Ejemplos con alumbrándose

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Minutos después acometían una escalera de pesadilla, sucia, enroscada, tenebrosa, y alumbrándose con fósforos llegaron a una vivienda de aspecto carcelario, en la cual fueron recibidos por una mujer embarazada y un hombre que también lo estaba de la espalda, pues en ella tenía una gran joroba, o sea embarazo de toda la vida.
El trabajo de su cerebro era una calenturienta y dolorosa mezcla de las funciones del juicio y de la memoria, revolviéndose con desorden y alumbrándose unas a otras con aquella claridad de relámpago que a cada instante despedían.
Monsalud entró alumbrándose con una linterna, y traía además una botella de vino.
Alumbrándose con su luz, recorrió don Román toda la casa, bajó a las cuadras, por si había en ellas alguna res suelta o enredada en sus peales, cercioróse de que estaba bien cerrada la portalada, soltó el mastín, que ya le esperaba amarrado a la cadena en su garita, y dejóle dueño del corral, como fiel centinela, no por miedo a sus vecinos, ni quizá a los pocos mal afamados del valle, sino por seguir una costumbre inveterada en él, hija probablemente de ese inexplicable temor que infunde, con sus sombras impenetrables y sus extraños rumores, un monte cercano.
Lo de haberse quedado a oscuras a lo mejor tanto caballero pudiente, y verse obligados a salir del local alumbrándose con cerillas, no le parecía cosa mayor.
de la iglesia, alumbrándose con cirios, esperaba la Comunidad.
Volviose, y vio a cuatro hombres vestidos con una librea muy singular, los cuales conducían cierta especie de litera, alumbrándose con antorchas.
Caminaron así hasta que desembocaron en otro claustro, en cuyo fondo se veía un farolcito con una luz amortiguada: el fraile se dirigió a él, lo descolgó, y alumbrándose así, vino a la puerta de su celda, la abrió, entró, y encendió vela.
-¡María mía! ¡Vuelve en ti! ¡Reconocedme! ¡Yo soy Roberto! ¡Mírame! ¿Me ves? -le dijo el joven poniéndole la mano febril sobre la frente, y alumbrándose él mismo el rostro con la linterna-.
Dos noches después, el mayor vino a mi cabaña en mitad de la noche, alumbrándose con una linterna y acompañado por su amigo, el capitán Morstan.
Allí, en un montón de tierra cubierto de grama, la joven se sentó, y alumbrándose con la linterna, abrió con manos trémulas y palpitando de impaciencia las tres cajitas que acababa de regalarle el bandido.
Entonces tomó su linterna, y levantándose así adornada, como estaba con su anillo, pulseras y aretes, se dirigió a la orilla del remanso, y allí se inclinó, alumbrándose con la linterna el rostro, procurando sonreír, y, sin embargo, presentando en todas sus facciones una especie de dureza altanera que es como el reflejo de la codicia y de la vanidad, y que sería capaz de afear el rostro ideal de un ángel.
Si en aquella noche silenciosa, en medio de aquella huerta oscura y solitaria, alguien, acostumbrado a leer en las fisonomías hubiera contemplado a aquella linda joven, mirándose en las aguas negras y tranquilas del remanso, alumbrándose el rostro con la luz opaca de una linterna sorda, y gesticulando para darse los aires de una gran señora, al ver aquella fisonomía pálida, con los ojos chispeantes de ambición y de codicia, con los cabellos desordenados, con la boca entreabierta, dejando ver una dentadura blanquísima y apretada, y haciendo balancear a derecha e izquierda los pendientes, cuyos fulgores la bañaban con una luz azulada, rojiza o verdosa, que se mezclaba al chisporroteo del mismo carácter que salía de la serpiente enlazada al puño izquierdo, colocado junto a la barba, de seguro que habría encontrado en esa figura singular, algo de espantosamente siniestro y repulsivo, como una aparición satánica.
Cuando ella conoció que era próximamente la hora señalada, se levantó de puntillas, con los pies desnudos, bien cubierta la cabeza y espaldas con un abrigo de lana, y así, alzando su enagua de muselina hasta la rodilla, abrió la puerta de su cuarto, quedito y se lanzó al patio, alumbrándose con su linterna sorda, que cubría cuidadosamente.

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