Ejemplos con alabardas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Según algunos cronistas franceses, los goedendag causaban heridas de tajo por lo que durante mucho tiempo se creyó que eran versiones primitivas de las alabardas.
Sin duda, por estar armada con alabardas se llamó ya desde un principio la guardia de infantería, guardia de alabarderos.
Muy cerca de este emplazamiento se encuentra el yacimiento castreño conocido como el Castriño de Conxo, compuesto por los restos sin excavar de un castro y una serie de petroglifos, grabados en una piedra, con representaciones de espadas o puñales de antenas, alabardas, cazoletas.
Se puede observar el lema del ejército Todo por la Patria y una lápida del tratadista militar Villamartín así como un soldado de caballería de la época de Alfonso XIII, picas y alabardas y un expositor de recuerdos.
En torno de los arcabuceros y piqueros españoles de amarillo coleto, marchaban los espadachines italianos de capa negra y los lansquenetes alemanes con acuchilladas calzas y pesadas alabardas.
Hallábanse estos formados a uno y otro lado de la doble escalera, y los Grandes, llevando a la derecha a sus padrinos, debían de bajar por un ramal y tornar a subir por el otro, al son del golpe de las alabardas, que les hacían el saludo de honor.
No hubieron bien entrado, cuando don Quijote preguntó al ventero por el hombre de las lanzas y alabardas, el cual le respondió que en la caballeriza estaba acomodando el macho.
Estando en esto, vieron que hacia donde ellos estaban venía un hombre a pie, caminando apriesa, y dando varazos a un macho que venía cargado de lanzas y de alabardas.
Yo creo que mañana o esotro día han de salir en campaña los de mi pueblo, que son los del rebuzno, contra otro lugar que está a dos leguas del nuestro, que es uno de los que más nos persiguen: y, por salir bien apercebidos, llevo compradas estas lanzas y alabardas que habéis visto.
Antes que amaneciese, se fue el que llevaba las lanzas y las alabardas, y ya después de amanecido, se vinieron a despedir de don Quijote el primo y el paje: el uno, para volverse a su tierra, y el otro, a proseguir su camino, para ayuda del cual le dio don Quijote una docena de reales.
Al principio pensó que algún tercio de soldados pasaba por aquella parte, y por verlos picó a Rocinante y subió la loma arriba, y cuando estuvo en la cumbre, vio al pie della, a su parecer, más de docientos hombres armados de diferentes suertes de armas, como si dijésemos lanzones, ballestas, partesanas, alabardas y picas, y algunos arcabuces, y muchas rodelas.
Aquellos hombres armados de alabardas constituían la ronda encargada de vigilar los alrededores del Pré-aux-Clercs, con la obligación de intervenir en las contiendas que ocurrían constantemente en el terreno clásico de los duelos.
Aquí interrumpió la conversación el estrépito horrible de las voces de los amotinados, que con más furia que nunca gritaban, «¡Abajo la puerta!» y tomó por vía de acompañamiento se oían los golpes que daban en ella algunos impacientes con las astas de las alabardas que habían logrado arrancar de manos de sus dueños, en tanto que recibían las hachas que habían enviado a buscar.
Entre tanto, los mozos de las alabardas, valientes como castellanos de entonces, continuaban lenta y penosamente su marcha, y el pueblo gritaba a más y mejor contra el pobre don Juan, que daba al diablo la hora en que se le antojó venir por Madrigal, y quisiera más entonces habérselas con todos los tudescos del mundo que con sus furiosos compatriotas.
Los alabarderos, viendo aquello, e interesándose como es natural por un hombre indefenso y expuesto a la ira de todos, y que, sin embargo, tan valiente se mostraba, enristraron las alabardas, y cerrándose en torno de él, lograron, no sin trabajo, abrirse paso por medio de la multitud que por todas partes les rodeaba.
Concluidas estas palabras, los cuatro mozos de las alabardas cogieron en medio al hermano del marqués, y salieron procesionalmente de la pastelería, cerrando la marcha el escribano, y dirigiéndose todos hacia la casa-posada del señor corregidor, que estaba esperando al presunto reo con alguna impaciencia.
El escribano se había retirado hacia la puerta, el pastelero miraba desde el lugar en que le cogió el principio de aquella escena singular, el valor de don Juan, pero la morena, más sensible y arrojada, corrió a los mozos, separó con sus manos las puntas de las alabardas del pecho del caballero, y poniéndose delante de él, le dijo:.
-Abierto está, entre la justicia cuando quiera -respondió el pastelero, y entonces el escribano entró, seguido de dos alguaciles y cuatro robustos mozos armados con alabardas, mohosas, sí, mas de un tamaño respetable.
Por una infernal precaución, la mayor parte de los barcos, que ordinariamente estaban amarradas a lo largo del Louvre, fueron llevados a la otra orilla del río, de suerte que casi todos los fugitivos que corrían al Sena, esperando embarcarse como medio de escapar de sus enemigos, se encontraban ante el dilema de elegir entre el agua o las alabardas de los soldados que los perseguían.
Al resplandor veía Edmundo brillar los sables y las alabardas de cuatro gendarmes.
Mirad esos hombres con alabardas que avanzan hacia nosotros.
Seguíanles varios soldados armados de picas, espadas y alabardas, que ocuparon todo el ámbito del salón y sus avenidas.
Betsabé, rodeada de alabardas y partesanas, entraba de nuevo en la pieza del juicio.
Esta orden fue al punto obedecida, el piquete desfiló en semicírculo, y la vieja, rodeada de lanzas, alabardas y partesanas, fue conducida de nuevo al calabozo.
Cayeron sobre el borrico los hombres armados que allí había, y los unos con sus alabardas, los otros con hachas, y los otros con puñales, le daban y gritaban llevando a su colmo el desorden que reinaba en aquella ingente multitud.
Llegadas a la litera las metieron a ambas en ella, y la procesión se puso en marcha hacia la cárcel del Santo Oficio llevando a la litera en el centro de las dos filas de frailes rezantes que iban a cada costado de la calle, y por detrás de ella, pegados casi a su puerta, iban cerrando la marcha los dos esbirros con alabardas de que antes ya hablamos.
El otro esbirro llevaba una especie de tablero o bandeja, cubierta con un paño punzó sobre la que iban dos grandes tijeras: otros dos esbirros armados con alabardas seguían más atrás, y cerraban por fin la procesión dos filas paralelas de frailes dominicos encabezados por el controversista del Callao, que era a quien esto tocaba por jerarquía.
Cuando por encargo especial acometía un trabajo de felicitación o cosa semejante, para implorar por cuenta propia o ajena la benevolencia de cualquier magnate, eran de ver aquellas Emes iniciales con el cabello erizado de entusiasmo, aquellas Haches que arrastraban más cola que un pavo real, aquellas Erres que hacían cortesías, aquellas Efes con más peluca que Luis XIV, aquellas Eses minúsculas que parecían saltar de gozo, aquellas Eles a caballo sobre las Íes, aquellas Jotas con morrión, y otras infinitas maravillas que producían a la vista ilusión de pirotecnia, todo rematado con unas etcéteras que a la cola de esta procesión pendolística iban con plumachos, blandiendo alabardas y banderolas.
La res sufrió terribles lanzazos, rompiéronse bastantes alabardas, dobláronse otras, volaron los tricornios por el aire, y muchos Guardias sufrieron el destrozo de sus uniformes.
Era, pues, parecida esta pelea a un combate de tierra o, por decirlo mejor, a un combate mural, porque tres o cuatro naves acometían a una de Antonio, y usaban de chuzos, de lanzas, de alabardas y de hierros hechos ascua, y los de Antonio lanzaban también con catapultas armas arrojadizas desde torres de madera.

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