Definición de óiganla

Acepciones de óiganla como conjugación de oír

Categoría gramatical: verbo transitivo, imperativo plural de oír
Categorías gramaticales y tiempos verbales de óiganla explicados

  1. Percibir sonidos con el oído
  2. Percibir sonidos son el oído, sin necesariamente prestarles atención.
  3. Percibir sonidos son el oído, sin necesariamente prestarles atención.
  4. Percibir una persona o un animal los sonidos. atender [los ruegos o avisos] de uno. percibir una cosa por medio del sentido del oído
  5. Darse una persona por enterada de lo que le hablan.. prestar atención a lo que se escucha

Ejemplos con la palabra óiganla

Óiganla: Ya riñó la Navalcarazo con Jacinto Uclés, ahora está con Pepe Armada: se lo quitó a la Villaverdeja, que se ha vengado contando las historias de la Navalcarazo y enseñando cartas de ella que se procuró no sabemos cómo.
En el círculo de señoras, solía dar doña Celia conferencias sobre el cultivo de plantas de balcón, en que era consumada profesora, y cuando no había en la tertulia solteras inocentes, o que lo parecían, las casadas machuchas y las viudas curtidas tiraban de tijeras, y cortaban y rajaban de lo lindo en las reputaciones de damas de alta clase, pasando revista a los líos y trapicheos que habían venido a corromper la sociedad. ¡Bonita moral teníamos, y cómo andaban la familia y la religión! La sal de estos paliques era el designar por sus nombres a tantas pecadoras aristocráticas, y hacer de sus debilidades una cruel estadística. Véase la muestra: «La Villaverdeja está con Pepe Armada, la Sonseca con el chico mayor de Gravelina, a pares, o por docenas, tiene sus líos la de Campofresco, la Cardeña habla con Manolo Montiel, y con Jacinto Pulgar la de Tordesillas...». Poniendo su vasta erudición en esta crónica del escándalo la veterana Marquesa de San Blas, el seco rostro se le iluminaba debajo de la pintura que lo cubría. Ella sabía más que sus oyentes, conocía todo el personal, y no había liviandad ni capricho que se le escapase... Muchas le revelaban sus secretos, y los de otras, ella los descubría con sólo husmear el ambiente. Óiganla: «Ya riñó la Navalcarazo con Jacinto Uclés, ahora está con Pepe Armada: se lo quitó a la Villaverdeja, que se ha vengado contando las historias de la Navalcarazo y enseñando cartas de ella que se procuró no sabemos cómo. La Belvis de la Jara, que presumía de virtud, anda en enredos con el más joven de los coroneles, Mariano Castañar, y la Monteorgaz se consuela de la muerte del chico de Yébenes, entendiéndose con Guillermo Aransis. La aristocracia de nuevo cuño no quiere quedarse atrás en este juego, y ahí tienen ustedes a la Villares de Tajo aproximándose a ese andaluz pomposo, Álvarez Guisando...». Y por aquí seguía. Las honradas señoras pobres, o poco menos, que se cebaban con voraces picos en esta comidilla, no maldecían la inmoralidad sin poner en su reprobación algo de indulgencia, atribuyendo al buen vivir tales desvaríos. En la estrechez de su criterio, creían que la mayor desgracia de las altas pecadoras era el ser ricas. Doña Celia resumía diciendo: «Véase lo que trae tener tanto barro a mano, y criarse en la abundancia, madre de la ociosidad y abuela de los vicios».
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Errores ortográficos comunes para óiganla


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