¿Cómo se escribe alfoljón?

En español diversas letras comparten el mismo sonido, esto da lugar a infinidad de dudas ortográficas, en muchos casos estas dudas se pueden resolver aplicando las reglas generales de ortografía. Por esa razón, si dudas de cómo se escribe una palabra, introdúcela en nuestro corrector y te la corregimos mostrándote la regla que deberás aplicar para poderla escribir correctamente.

    Los errores ortográficos más comunes son:

  • Errores de acentuación de las palabras, sobre todo en caso de que la sílaba tónica forme parte de un hiato o un diptongo.
  • Empleo de las letras j y g porque dependiendo de la palabra la letra g ha de pronunciarse con el fonema /j/.
  • Empleo de las letras c,z y el dígrafo "qu" para los fonemas /z/ /k/ y /s/, el fenómeno del seseo y del ceceo.
  • Empleo de la letra h que al ser muda, es decir, no tiene un sonido asociado, da lugar a errores.
  • Empleo de r o rr. Ya que en ocasiones la letra r se corresponde al fonema que el dígrafo rr.
  • Empleo de las letras y, ll para los fonemas /y/ y /ll/ y el fenómeno del yeísmo.
  • Empleo de las letras b,v dos letras distintas que comparten el mismo fonema /b/.
  • Empleo de la letra x para representar el fonema /s/ o /k+s/.

La palabra alfoljón se escribe con R

La manera correcta de escribirla es ALFORJÓN. Puedes ver la definición de alforjón aquí

Las posibles dudas a la hora de escribir una R o una L, vienen dadas porque tanto la letra erre como la letra ele son líquidas, esto es, no hay oclusión del aire, sino que se articulan con el tracto abierto y los posibles obstáculos no impiden la salida del aire.

En algunas regiones hispanohablantes, ambos fonemas se pronuncian de la misma manera, a este echo se le conoce como lambdacismo y normalmente se da en las erres al final de palabra, de esta manera palabras como amor se pronuncian como amol, o dolor como dolol.

Ejemplos con la palabra Alforjón

Un macho grandísimo, conducido por un paisano, le llevaba provisión de comida fina y bebidas superiores, y avíos para su limpieza y tocador, todo bien guardado en un desmedido alforjón.
El hombre iba desembuchando por todo el camino trozos de historia viva, no pasada por escritura ni por letras de molde. Ibero escuchaba silencioso, gozando en beber la historia en su fresco manantial. Entre otras cosas, refirió Milmarcos que Prim montaba un caballo inglés de largo pescuezo. Un macho grandísimo, conducido por un paisano, le llevaba provisión de comida fina y bebidas superiores, y avíos para su limpieza y tocador, todo bien guardado en un desmedido alforjón. No prescindía en campaña de sus hábitos de gran señor: por esto le habían comparado al Gran Capitán, que en su tienda se lavaba y perfumaba antes de entrar en batalla, y después de ella comía con refinada pulcritud y opulencia. «En aquellas alforjas de obispo llevaba el General, por un lado, ropa blanca y frascos de agua de colonia, y por otro, pastel de liebre en unas latas, jamón y cosas muy ricas...». Pues le diré a usted que, sirviendo a su lado y poniéndome como él en los sitios de mayor peligro, llegué a quererle tanto como quise a mi padre. También él me quería. Verdad que se acababan todos los cariños en momentos de apuro, de aquellos en que no había que decir más sino «voy a matar o a que me maten». Pero cuando no corría prisa de perder las vidas, el General sabía economizar nuestra sangre... De tanto verle y seguirle y mirarle a la cara para leerle las órdenes antes que las dijera, ya nos le sabíamos de memoria, y aprendíamos de él a despreciar la vida... Me parece que le veo al empezar la de los Castillejos... Sobre una peña plantó el caballo, y de allí nos gritaba que avanzáramos. Se puso tan alto para ver quién de nosotros tenía miedo y quién no... Cuando salíamos a tomar posiciones, mirábamos su cara. Si la veíamos más amarilla de lo que estar solía o tirando a verde, ya era seguro que nos aguardaba un día de compromiso. Si apretaba los dientes o se comía los pelos del bigote, ¡malo, malo! Pero la señal más segura de que íbamos a tener jarana y de que no debíamos dar un ochavo por nuestras pellejas, era ver a mi don Juan, con el caballo parado en firme, mirándose las manos y limpiándose las uñas con un hierrecillo que sacaba no sé de dónde... ¡Moño! arregladas las uñas se le avivaba el genio y nos metía en unos fregados horrorosos, él siempre por delante».
Ver ejemplos de oraciones con la palabra alforjón

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