Ejemplos con aceras

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Las casas en fila, las aceras de ladrillos rojos, los balcones con persianas, todo lo admiró con la simpleza de un salvaje del interior que llega a una factoría de la costa.
¿Era posible continuar esta existencia de eremita? ¿Y cuando le sorprendiese la enfermedad? ¿Y cuando llegase la vejez? A aquellas horas comenzaban las ciudades una nueva vida bajo los blancos resplandores de su alumbrado eléctrico, cortábase la circulación en las calles con la aglomeración de los coches, brillaban los escaparates, abríanse los teatros, sonaban las aceras bajo el gracioso taconeo de mujeres hermosas.
Esta noche la pasaría en la soledad de la torre, como un hombre primitivo de los que viven acechados por el peligro, dispuestos a matar, a la noche siguiente estaría sentado ante la mesa de un café, bajo el resplandor de los focos eléctricos, viendo carruajes junto a las aceras y pasando por el centro del Borne mujeres más hermosas que Margalida.
Lleno de tiendas de gran fachada, no se vendía en ellas lo más indispensable para la vida que allí hacía la gente encopetada, gruñían y se revolcaban los cerdos en las calles mal empedradas, pastaban las aves de corral en las grietas de las aceras y en los rincones de la plaza, y en el campo inmediato, mitad jardín y huerta, mitad de labranza, ni esponjaban las flores, ni maduraba la fruta, ni el trigo espigaba, ni el heno crecía.
Temía a los carruajes, le molestaba el roce de los transeúntes en las aceras.
Nadie podía verles, los pasos resonaban en las aceras, bajo las guirnaldas de las tapias, con un eco de lugar abandonado.
Los cafés no guardaban una silla libre, las aceras parecían repeler esta concurrencia extraordinaria.
Había en las aceras montones de paja, rimeros de recortes de papel de embalaje, cajones y cajas con grandes rótulos que decían: muy frágil.
Arboles y bancos, aceras y candelabros eléctricos, la conocían perfectamente, por hallarse en su camino habitual.
Pero la procesión lujosa de madres fragantes y niñas galanas continúa, sembrando sonrisas por las aceras de la calle animada, y los pobres indios, que la cruzan a veces, parecen gusanos prendidos a trechos en una guirnalda.
Corrían las señoras a refugiarse en San Nicolás, y los curiosos de las aceras, huyendo de los disparos, se arrojaban de cabeza dentro de los cafés, rompiendo cristales y volcando sillas y mesas.
Los romeros se agrupaban ante la iglesia, y la masa popular aglomerábase en las aceras, dejando la plaza limpia de gente.
La carne herida, destrozada por el choque, la sangre que manchaba las aceras y los pavimentos de los cafés, le causaban inmensa tristeza, haciéndole pensar con lástima en la eterna infancia de los hombres: ¡Matarse, herirse por un pedazo de madera groseramente tallada, que estaba allá en lo alto, entre luces y flores, mientras existían en el mundo terribles enemigos, como el hambre y la injusticia, que reclamaban para desaparecer el esfuerzo común y fraternal de todos los humanos!.
Una masa de cabezas cubría las aceras y las calles inmediatas.
En las Cuatro Calles, frente a las ruinas de la calle de Sevilla, coronadas ya, como las de Itálica, por el amarillo jaramago, tomó Jacobo un simón para evitar la afluencia, eterna en aquel sitio, de gentes que van y vienen, formando en las aceras cordones interminables de hombres, de mujeres, de niños, cobijados todos aquel día bajo sus paraguas, que remedaban, yendo y viniendo y cruzándose, una larga procesión, una contradanza fantástica de hongos fenomenales.
Fuera o no esto cierto, éralo, sin embargo, que el respetable Butrón había aparecido de repente, cubriendo a Jacobo con el manto protector de su confianza, que Currita habíale proporcionado la desinteresada amistad de su caro esposo Fernandito, y que así, en aquellos ocultos rincones de los como en las amplias aceras de las plazas públicas, designábanse a los tres personajes con los nombres de , murmurándose al mismo tiempo que Jacobo estaba arruinado, que el partido restaurador garantía su porvenir asegurándole una cartera en pago de sus servicios, y Currita atendía a su presente con una esplendidez que amenazaba dar al traste con la hasta entonces bien cimentada fortuna de la opulenta casa de Villamelón.
La noche estaba hermosísima, y Velarde siguió a pie por las extraviadas calles que llevaban al palacio de Villamelón, tropezando a cada paso con los humildes vecinos de las buhardillas y sotabancos, que tomaban el fresco sentados en las aceras.
Por las anchas aceras de la calle de Alcalá desembocaba también en Recoletos muchedumbre compacta de gente de a pie, destacándose de trecho en trecho grupos de mantillas más o menos bien llevadas, peinetas de teja puestas en cabezas más o menos airosas.
Al pié de la balaustrada, a lo largo del atrio y a la orilla de las aceras, puestos de cacahuates, de torrados, de nueces, iluminados con hogueras de ocote, y algunos con mortecinas linternas.
Frente al Principal, un grupo de soldados comía melones, en las puertas de las tiendas asomaban los dependientes curiosos, un corro de granujillas del Mercado jugaba a las chapas frente a los pórticos, y el resto de la plaza estaba solitario, con las aceras limpias de cestones y toldos, tostándose sus baldosas con aquella luz intensa y deslumbrante que lo caldeaba todo.
Los serenos que dormitaban en las esquinas, sentados cerca de su linterna, se levantaban al oir el paso de los caballos, saludaban, y se iban a lo largo de las aceras perezosos y distraídos.
Los pasos de los transeúntes sonaban en las aceras como un áspero y ruidoso frotamiento, y aglomerábase la gente en las puertas de los templos, negras y profundas bocas que lanzaban a la fría calle el denso vaho de su interior.
Entre una y otra representación tocaban las músicas alegres polcas, y la granujería de siempre, agarrada de un modo repugnante, improvisaba academias de baile en las aceras, chocando muchas veces contra las mesas donde las buenas mozas de vestido almidonado, pañuelo de seda y cara bravia vendían garbanzos tostados, orejones y ciruelas pasas.
A todo galope de los briosos caballos bajaban carretelas y berlinas, y por las aceras del paseo desfilaban lentamente, con paso de procesión, las familias endomingadas.

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