Categoría gramatical / tiempo verbal de aparcerías

Como sustantivo

Sustantivo Femenino Plural

El sustantivo es la palabra que utilizamos para designar entidades, tienen género: masculino o femenino y número: singular o plural.

Ejemplos con la palabra Aparcerías

Volvió a sentarse, y del cajón de la mesa sacó un libro que, según rezaba el tejuelo de la tapa era de cuentas de su «''Administración de las rentas y aparcerías de doña Marta Rubárcena de Quincevillas''», y antes de abrirle, llamó muy recio desde la puerta de la alcoba:.
Raro es el colono montañés que al poco tiempo de establecido no posea, como producto de sus ''aparcerías'', una pareja apta para las labores del campo, algún novillo ''uncidero'', es decir, capaz de ser uncido, o cualquiera otra res vacuna, pero en absoluta propiedad y sin que el arrendador de sus haciendas tenga que intervenir en su venta, cambio o emparejamiento, casos en los cuales el colono, por lo que le va en ello, pone los cinco sentidos y emplea la mayor solemnidad posible.
Prestándome gustoso a todo lo que Neluco me había recomendado y continuaba recomendándome para entretener las horas sobrantes del día y de la noche, visité una por una mis haciendas, mis prados, mis heredades, mis castañeras y robledales, mis casas, mis aparcerías de ganados, estudié con verdadero afán de penetrarle hasta el fondo, el organismo, como decía Neluco, «de los tratos y contratos de mi tío y sus aparceros y colonos», donde estaba la enjundia del gran espíritu de este hombre benemérito que, sin políticas bullangueras y perturbadoras, había logrado resolver prácticamente, y por la sola virtud de los impulsos de su corazón generoso y profundamente cristiano, un problema social que dan por insoluble los «pensadores» de los grandes centros civilizados, y tiene en perpetua hostilidad a los pobres y a los ricos.
Después de dos horas de aturdimiento, de verdadera agonía, sólo tuvo valor para tomar la puerta, seguido de los dos monstruos, que continuaban explicándole por a más b la ruina de los Valcárcel en la fábrica, la ruina de Antonio Reyes, de su único hijo. En el comedor, y ya iban a dar las cinco, estaban todavía esperándolos Marta y Sebastián, medio dormidos, bostezando. Unieron sus argumentos uno y otro, como queriendo ocupar la atención de Nepo y Körner, a los argumentos de Körner y Nepo, y perseguido por aquella tremenda pesadilla, Bonifacio, muerto de sueño, ebrio de cólera, de fiebre y cansancio, se declaró en franca y acelerada fuga y se encerró en su cuarto, bien decidido, eso sí, a salir para Cabruñana al ser de día, acompañado de los papeles que el tío le había metido por los ojos. Marcharía sin despedirse de Emma, sin ver a su hijo, para que no le faltase valor ni su mujer tuviera tiempo de torcer aquella resolución irrevocable. «Yo no sé una palabra de foros, ni de caserías a medias, ni de aparcerías, ni de números, ni de fábricas, pero he de tener voluntad en adelante, y he dicho que iría mañana, y primero falta el sol. Iré. La calentura de Emma no es extraordinaria, ya cede, Antonio queda sin novedad, voy a Cabruñana, le pongo las peras a cuarto a Lobato..., y me vuelvo pasado mañana con dos o tres nodrizas, a escoger, que por ahí las hay buenas. Emma no querrá, y en rigor no puede criar. Le criaremos nosotros, el ama y yo. Así como así, cuanto menos sangre de Valcárcel, mejor».
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