Ejemplos con magnate

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Colocado en Madrid en la portería de un magnate que en León tiene solar, dedicose a corredor, agente de negocios y hombre de confianza de todos los honrados individuos de la maragatería.
Su honradez grande, su puntualidad y su celo le granjearon crédito tal, que llovían comisiones, menudeaban encargos, y caían en la bolsa, como apretado granizo, reales, pesos duros y doblillas en cantidad suficiente para que, al cabo de quince años de llegado a la corte, pudiese Joaquín estrechar lazos eternos con una conterránea suya, doncella de la esposa del magnate y señora tiempo hacía de los enamorados pensamientos del portero, y verificado ya el connubio, establecer surtida lonja de comestibles, a cuyo frente campeaba en doradas letras un rótulo que decía:.
Se hizo de moda desayunarse con el Caracas y las frutas de horno del Leonés, comenzó el magnate, su antiguo amo, dándole su parroquia, y tras él vino la gente de alto copete, engolosinada por el arcaico regalo de un manjar digno de la mesa de Carlos IV y Godoy.
Puessiguió Amalia, viéndose religiosamente escuchadaallí estaban Jiménez y el marquesito de Cañahejas, y y todos leían y comentaban un suelto del , en que se refería la sensación causada en una de las estaciones termales más elegantes de Francia y de Europa, por el loco amor de un magnate español a una dama sueca.
¡Quién sabe si, cuando ella no existiese, otras mujeres le admirarían precedido de una cruz de oro, arrastrando el manto rojo de cardenal-arzobispo, rodeado de un estado mayor de sobrepellices, y envidiarían a la madre que había dado a luz este magnate eclesiástico!.
Ferragut sintió interés por los remotos amores de aquella napolitana, gran señora, con el magnate español, prudente y linajudo.
El nombramiento de alcalde a su favor, había constituído al magnate en protector decidido de este partido.
Después el magnate le invitó varias veces a salir de caza.
Tal fué la indignación del magnate que, montando la escopeta, hizo fuego sobre el perro, mas éste, viendo la actitud agresiva del cazador, se había alejado rápidamente y no le tocó un solo perdigón.
Cuando el magnate dió la vuelta a casa le dijeron que había llegado a ella el perro.
Contentóse al fin con mandar al Polión a la perrera, y saludar al magnate con un poco de frialdad.
El magnate se limitó a inclinarse profundamente sin contestar.
Al día siguiente se trasladó el magnate, a pesar de las vivas representaciones de su huésped para que se quedase al menos mientras no llegasen los otros.
Sin embargo, pasaban los días, había entrado ya septiembre, y ni el hijo ni el hermano del magnate acababan de llegar.
Al mismo tiempo que el diploma, le remitía el magnate una placa de brillantes, cuyo valor no bajaba de veinte mil reales.
El magnate había condescendido hasta contarle mucha parte de su historia privada.
En los primeros números, después de la llegada del magnate, , francamente hostil ya a él, se contentaba con ridiculizarle bajo nombres transparentes, como pintor y pescador, y hasta como hombre político, insinuando la idea de que el Duque era un personaje desprestigiado de Madrid, rechazado por la corte y sin influencia con el Gobierno.
Peña, durante el camino, llegó a decir cuchufletas acerca de la soberana paliza que el magnate acababa de recibir.
Vagamente primero, con más precisión después, la hija menor de don Rosendo pensaba que la amistad del magnate podía aprovecharse, no sólo para aumentar la influencia política de su padre en la población, sino también para dar lustre y brillo a la familia.
El magnate, de alma corrompida y cuerpo gastado, y la bella provinciana, ansiosa de volar a esferas más altas, habían nacido, sin duda, para comprenderse.
En cuanto el magnate adquirió con ella alguna confianza y penetró por su larga experiencia, más que por su ingenio, el carácter que tenía, principió a dejarse resbalar un tanto en las conversaciones, como si el desenfado para tratar los asuntos escabrosos fuese una prueba de buen tono.
Cumplida tan ímproba tarea, el magnate volvió a caer en el eterno monólogo.
Venturita acogía aquellas galanterías confusa, sonriente, con vivos temblores de gratitud, sin comprender que en aquel momento no representaba para el magnate más que la dama que estaba a su derecha.
Me gusta la pintura porque es el arte nacionalsiguió diciendo el magnate.
¿Y a quién no le gustan?respondió el magnate clavando en él sus ojos muertos de besugo.
Después que hubo descansado unos momentos el magnate, bajó a comer en traje de tiqueta.
Y desde entonces, como si aquélla fuese la señal, no cesaron de requebrar en sus cánticos al magnate.
Había traído un pintor de la ciudad, manteniéndolo allí más de una semana, y este capricho de magnate protector de las artes le había costado, según declaraba él, unos cinco duros, peseta más que menos.
Hallábanse ambos esposos en el despacho particular del diplomático, vasta pieza decorada en otro tiempo con severa magnificencia, pero sobre la cual habían pasado los años sembrando manchas y desconchones, sombras y deterioros que la larga cesantía del magnate no había permitido hasta entonces restaurar.
El magnate no come ocho veces al día.

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