Ejemplos con acercábamos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Verdaderamente, pensábamos que, cuanto más nos apartáramos de los principios de la academia, más nos acercábamos a la forma correcta de pintar, propia de los antiguos pintores.
Y amplía: mientras nos acercábamos al montaje final, la música se iba desarrollando más allá de lo que imaginamos inicialmente, así que finalmente tuvimos que luchar contra la falta de tiempo.
Yo miraba a Recalde, y Recalde miraba el agujero enorme del Izarra, que iba haciéndose más grande a medida que nos acercábamos.
Nosotros nos acercábamos, fijándonos en las marcas, si la señal era no entrar, dábamos la vuelta al pueblo, si no, íbamos a alguna taberna, a cuya puerta él nos esperaba.
Otros chicos, en general los de familias terrestres o terráqueas, como dicen algunos en Lúzaro, tenían más afición a ir al juego de pelota, nosotros, los de familia marinera, entre los que nos contábamos Recalde, Zelayeta y yo, nos acercábamos al mar.
Aquí nos deteníamos para la aguada y nos acercábamos a las costas de Africa.
A medida que nos acercábamos, advertí el enorme ensanche de lo que habíamos dado en llamar valle.
Ya nos acercábamos a la calle de la Escalinata, cuando sentimos venir coches que nos parecieron de Palacio.
Nos acercábamos a la luz, y la luz hacia nosotros venía presurosa.
Nos acercábamos arriba, y aquel cráter superior vomitaba soldados.
A medida que nos acercábamos, más nos convencíamos de que los franceses se nos habían anticipado por hallarse en mejores condiciones para el movimiento, a causa de la proximidad de su línea.
Por momentos nos acercábamos.
Pronto formamos un solo grupo, y confundidos, indios y cristianos, nos acercábamos a un medanito, al pie del cual hay un pequeño bosque.
La nube de arena había llamado mi atención antes de empezar el diálogo con Mora, se movía y avanzaba sobre nosotros, se alejaba, giraba hacia el poniente, luego, hacia el naciente, se achicaba, se agrandaba, volvía a achicarse y a agrandarse, se levantaba, descendía, volvía a levantarse y a descender, a veces tenía una forma, a veces otra, ya era una masa esférica, ya una espiral, ora se condensaba, ora se esparcía, se dilataba, se difundía, ora volvía a condensarse haciéndose más visible, manteniendo el equilibrio sobre la columna de aire hasta una inmensa altura, ya reflejaba unos colores, ya otros, ya parecía el polvo de cien jinetes, ya el de potros alzados, unas veces polvo levantado por las ráfagas de viento errantes, otras el polvo de un rodeo de ganado vacuno que remolinea, creíamos acercarnos al fenómeno y nos alejábamos, creíamos alejarnos y nos acercábamos, creíamos descubrir visiblemente en su seno algunos objetos y nada veíamos, creíamos algunos juguetes de la óptica lo que veíamos y descubríamos después patentemente la imagen de algo que se movía velozmente de un lado a otro, de arriba abajo, que iba y venía, que de repente se detenía partiendo súbito luego, íbamos a llegar y no llegábamos, porque el terreno se doblaba en médanos abruptos, subíamos, bajábamos, galopábamos, trotábamos con la imaginación sobreexcitada, creyendo llegar en breve a una distancia que despejara la incógnita de nuestra curiosidad, pero nada, la nube se apartaba del camino como huyendo de nosotros, sin cesar sus variadas y caprichosas evoluciones, burlando el ojo experto de los más prácticos, dando lugar a conjeturas sin cuento, a apuestas y disputas infinitas.
A las once de la mañana del día siguiente nos acercábamos ya a la antigua capital inglesa.
Yo, por mi parte, me sentía excitadísimo al pensar que nos acercábamos al final de nuestra empresa y se me contagió parte de la alegría de Holmes.
Por la manera en que brillaban los ojos de Holmes, supe que nos acercábamos al final de nuestro recorrido.
El rodeo aumentaba de tamaño, por los animales que llegaban y porque nos acercábamos.
-prosiguió él con honda melancolía-, ¡yo necesito dar rienda suelta a mis sentimientos! Ayer, cuando nos acercábamos a esta ciudad santa, usted me veía palpitar en silencio.
Yo cuidaba a mi hermano, que a veces se ponía como rabioso, dando mugidos y echando espumarajos por la boca: si nos acercábamos a él, nos mordía.
A medida que nos acercábamos, advertí el enorme ensanche de lo que habíamos dado en llamar valle.
Nos acercábamos a la luz, y la luz hacia nosotros venía presurosa.
A medida que nos acercábamos al poblado el silencio del campo se fue cambiando en alegre bullicio: se oían cantos al compás de tiples y bandolas, gritos y risas sonoras, de vez en cuando algunos cohetes disparados en la plaza anunciaban que pronto empezarían los fuegos.
Nos acercábamos ya a la cumbre, y al dirigir la vista al ocaso, le vi velado por una nube negra, que iluminó débilmente un relámpago, al que siguió un sordo, lejano y prolongado ruido que me pareció el del trueno.
Nos acercábamos a Jorairátar, y Jorairátar, está metido en los mismísimos infiernos.
Éstas y otras teorías análogas desarrolló exaltadamente mi interlocutor, mientras nos acercábamos al valle, que por fin avistamos cuando el sol ascendía a su cenit.
Bajábamos los tres en ala y a buen andar, con los perros atados muy en corto, porque a medida que nos acercábamos al peñasco, costaba mucho trabajo contenerlos, y mucho mayor acallar sus latidos.

© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba