Categoría gramatical / tiempo verbal de chocándolas

Como Conjugación De Chocar

Verbo Intransitivo

Los Verbos Intransitivos son aquellos que no necesitan de complemento para tener sentido pleno.

Verbo Transitivo

Los Verbos Transitivos son aquellos que necesitan de complemento para tener sentido pleno.

Gerundio De Chocar

El gerundio es una forma no personal del verbo y por lo tanto invariable. Se forma añadiendo el sufijo -ndo. Sirve para expresar una acción no finalizada, que todavía está en curso, no finalizada. Existe la forma simple (comiendo) y compuesta (habiendo comido). Dentro de la oración puede desempeñar una función verbal, generalmente en sentido imperativo, o la función de especificar un sustantivo como si se tratase de un adjetivo. Veamos uno ejemplos:

  • ¡Arreando!; todo el mundo a hacer las maletas que nos vamos Aquí arreando actúa como verbo de caracter imperativo
  • Llegaremos andando. Aquí andando actúa como verbo y hace referencia a una acción no finalizada
  • Me quemé la mano con agua hirviendo. Aquí hirviendo actúa como adjetivo, matizando el sustantivo agua

Ejemplos con la palabra Chocándolas

Cuanto tal dijo la máscara, los que escuchaban sintieron un escalofrío glacial. «¡Son muertos, son muertos!», repitieron, paralizados por el mismo susto. «¡Son fantasmas!», opinaban algunos, dando diente con diente. Y, como para aumentar su horror, las máscaras misteriosas alzaron las manos, en cuyas muñecas blanqueaba el hueso mondo y lirondo, y desataron los antifaces. Pero antes de realizar este movimiento, los criados de luenga nariz rubicunda, como oyeron nombrar brindis, sirvieron copas colmadas, cubiertas por fuera de un rocío fresco, y las máscaras las apuraron, chocándolas antes cordialmente. Y los que no apartaban la vista del grupo de enmascarados, se fijaron en que el champán, pasando por la boca, venía a salir por el cuello, rebosando por cima de los elegantes capuchones y las pecheras almidonadas, que cerraban diamantes de roca antigua, montados en botones de esmalte azul. Apuradas las copas cayeron los antifaces, y se vieron los rostros. Eran de carne, al parecer, si bien no faltó, al día siguiente, quien asegurase que aquellos rostros estaban moldeados con goma y hábilmente pintados con los colores de la vida. Fuese lo que fuese, el runrún, que ya crecía entre la concurrencia, arreció, hasta convertirse en alboroto amenazante. Un cruce de exclamaciones, de preguntas, de protestas, de gritos, se alzaba hacia el palco donde tranquilamente sonreía la que antaño España aclamó con entusiasmo tal. Era su faz sonrosada, sus bandós de dulce tono castaño con reflejos rubios, sus azules ojos de apacible y un tanto maliciosa mirada, su bien modelada frente, su respingada y picaresca nariz, en suma: sus facciones tal cual rodaron estampadas en el cuño de los metales y en el papel de los sellos. Y a su lado, la fisonomía inconfundible del Espadón, y, formándolo una corte deslumbradora, las hermosuras célebres de su período, cuyos trajes y adornos son polvo, y cuyas joyas, dispersas, lucen acaso hoy en las orejas y escote de las héteras famosas. También podía verse allí al banquero fastuoso y al magnate rival de los monarcas, y semiescondida, esperando su hora de reinado efímero, a la duquesa de la Torre, linda como un sueño, morena todavía...
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