¿Cómo se escribe faunezca?

En español diversas letras comparten el mismo sonido, esto da lugar a infinidad de dudas ortográficas, en muchos casos estas dudas se pueden resolver aplicando las reglas generales de ortografía. Por esa razón, si dudas de cómo se escribe una palabra, introdúcela en nuestro corrector y te la corregimos mostrándote la regla que deberás aplicar para poderla escribir correctamente.

    Los errores ortográficos más comunes son:

  • Errores de acentuación de las palabras, sobre todo en caso de que la sílaba tónica forme parte de un hiato o un diptongo.
  • Empleo de las letras j y g porque dependiendo de la palabra la letra g ha de pronunciarse con el fonema /j/.
  • Empleo de las letras c,z y el dígrafo "qu" para los fonemas /z/ /k/ y /s/, el fenómeno del seseo y del ceceo.
  • Empleo de la letra h que al ser muda, es decir, no tiene un sonido asociado, da lugar a errores.
  • Empleo de r o rr. Ya que en ocasiones la letra r se corresponde al fonema que el dígrafo rr.
  • Empleo de las letras y, ll para los fonemas /y/ y /ll/ y el fenómeno del yeísmo.
  • Empleo de las letras b,v dos letras distintas que comparten el mismo fonema /b/.
  • Empleo de la letra x para representar el fonema /s/ o /k+s/.

La palabra faunezca se escribe con S

La manera correcta de escribirla es FAUNESCA. Puedes ver la definición de faunesca aquí

En algunas partes de España y de América se produce el fenómeno del seseo que consiste en pronunciar con el mismo fonema /s/ la letra z y la letra c delante de las vocales "e,i". En estos lugares es fácil que se produzcan equivocaciones y es necesario recurrir al diccionario para solucionarlas.

Hay palabras que pueden escribirse tanto con "s" como con "c o z" sin cambio de significado, las más representativas son: bisnieto/biznieto, bizcocho/biscocho, mezcolanza/mescolanza, pretencioso/pretencioso, verduzco/verdusco

Ejemplos con la palabra Faunesca

Presentóse, primero que ninguna, Roma, en forma casi varonil: éste era el modo de hermosura de la que llevaba sus colores, el andar, de diosa, el imperio en el modo de mirar, la majestad en cada actitud y cada movimiento. Ofreció el orbe por tributo, y la siguió, como madre que viene después de la hija por ser ésta soberana, Grecia, coronada de mirto. Lo que dijo de sí sólo podría abreviarse en lápida de mármol. Italia vino luego. Habló de la gracia esculpida, en suaves declives, sobre un suelo que dora el sol, al son armónico del aire. Celebró su feracidad, aludió al trigo de Campania, al óleo de Venafro, al vino de Falerno. La rubia Galia, depuesto el primitivo furor, mostró colmadas de pacíficos frutos las corriente del Saona y el Ródano. Iberia presentó sus rebaños, sus trotones, sus minas. Ceñida de bárbaros arreos, se adelantó Germania, e hizo el elogio de las pieles espesas, el ámbar transparente, y los gigantes de ojos azules cazados para el circo en la espesura de la Carbonaria y de la Hircinia. Bretaña dijo que, en sus Casitérides, había el metal de que toman su firmeza los bronces. La Iliria, famosa por sus abundantes cosechas, la Tracia, que cría caballos raudos como el viento, la Macedonia, cuyos montes son arcas de ricos minerales, rindieron sus tesoros, y se acercó tras ellas la postrera Thule, que ofreció juntos fuego y nieve, con la fianza de Pytheas. Llegó el turno de las tierras asiáticas, y en cuerpo de faunesca hermosura, la Siria habló de los laureles de Dafne y los placeres de Antioquía. El Asia Menor reunió, en doble tributo, los esplendores del Oriente con las gracias de Jonia, tendiendo, entre ambas ofrendas, la flauta frigia, como cruz de balanza. Se ufanó Babilonia con el resplandor de sus recuerdos. La Persia, madre de los frutos de Europa, brindó semillas de generosa condición. Grande estuvo la India cuando pintó montañas y ríos colosales, cuando invocó las piedras fúlgidas, el algodón, el marfil, la pluma de los papagayos, las perlas, cuando nombró cien plantas preciosas: el ébano, que ensalzó Virgilio, el amono y el malabatro, braseros de raros perfumes, el árbol milagroso cuyo fruto hace vivir doscientos años... La Palestina ofreció olivos y viñedos. Fenicia se glorió de su púrpura. La región sabea, de su oro. Mesopotamia hizo mención de los bosques espesísimos donde Alejandro cortó las tablas de sus naves. El país de Sérica cifró su orgullo en una tela primorosa, y Taprobana, que remece el doble monzón, en la fragante canela. Vinieron luego los pueblos de la Libia. Presidiéndolos llegó el Egipto multisecular: habló de sus Pirámides, de sus esfinges y colosos, del despertar mejor de su grandeza, en una ciudad donde una torre iluminada señala el puerto a los marinos. La Cirenaica dijo el encanto de su serenidad, que hizo que fuese el lecho a donde iban a morir los epicúreos. Cartago, a quien realzara Augusto de las ruinas, se anunció llamada a esplendor nuevo. La Numidia expuso que daba mármoles para los palacios, fieras para las theriomaquias y las pompas. La Etiopía afirmó que en ella estaban el país del cinamomo, el de la mirra, los enanos de un pigmo y los macrobios de mil años. Las Fortunadas, fijando el término de lo conocido, recordaron que en su seno esperaba a las almas de los justos la mansión de la eterna felicidad.
Ver ejemplos de oraciones con la palabra faunesca

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