Ejemplos con adivináis

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

¿A que no lo adivináis? Pues una idea, que al despertar apareció posesionada de mi mente, y encendida dentro de ella como vivísima luz, semejante por su potencia a las que en los faros alumbran el paso de las naves.
ruda batalla con su corazón? ¿No adivináis los desengaños y
¿Habéis notado que, al través del calzado que más oculte su forma, unos pies jóvenes son siempre unos pies jóvenes, y los adivináis? El pie envejece tanto o más que la cara.
-Sí, sí, puesto que veis claro en todo, y todo lo adivináis, quiero saber por qué no he sido interrogado más que una sola vez y por qué he sido condenado sin formación de causa.
-Adivináis que no soy rico, ¿no es verdad, señor abate? -dijo Caderousse sonriendo-.
-¿No lo adivináis? -dijo el conde-.
Después de salvarme del hierro me salvó del frío, dándome, no la mitad de su capa, como hizo San Martín, sino dándomela entera, y después aplacó mi hambre partiendo conmigo, ¿no adivináis el qué.
¿Comprendéis, Valentina, que se puedan pagar estas cosas? Es imposible, ¿no es verdad? ¡Pues bien!, toda esta felicidad, toda esta dicha, toda esta alegría, por las que yo hubiera dado diez años de mi vida, me cuestan, ¿no adivináis cuánto.
¿La virtud necesita acaso las tinieblas? Los conocimientos y virtudes de la criatura, ¿no emanan acaso de un mismo origen, del piélago de luz y santidad, que es Dios? Si la elevación de la inteligencia condujese al mal, la maldad de los seres estaría en proporción con su altura, ¿adivináis la consecuencia?, ¿por qué no sacarla? La sabiduría infinita sería la maldad infinita, y heos aquí en el error de los maniqueos, encontrando en la extremidad de la escala de los seres un principio malo.
¿Adivináis lo que tenía en el hombro, D'Artagnan? - dijo Athos con un gran estallido de risa.
¿A que no lo adivináis? Pues una idea, que al despertar apareció posesionada de mi mente, y encendida dentro de ella como vivísima luz, semejante por su potencia a las que en los faros alumbran el paso de las naves.
-Bien hallado, señor don Juan -dijo, dándole una palmada en el hombro con sobrada fuerza-, apuesto mi encomienda a que no adivináis las nuevas que os traigo.

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