encima de la cabeza, con la frente en la corteza sin sentir ni la aspereza que le arañaba la frente, ni la fiebre que le golpeaba las sienes, inmóvil y próximo a caer al suelo, como un monumento a la desesperación.
Mejor que su familia le acompañaba su propia pena, y se entretenía y consolaba con ella mejor que con las palabras de su mujer, porque su pena, si le oprimía el corazón, no le arañaba la cara, y doña Pura, al cuestionar con él, era toda pico y uñas toda.
En menos de media hora venció el descenso, los despeñaderos, los zarzales, donde dejaba el traje a jirones y se arañaba las manos y se rompía los pies.
Chemed tenía además mucho chiste y felicísimas ocurrencias, decía mil graciosos disparates, y Mutileder se regocijaba y reía sin poderlo remediar, pero cuando estaba solo, amarga melancolía se apoderaba de su alma, pensamientos crueles le atormentaban y algo parecido a remordimientos le arañaba el corazón, como si fueran las uñas de un gato o, digamos mejor, de un tigre.
Parado el toro arañaba, el suelo, y de tiempo en tiempo alzaba la cabeza a la proximidad del diestro, que andando lento, el cuerpo curvado hacia atrás y los brazos en alto, avanzaba y retrocedía sucesivamente.
A lo sumo, cuando su mujer lo armaba un tiberio y la suegra lo arañaba, se conformaba con murmurar:.
Al oír estas palabras, el franco cojo comprendió que no decidiría a la princesa para que le siguiese de buen grado, y le dijo: Con tu permiso, ¡oh mi señora! E hizo seña de que se apoderaran de ella a sus esclavos, que al punto la rodearon, la amordazaron, y aunque ella se defendió y les arañaba cruelmente, se la cargaron a la espalda, y al caer la noche la transportaron a bordo de un navío que se hacía a la vela para Constantinia.
creí que me arañaba.
¡Vaya una estupidez! Y cuando me quedaba sola, echábame las manos al pelo y me arañaba la cara, diciéndome: 'Por esta vergüenza maldita va a creer Pepe que soy una bestia.
Y yo, llena de cólera, me arañaba las mejillas, y gritaba cada vez más fuerte: ¿Para qué sirve eso? Entonces acudía mi madre a los gritos, y preguntaba, y todas las esclavas le decían: ¡Grita porque quiere obligarnos a explicarle para qué sirve eso! Entonces la reina, mi madre, en el límite de la indignación, a pesar de mis protestas de arrepentimiento, me ponía el trasero al aire y me daba una azotaina furiosa, gritando: ¡Para esto sirve eso! Y yo acabé por convencerme de que eso no servía más que para proporcionar una azotaina, y así con todo lo demás.
Me mordía y yo la arañaba, me pellizcaba y yo la pellizcaba también, pero de tal modo, que a los pocos instantes el zib se me levantó y se me hinchó.

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