Ejemplos con alborotados

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Sacudió su vestido para hacer desaparecer las arrugas de la lucha con la terrible chiquillería y se pasó un peine por los pelos alborotados.
Pero andan los del Progreso muy alborotados, y dicen que no hay que colgar a Olózaga, sino a Narváez, que es el causante, pues.
Andrés Borrego, armas construidas ex-profeso para lances de honor, que aún estaban discutiendo Navas y Seoane si la tragedia sería a veinte o a treinta pasos, que en las logias, los patriotas alborotados declaraban que armarían gran tremolina si el duelo resultaba una para asesinar al Ministro, , o.
Y he aquí a mi hombre paseándose por Madrid con las manos en los bolsillos, o viendo correr tontamente las horas en este y el otro café, hablando de la situación ¡siempre de la situación, de la guerra y de lo infames, indecentes y mamarrachos que son los políticos españoles! ¡Duro en ellos! Así se desahogan los espíritus alborotados y tempestuosos.
Aunque había salido del peligro, quedó todavía muy débil, y tuvo que pasar bastante tiempo guardando dieta y medicinándose, mas habiendo un día sentido a la parte de afuera a los Macedonios alborotados e inquietos por el deseo de verle, poniéndose una ropa salió adonde estaban.
Un día cundió la noticia entre el vecindario de que el zorro, de oficio procurador, muy versado en leyes, más aún, avezado en trampas, iba a honrar la población con fijar en ella su domicilio, famoso era el zorro por los pleitos que había ganado, algunos contra toda justicia, y los vecinos, alborotados, contaban maravillas de su astucia y de sus vivezas, y de su ciencia de jurisconsulto, capaz de enredar al juez más recto.
Cuando el de Rinconeda tomó por la vega el camino de su lugar, solo y casi a tientas, porque no había luna aquella noche, aún llegaban a sus oídos los moribundos ecos de alguna balada, el cansado latir de los perros alborotados, y hasta el alegre cantar de más de un gallo madrugador.
Sus hombres, sin largar los cabestros y sufriendo los arranques y sacudidas de los reyunos alborotados, redoblaban el esfuerzo, unos rodilla en tierra, otros escudándose en las cabalgaduras.

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