Ejemplos con aparadores

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Los aparadores estaban casi vacíos.
Pero al mirar al interior de los aparadores monumentales experimentó otra vez una sensación dolorosa.
Empujó las hojas y hallose en una gran pieza lóbrega a la sazón, que no era sino el comedor, y por tener cubiertos los muros de una imitación del antiguo cuero cordobés, parecía harto más sombría, ayudando a ello los altos aparadores de roble esculpido, y sitiales de lo mismo.
Eran las posadas con sus inocentes placeres y con su devoción mundana y bulliciosa, era la cena de Navidad con sus manjares tradicionales y con sus sabrosas golosinas, era México, en fin, con su gente cantadora y entusiasmada, que hormiguea esa noche en las calles , con su Plaza de Armas llena de puestos de dulces, con sus portales resplandecientes, con sus dulcerías francesas, que muestran en los aparadores iluminados con gas un mundo de juguetes y de confituras preciosas, eran los suntuosos palacios derramando por sus ventanas torrentes de luz y de armonía.
de Ayún, era como si enterrasen a alguno de la familia, y aseguró que si su hermano se obstinaba en quitarlos, ella se los llevaría a su casa para ponerlos en el comedor, haciendo juego con los aparadores.
Al fin se terminaron las obras y el luto, invadieron la nueva casa mueblistas y tapiceros, llenáronse suelos, paredes y techos de ricas alfombras, de espejos colosales, de cuadros y tapices valiosísimos, de arañas estupendas y de muebles caprichosos, llovieron esculturas y monigotes por todos los rincones y tableros de mesas y veladores, atestáronse de primorosas y artísticas vajillas los aparadores del comedor, que era un bosque de roble tallado y un bazar de porcelanas, bronces y cristalería, tapizado de cuero cordobés, no quedó cortinón de vestíbulo ni de puerta de tránsito sin su correspondiente escudo nobiliario, y cuando ya estuvo todo en su punto y sazón, y la servidumbre arreglada a las exigencias del nuevo domicilio, y cada criado en su puesto y convenientemente vestido, y la cocina humeando, con su jefe bien enmandilado y mejor retribuido, con su traílla de marmitones y ayudantes, en un lujoso landó, arrastrado por dos briosos alazanes ingleses, y conducido por un cochero colosal, envuelto el cuerpo en un océano de paño gris, y media cara y los hombros en otro mar de pieles erizadas, guantes por el estilo y alto sombrero con cucarda por coronamiento de esta silueta de oso polar, llevando a su izquierda, como su reflejo en más reducidas proporciones, el correspondiente lacayo, se trasladó la familia al flamante albergue, dejando en el otro lo poco que quedaba de los ya casi borrados recuerdos que habían sido la disculpa de la mudanza, y hasta el polvo de las suelas del calzado.
Su madre tenía que echar las llaves a todos los armarios porque, al menor descuido, el muchacho cogía los bollos, las onzas de chocolate y los dulces que sabía guardaban en los aparadores del comedor.
Daba vergüenza aquella desaforada acometida a los sandwichs, pasteles, trozos de pollo y rajas de salchichón, sin contar los dulces, vinos, frutas y sorbetes que abundaban en los aparadores.
Éste, a la mañana, cuando al despertarse vio en su habitación aparadores con vajilla de oro y plata, gran número de sirvientes, eunucos y jóvenes que le presentaban vestidos de los más ricos, y a la puerta un caballo con preciosos aireos, como los de los amigos del rey, creyendo que todo aquello fuese juego y burlería intentó marcharse de la casa, pero deteniéndole los criados y diciéndole que el rey le hacía el presente de la casa de un hombre rico que acababa de morir, y que todo aquello no era más que primicias y bosquejos de mayores bienes y riquezas, creyólo entonces, aunque todavía con dificultad, y tomando la púrpura, y montando a caballo, dio a correr por la ciudad gritando: “Todo esto es mío”, y a los que se burlaban decía que no era aquello de extrañar, sino el que, loco de contento, no tirase piedras a cuantos encontrara.

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