Ejemplos con afirmando

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

El papel de Toby en el gabinete es a menudo el de un hermano mayor bronco, sobre todo con Josh y Sam Seaborn, a quienes trata a veces incluso de forma hostil, hostilidad que a su vez los afectados no reconocen afirmando simplemente que Toby es Toby.
Se le atribuyen también la composición de cantos religiosos o himnos según Tito Livio en su obra XXVII afirmando también como Valerio Máximo que el que compuso a Juno fue cantado por veintiséis doncellas, en los Juegos que costeó Salinator en cumplimiento de un voto que había hecho en la batalla de Siena.
El alcalde de Madrid, en un primer momento, mostró su desencanto afirmando que podría dejar la política, declaración que matizó días más tarde.
Afirmando que la batería de su automóvil esta baja y él necesita ver a un doctor urgentemente ya que su esposa esta enferma, el hombre es llevado por Prescott.
El único que gritaba y se movía con una cólera de cordero rabioso era el , irguiendo su cuerpo desmedrado de tísico, afirmando entre crueles toses su propósito de matar al mallorquín.
Sin embargo, creyó necesario mentir por galantería, afirmando que se acordaba de ella.
Bebió dos copas Tchernoff, afirmando con chasquidos de lengua el mérito del líquido.
En nuestros tiempos, cada vez que el pueblo ruso o polaco ha intentado reivindicar sus derechos, los reaccionarios emplearon al kaiser como una amenaza, afirmando que vendría en su auxilio.
Nietzsche había dicho a los hombres: Sed duros , afirmando que una buena guerra santifica toda causa.
La romántica lloraba, afirmando que sólo su cuñado, el hombre más caballero del mundo , podía salvarla.
Miró al trasluz el líquido topacio del Jerez, y cerró los ojos al beberlo, afirmando que le cosquilleaba en la garganta.
Sanjurjo se reía a carcajadas, afirmando que había aprendido a correr así de niño, cuando su cojera era más pronunciada y no podía competir con los compañeros.
El orador termina afirmando que, mientras la humanidad no se penetre de estas verdades, no podrá salir del estado de barbarie en que yace.
El doctor la entretenía, se enteraba pacientemente de sus murmuraciones sobre las amigas, la daba consejos acerca de vestidos y joyas, recordando sus tratos con ciertas amigas de París, encargaba para ella periódicos de modas, y halagaba su vanidad, afirmando que era la señora mejor vestida de Bilbao.
Deseaba mortificar su carne, y su hija la veía en la mesa repeler los mejores platos, los que en otros tiempos eran más de su gusto, afirmando que ahora le repugnaban.
Agarrándose al tronco estaban seguros de poseer las ramas: educando a los privilegiados en el santo temor de Dios, mantenían el espíritu religioso en las instituciones directoras, en los legisladores, los magistrados, los militares, afirmando el porvenir más sólidamente que si buscaban al populacho ignorante y tornadizo, siempre dispuesto a dejarse engañar por absurdas propagandas.
En la Arboleda los peones clamaban contra las cantinas, afirmando que los capataces eran los verdaderos dueños, y que el obrero que no se surtía de víveres en ellas era despedido del trabajo.
Esta moral, inventada por los grandes capitalistas, abusa de la ciencia, afirmando que los cuerpos sólo viven sanos dedicándose al trabajo y que la inacción es mortal, pero se callan lo que la ciencia añade, o sea que el trabajo excesivo destruye a los hombres con una rapidez infinitamente mayor que si viviesen en holganza.
Después ya no quiso suplicar, conociendo de antemano la respuesta: Era un tormento calculado: le ofrecían agua cuanta quisiera, pero luego que delatase los nombres de los culpables, afirmando lo que no sabía.
Pero cuando llegó el momento de las declaraciones, todo el distrito desfiló ante el juez afirmando la inocencia de , sin que a aquellos rústicos socarrones se les pudiera arrancar una palabra contradictoria.
La pobre muchacha componía el gesto al entrar en la barraca, y a las preguntas de su madre, inquieta, contestaba echándola de valerosa y afirmando que había llegado con unas compañeras.
Mucho le dolía el golpe, andaba apoyado en sus amigos, con la cabeza entrapajada, hecho un , según afirmaban las indignadas comadres, pero hacía esfuerzos para sonreir, y a cada excitación de venganza contestaba con un gesto arrogante, afirmando que corría de su cuenta el castigar al enemigo.
Fué varias veces a Valencia a la casa del amo para hablarle de sus antepasados, de los derechos morales que tenía sobre aquellas tierras, a pedirle un poco de paciencia, afirmando con loca esperanza que él pagaría, y al fin el avaro acabó por no abrirle su puerta.
Enrique tuvo que volver por él, afirmando que el asunto era difícil y que no merece censura, sino aplauso, el que le estudia con ahínco y con amor a la verdad, aunque se equivoque: que no deben reírse los que no saben nadar, ni se echan al agua, de los que por nadar se aventuran y se ahogan, y que sólo yerra el que aspira, y que sólo da caídas mortales el que tiene arranque y valor para encumbrarse y subir.
A sus preguntas contestaban con palabras que nada prometían, pero apenas estaban fuera de la alcoba, meneaban la cabeza con triste expresión, como afirmando que nada les quedaba que hacer allí.
Allí estaba la Valencia, enorme ascua de oro, brillante y luminosa desde la plataforma hasta el casco de la austera matrona que simboliza la gloria de la ciudad, y después, erguidos sobre los pedestales los santos patronos de las otras : San Vicente, con el índice imperioso, afirmando la unidad de Dios, San Miguel, con la espada en alto, enfurecido, amenazando al diablo sin decidirse a pegarle, la Fe, pobre ciega, ofreciendo el cáliz donde se bebe la calma del anulamiento, el Padre Eterno, con sus barbas de lino, mirando con torvo ceño a Adán y Eva, ligeritos de ropa como si presintiesen el verano, sin otra salvaguardia del pudor que el faldellín de hojas, la Virgen, con la vestidura azul y blanca, el pelo suelto, la mirada en el cielo y las manos sobre el pecho, y al final, lo grotesco, lo estrambótico, la bufonada, fiel remedo de la simpatía con que en pasadas épocas se trataban las cosas del infierno, la , Pintón coronado de verdes culebrones, con la roja horquilla en la diestra, y a sus pies, asomando entre guirnaldas de llamas y serpientes, los Pecados capitales, horribles carátulas con lacias y apolilladas greñas, que asustaban a los chicuelos y hacían reír a los grandes.
Luisa, para lucir sus lindas manos, se compuso el peinado, afirmando las horquillas con la punta de los dedos.
Se le royeron los zancajos a don Manuel, afirmando que había dicho en toda confianza a persona que lo repitió en toda intimidad: El sobrino no me había de salir de aquí sin una de las chicas, y como se le antojó Nucha, hubo que dársela.
De vez en cuando se atrevía algún cura a soltar frases de encomio a la habilidad de la guisandera, y el anfitrión, observando con disimulo quiénes de los convidados andaban remisos en mascar, les instaba a que se animasen, afirmando que era preciso aprovecharse de la sopa y del cocido, pues apenas había otra cosa.
La casa puesta ya en silencio, el escudero acostado, la otra dueña retirada y dormida, sola la sabedora del negocio estaba en pié y solicitando que su señora la vieja se acostase, afirmando que las nueve que el reloj habia dado eran las diez, muy deseosa de que sus conciertos viniesen a efecto, segun su señora la moza y ella lo tenian ordenado, cuales eran: que sin que la Claudia lo supiese, todo aquello que D.

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