Ejemplos con ambición

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Ni ambición de dinero ni de fama pueden arrastrar a un poeta como éste a ceder a las demandas del gusto público y acostumbrado, nada le mueve fuera de la propia satisfacción.
Trabajaba lo que quería y cuando quería, más por cumplir con los señores de Neira y con los frailes que por necesidad de ganárselo o por ambición de añadir algún dinerillo para antojos.
Su ambición de abarcaba mucho más.
En él podía la vanidad lo que la ambición o el hambre en otros muchos.
Pero hay una que manda en ti y en mí con mayor fuerza que los tres ochavos de una buena ganancia, y esa ambición está reñida con las manos manchadas de vino tinto y con las ropas que huelen a anisado.
Pregunto, pues: ¿es sólo el deseo de acrecentar vuestras ganancias, extendiendo el comercio y la parroquia, lo que os mueve a abandonar este pacífico rincón, o hay en vosotros alguna otra ambición de distinto género?.
No se acentuaba en él una ambición determinada, quizás porque se creía capaz de todo, en teniendo alas con que volar.
Pero eres también siervo de tu vanidad y de tu ambición, y por lo tanto, eres siervo de los demás, sobre todo de mi marido y mío.
Don Antolín y otros sacerdotes creyeron que el joven se había trasladado a Madrid por ambición, para engrosar el número de clérigos solicitantes.
Aquellos dos seres eran la imagen de la pobre muerta, el recuerdo del único idilio de una vida dedicada por completo a la ambición.
¿A quién puede culparse? A su ignorancia, a su vida de aislamiento lejos del mundo, a vosotros, que no la enseñasteis más, y cegados por la ambición la dejabais soñar junto al precipicio, a todos, menos a ella.
Únicamente por la noche, en el silencio del claustro alto, aquellos matrimonios que se reproducían y morían entre las piedras de la catedral osaban repetirse las murmuraciones del templo, la interminable maraña de chismes que crecía sobre la monótona existencia eclesiástica, lo que los canónigos murmuraban contra Su Eminencia y lo que el cardenal decía del cabildo, guerra sorda que se reproducía a cada elevación arzobispal, intrigas y despechos de célibes amargados por la ambición y el favoritismo, odios atávicos que recordaban la época en que los clérigos elegían a sus prelados, mandando sobre ellos, en vez de gemir, como ahora, bajo la férrea presión de la voluntad arzobispal.
Influido por el helenismo de su maestro, que fácilmente prendía en él, acostumbrado como estaba al trato diario con los autores griegos, soñaba con que la humanidad del porvenir fuese una inmensa Atenas, una democracia artística y sabia gobernada por grandes pensadores, sin más luchas que las de las ideas ni otra ambición que la de pulir la inteligencia, de costumbres dulces y dedicada a los goces del espíritu y al culto de la Razón.
Don Jaime era desprendido, se ocupaba en cosas de ambición y de política y no en negocios de dinero, el dinero le importaba poco, pues se había casado con doña Luz siendo ella pobre, y sin duda encontraría muy razonable que D.
Si él se quedase conmigo aquí, me sacrificaría su ambición, su carrera, su porvenir.
No me sentía capaz de inspirar amor tan desinteresado a quien la ambición seduce y sonríe, halaga la fortuna, y quieren y miman en Madrid, a lo que aseguran, las más altivas y bellas mujeres.
Para él se necesita una rica heredera, que dé alas a su ambición, y no una señorita pobre que le encadene y le sirva de rémora y estorbo.
Pero ¿en qué tiempos estamos? ¿Qué hombres son estos que se juegan el porvenir, la tranquilidad de la familia, que pierden la honra y huyen tan frescos? La maldita ambición de subir y el salirse de la esfera los pierde a todos.
Doña Manuela podía parecerle en ciertos momentos falta de dignidad, pero él echaba la culpa de todo a la maldita ambición, que la sumía en los enredos y trampas, donde dejaba a jirones poco a poco, por sostener el boato de familia, aquella altivez que tan bien le sentaba.
Todos estaban ligados por la vida común, pero los otros eran la burguesía pretenciosa, corrompida prematuramente por la ambición de brillar, por el ansia de mentir, encaramándose penosamente a una altura usurpada, y él era un intruso, el resultado de un encuentro de la fuerza, cándida y sumisa, con la corrupción moral, hermosa y deslumbrante.
La ambición los devora, a los cuarenta años son más viejos que yo, viven pendientes de un hilo con el afán de acaparar dinero, y todo para derrocharlo, para satisfacer esa locura de engrandecimiento que a todos domina.
Lo que yo digo: pero Señor, ¿por qué se meterá ese hombre en libros de caballerías? ¿No podía vivir tranquilo como yo, trabajando para la vejez y sin exponerse a peligro alguno? Y es la maldita ambición que hoy todo lo invade.
Era asombroso este cambio de conducta, pero también lo era que el señor Cuadros, que antes medía telas en su tienda sin ambición alguna, tuviera ahora carruaje y todo el empaque pretencioso de un aspirante a millonario.
Y pasando por él una ráfaga de confianza, desarrollaba un panorama tan encantador a los ojos de su dependiente, que los instintos de comerciante rapaz despertaban en éste y se estremecía de pies a cabeza con el escalofrío de la ambición.
Era el hijo del comerciante emancipado del mostrador y dedicado al estudio por la ambición del papá.
Mientras yo sueño a todas horas contigo, mientras vivo pensando en tí, tú te complaces en dudar de mis palabras, y temes que, prendado de Gabriela y empujado por una ambición vulgar, desdeñe tu amor olvide que me amas y que vives para mí, y corra en busca de un enlace que me proporcione bienestar y riquezas.
Pues hija, yo no tengo la culpa Te acordarás que estuvo con el medio duro en la mano, ofreciéndolo y retirándolo, hasta que al fin su avaricia pudo más que la ambición, y dijo: Para lo que yo me he de sacar, más vale que emplee mi escudito en anises.
La ráfaga de ambición que pasa por la mente de todo español con más o menos frecuencia haciéndole decir , le soplaba a Rubín dos o tres veces cada día, más bien como sueño que como esperanza, pero en sus horas de soledad se adormecía con aquella idea y la trabajaba, batiéndola, como se bate la clara de huevo para que crezca y se abulte y forme espumarajos.
¡Ah!, si tú fueras otro, si tú tuvieras ambición, pronto seríamos todos ricos.
Fortunata encontró a su tío transfigurado moralmente, con un reposo espiritual que nunca viera en él, suelto de palabra, curado de su loca ambición y de aquel negro pesimismo que le hacía renegar de su suerte a cada instante.

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