Categoría gramatical / tiempo verbal de depositándole

Como Conjugación De Depositar

Verbo Transitivo

Los Verbos Transitivos son aquellos que necesitan de complemento para tener sentido pleno.

Verbo Pronominal

Los Verbos Pronominales son aquellos que se conjugan junto a un pronombre átono.

Gerundio De Depositar

El gerundio es una forma no personal del verbo y por lo tanto invariable. Se forma añadiendo el sufijo -ndo. Sirve para expresar una acción no finalizada, que todavía está en curso, no finalizada. Existe la forma simple (comiendo) y compuesta (habiendo comido). Dentro de la oración puede desempeñar una función verbal, generalmente en sentido imperativo, o la función de especificar un sustantivo como si se tratase de un adjetivo. Veamos uno ejemplos:

  • ¡Arreando!; todo el mundo a hacer las maletas que nos vamos Aquí arreando actúa como verbo de caracter imperativo
  • Llegaremos andando. Aquí andando actúa como verbo y hace referencia a una acción no finalizada
  • Me quemé la mano con agua hirviendo. Aquí hirviendo actúa como adjetivo, matizando el sustantivo agua

Ejemplos con la palabra Depositándole

Ahora no se entierra nadie en ella, y lo que hacen es llevar el cadáver a aquel punto, y depositándole en él, se le arrima un hacha encendida, retirándola luego, con lo que se da a entender que se tiene el derecho, pero se renuncia a aquel honor, y con esto luego se llevan el cadáver.
Alzó otra vez a Sendiño, y con infinita delicadeza le transportó a lo más oculto del pinar, depositándole sobre un lecho de ramalla seca. Cerca del muerto colocó la carabina, y la liebre muerta, polvorienta, ¡vengada ella también! Volvió a la carretera, y recorrió un largo trecho estudiando el sitio a propósito para su intento. Una revuelta violenta se le ofreció. Ni de encargo. A derecha e izquierda, árboles añosos avanzaban sus ramas sobre el camino, como brazos fuertes que se brindasen a secundar a Mansegura. Él extrajo del bolsillo el rollo de alambre, desenrolló un trozo, midió, cortó con su navaja, retorció uno de los extremos, calculó alturas, lo afianzó a una rama sólidamente, ensayó la resistencia y, pasando al otro lado, probó si había rama que permitiese tender el hilo metálico recto al través del camino. Mientras practicaba estas operaciones, atendía, no fuera que pasase alguien y le viese. Nadie: la carretera desierta, por allí solo se iba a Sandías y al pazo de don Roberto... Por precaución, sin embargo, Jácome no sujetó el otro cabo del alambre. Tiempo tenía. Con él agarrado se tumbó en el pequeño resalte de la cuneta, y pegó la oreja a la tierra lisa, aguardando. Dos veces saltó y se ocultó en la maleza: eran transeúntes, «gente de a caballo», un cura, una pareja a estilo de Portugal, hombre y mujer sobre una misma yegua, apretados y contentos. La tarde caía, el rocío enfriaba y escarchaba la hierba, enmudecían los pájaros o piaban débilmente. Un sordo trueno, lejano, llenó con su mate redoblar el oído del contrabandista. Ágil, con la precisión de movimientos del impulsivo, se incorporó, amarró firme el otro cabo a la rama y se agachó entre el brabádigo espeso. Si se descuida, ¡careta! El trueno ya se venía encima, resollante y amenazador. ¡Taaf! Mansegura vio distintamente, un segundo, al señorito, su gorra blanca, su rostro guapo, desfigurado por los anteojos negros... «¡Ahora!», pensó. El rostro guapo se tambaleó violentamente, como cabeza de muñeco que se desencola, un alarido se ahogó en la catarata de sangre... Fue instantáneo, el automóvil, loco y sin dirección, corrió a despeñarse por la pendiente, arrastrando a su dueño, a quien el alambre había degollado, con la misma prontitud y limpieza que pudiera la mejor navaja de barbería...
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